Por Álvaro José Aurane
01 Octubre 2016
Hay tanta pobreza porque hubo kirchnerato y alperovichato. Y, sobre todo, hay toda esa pobreza en la Argentina y en Tucumán (uno de cada tres compatriotas) para que hubiera kirchnerato y alperovichato.
Que se entienda: no es que gracias a la pobreza hubo kirchnerismo y alperovichismo. El sufijo “ismo” designa un movimiento y hasta una doctrina; y los triunfos electorales de los Kirchner y de los Alperovich no se obtuvieron -ni remotamente- sólo con el voto de los pobres. Aproximadamente, la tercera parte de la población de este país es menor de 18 años. Entonces, de los pobres (el 32% de la población según el dato nacional del Indec), uno de cada dos no tenía edad para votar cuando la ex presidenta y al ex gobernador eran elegidos y reelectos por más del 50% de los votos. O sea, que la mitad de los votos del kirchnerismo y del alperovichismo fueron siempre votos de gente bien vestida, bastante instruida y mejor alimentada.
La pobreza, otra vez, sí fue indispensable para que hubiera kirchnerato y alperovichato. El sufijo “ato” designa una cuestión jurisdiccional o institucional. Delimita el vastísimo territorio del Estado de Excepción, donde el derecho está vigente pero no se aplica. Designa el proceso de aniquilación oficial del sistema de límites constitucionales impuestos a las instituciones representativas. Para lograr eso hacía falta mantener en la pobreza a un tercio de la población.
Con más de una decena de millones de pobres, el clientelismo era no sólo posible: también era preponderante. El problema para dimensionarlo, en todo caso, es el reduccionismo. Se cree que el clientelismo se constriñe a la entrega de bolsones o de planes sociales, cuando el clientelismo siempre fue infinitamente más que un asunto material. En la antigua Roma, de la plenitud del derecho sólo gozaban los “quirites”. Todos los que no lo eran necesariamente debían acercarse a uno de estos ciudadanos romanos si buscaban desde una propiedad hasta la defensa en un juicio. Se convertían, así, en su clientela. Un complejo entramado de relaciones entre personas con estatus jurídicos diferentes.
En la Argentina y el Tucumán de hoy, el clientelismo es también una compleja red de interacciones, pero entre personas con estatus socioecnómicos distintos. Los pobres, entonces, necesariamente deben acercarse a un funcionario, a un intendente o a un comisionado rural, a un legislador o a un concejal, para poder participar, accesoriamente, del derecho a sobrevivir. La subsistencia propia, y la de los hijos, no es un derecho universal cuando uno de cada tres argentinos y tucumanos es pobre. Ese privilegio se obtiene integrando una clientela.
Entonces sí
Entonces sí fue perfectamente posible la construcción de un régimen que tiene el acuerdo pasivo de una parte relevante de la sociedad en favor de una amplia serie de violaciones de la letra y el espíritu de la Constitución.
Entonces sí pudo alegarse, impunemente, que la mayoría era omnipotente, que el que ganaba lo ganada todo y que el que perdía se quedaba con la nada. Que las minorías no tenían derecho ni siquiera a cuestionar, porque para eso tenían que formar un partido político y ganar elecciones.
Entonces sí logró forjarse un paradigma gubernamental según el cual no hay ninguna otra fuente de legitimación para el poder político más que el consenso popular. Es decir, tomaron el nombre del pueblo en vano; y en nombre de ese pueblo al que sólo le repartieron pobreza material y miseria institucional declararon que todo abuso de poder era legítimo, y que era ilegítima cualquier crítica y cualquier control.
Entonces sí las mismísimas autoridades electas en democracia decidieron repudiar la república. Decidieron que el pluralismo político era insoportable. Que las reglas de separación, independencia y contrapeso de poderes carecían de todo valor. Que había que atacar a la oposición y a la prensa libre. Que estabas con el gobierno, o directamente en contra de él.
Entonces sí se consiguió instaurar la peligrosísima noción de que el jefe político era la encarnación viva de la voluntad popular: él -y sólo él- sabía y quería lo mejor para el pueblo. Así que los que se limitaran a consentir eran patriotas que merecían todos los beneficios, al tiempo que cualquiera que osara disentir era digno de todas las denigraciones, por su condición de gorila, cipayo, vendepatria, golpista y destituyentes.
Entonces sí operó la conversión del estado constitucional de derecho por la constitucionalización del derecho ilegítimo. Y la transformación de los poderes del Estado (para tomar la enorme metáfora del italiano Luigi Ferrajoli) en Poderes Salvajes.
Entonces sí, el interés privado primó sobre el interés público.
Entonces sí (y sólo porque nuestras ruinas, según la maldición de Borges, son circulares), la tercera parte de la población fue mantenida en la pobreza para consagrar un sistema que siempre necesitaría de la tercera parte de la población sumida en la pobreza.
Hora de hacerse cargo
El macrismo tiene que hacerse cargo de los pobres con los que ha alimentado a la pobreza a la vuelta de los últimos 10 meses de tarifazos, de despidos y de inflación desbocada en la primera mitad del año.
Lo aberrante es que los que fungieron el kirchnerato sostengan que no tienen nada que ver. Cristina Fernández ha dicho esta semana en Ecuador lo mismo que había proferido hace un año en la ONU: que durante su mandato en la Argentina sólo había un 5% de pobres. No sólo era una afrenta, también era un testeo del funcionamiento del aparato clientelar. Luego de dicho semejante, en el kirchnerato llegaron a afirmar que Alemania tenía más pobres que este país.
El alperovichato, por supuesto, fue incondicionalmente cobarde en esa materia. Clausuró toda estadística oficial en la provincia sobre los indicadores más básicos. Y llegó a sostener, cual verdad revelada, que la desocupación en Tucumán era del 3% en 2012. Léase: en Tucumán había pleno empleo; o lo que es igual, no había desocupación porque aquí no trabaja el que no quería hacerlo.
¿Por qué tanta mentira? Porque si pobres prácticamente no había, entonces podrían tratar de que el enriquecimiento feroz de los “quirites” gobernantes no pareciera todo lo profundamente criminal que verdaderamente era.
Si casi no había pobres, entonces el kirchnerato era exitoso y esa era la obra de una abogada exitosa que había multiplicado exitosamente su patrimonio.
Si casi no había pobres, había que agradecer la graciosa majestad de los que acumulaban de a 10 mansiones y se dignaban a recorrer un interior donde los pobres, tan desagradecidos, siempre andaban desmintiendo al Indec con su empecinado deseo de existir. Si el río te había llevado el rancho no era porque en esta provincia se gastaron 140.000 millones en 12 años y sólo dejaron mucho cordón cuneta y poca infraestructura hídrica, sino porque eras un vago de miércoles. Un pedazo de animal…
El lema de la perversión
En el país al que cada vez le descubren más riquezas potenciales, como Vaca Muerta, cada vez hay más pobres. Ese es el imperecedero legado de la corrupción. Esa es la única redistribución de la riqueza concretada.
Los U$S 9,5 millones que cuesta construir un barrio de 130 casas no estaban invertidos en casas sino metidos en los bolsos que el tucumano José López arrojaba dentro de un convento.
Los $ 8 millones que durante el kirchnerato figuraban como gastados en la recuperación del tren de pasajeros entre San Miguel de Tucumán y Concepción no estaban invertidos en rieles y durmientes, porque sobre esas vías ahora hay casillas precarias, sino en algún bolso oficial.
Los $ 200 millones retirados de la cuenta bancaria de la Legislatura entre junio, julio y agosto pasados no estaban invertidos en sacar tucumanos de la pobreza sino en valijas que salieron en camionetas oficiales. Los pobres tucumanos siguen siendo cientos de miles. Los gastos sociales eran cualquier cosa menos gastos sociales.
El clientelismo no sólo es oprobioso: también es caro. Por eso mismo es perverso. Como perverso ha sido siempre su lema: “roba, pero hace”. A la Justicia le corresponde comprobar si efectivamente se ha conjugado el primero de esos verbos. Pero a la luz de la realidad social (no de la estadística, porque el que acaba de descubrir que hay pobres porque el Indec dio el dato es un clientelista ad honorem) ese dogma ha devenido impronunciable.
Hay tantos pobres ahora porque nunca fue “roba, pero hace”. Siempre fue “roba, y empobrece”.
Que se entienda: no es que gracias a la pobreza hubo kirchnerismo y alperovichismo. El sufijo “ismo” designa un movimiento y hasta una doctrina; y los triunfos electorales de los Kirchner y de los Alperovich no se obtuvieron -ni remotamente- sólo con el voto de los pobres. Aproximadamente, la tercera parte de la población de este país es menor de 18 años. Entonces, de los pobres (el 32% de la población según el dato nacional del Indec), uno de cada dos no tenía edad para votar cuando la ex presidenta y al ex gobernador eran elegidos y reelectos por más del 50% de los votos. O sea, que la mitad de los votos del kirchnerismo y del alperovichismo fueron siempre votos de gente bien vestida, bastante instruida y mejor alimentada.
La pobreza, otra vez, sí fue indispensable para que hubiera kirchnerato y alperovichato. El sufijo “ato” designa una cuestión jurisdiccional o institucional. Delimita el vastísimo territorio del Estado de Excepción, donde el derecho está vigente pero no se aplica. Designa el proceso de aniquilación oficial del sistema de límites constitucionales impuestos a las instituciones representativas. Para lograr eso hacía falta mantener en la pobreza a un tercio de la población.
Con más de una decena de millones de pobres, el clientelismo era no sólo posible: también era preponderante. El problema para dimensionarlo, en todo caso, es el reduccionismo. Se cree que el clientelismo se constriñe a la entrega de bolsones o de planes sociales, cuando el clientelismo siempre fue infinitamente más que un asunto material. En la antigua Roma, de la plenitud del derecho sólo gozaban los “quirites”. Todos los que no lo eran necesariamente debían acercarse a uno de estos ciudadanos romanos si buscaban desde una propiedad hasta la defensa en un juicio. Se convertían, así, en su clientela. Un complejo entramado de relaciones entre personas con estatus jurídicos diferentes.
En la Argentina y el Tucumán de hoy, el clientelismo es también una compleja red de interacciones, pero entre personas con estatus socioecnómicos distintos. Los pobres, entonces, necesariamente deben acercarse a un funcionario, a un intendente o a un comisionado rural, a un legislador o a un concejal, para poder participar, accesoriamente, del derecho a sobrevivir. La subsistencia propia, y la de los hijos, no es un derecho universal cuando uno de cada tres argentinos y tucumanos es pobre. Ese privilegio se obtiene integrando una clientela.
Entonces sí
Entonces sí fue perfectamente posible la construcción de un régimen que tiene el acuerdo pasivo de una parte relevante de la sociedad en favor de una amplia serie de violaciones de la letra y el espíritu de la Constitución.
Entonces sí pudo alegarse, impunemente, que la mayoría era omnipotente, que el que ganaba lo ganada todo y que el que perdía se quedaba con la nada. Que las minorías no tenían derecho ni siquiera a cuestionar, porque para eso tenían que formar un partido político y ganar elecciones.
Entonces sí logró forjarse un paradigma gubernamental según el cual no hay ninguna otra fuente de legitimación para el poder político más que el consenso popular. Es decir, tomaron el nombre del pueblo en vano; y en nombre de ese pueblo al que sólo le repartieron pobreza material y miseria institucional declararon que todo abuso de poder era legítimo, y que era ilegítima cualquier crítica y cualquier control.
Entonces sí las mismísimas autoridades electas en democracia decidieron repudiar la república. Decidieron que el pluralismo político era insoportable. Que las reglas de separación, independencia y contrapeso de poderes carecían de todo valor. Que había que atacar a la oposición y a la prensa libre. Que estabas con el gobierno, o directamente en contra de él.
Entonces sí se consiguió instaurar la peligrosísima noción de que el jefe político era la encarnación viva de la voluntad popular: él -y sólo él- sabía y quería lo mejor para el pueblo. Así que los que se limitaran a consentir eran patriotas que merecían todos los beneficios, al tiempo que cualquiera que osara disentir era digno de todas las denigraciones, por su condición de gorila, cipayo, vendepatria, golpista y destituyentes.
Entonces sí operó la conversión del estado constitucional de derecho por la constitucionalización del derecho ilegítimo. Y la transformación de los poderes del Estado (para tomar la enorme metáfora del italiano Luigi Ferrajoli) en Poderes Salvajes.
Entonces sí, el interés privado primó sobre el interés público.
Entonces sí (y sólo porque nuestras ruinas, según la maldición de Borges, son circulares), la tercera parte de la población fue mantenida en la pobreza para consagrar un sistema que siempre necesitaría de la tercera parte de la población sumida en la pobreza.
Hora de hacerse cargo
El macrismo tiene que hacerse cargo de los pobres con los que ha alimentado a la pobreza a la vuelta de los últimos 10 meses de tarifazos, de despidos y de inflación desbocada en la primera mitad del año.
Lo aberrante es que los que fungieron el kirchnerato sostengan que no tienen nada que ver. Cristina Fernández ha dicho esta semana en Ecuador lo mismo que había proferido hace un año en la ONU: que durante su mandato en la Argentina sólo había un 5% de pobres. No sólo era una afrenta, también era un testeo del funcionamiento del aparato clientelar. Luego de dicho semejante, en el kirchnerato llegaron a afirmar que Alemania tenía más pobres que este país.
El alperovichato, por supuesto, fue incondicionalmente cobarde en esa materia. Clausuró toda estadística oficial en la provincia sobre los indicadores más básicos. Y llegó a sostener, cual verdad revelada, que la desocupación en Tucumán era del 3% en 2012. Léase: en Tucumán había pleno empleo; o lo que es igual, no había desocupación porque aquí no trabaja el que no quería hacerlo.
¿Por qué tanta mentira? Porque si pobres prácticamente no había, entonces podrían tratar de que el enriquecimiento feroz de los “quirites” gobernantes no pareciera todo lo profundamente criminal que verdaderamente era.
Si casi no había pobres, entonces el kirchnerato era exitoso y esa era la obra de una abogada exitosa que había multiplicado exitosamente su patrimonio.
Si casi no había pobres, había que agradecer la graciosa majestad de los que acumulaban de a 10 mansiones y se dignaban a recorrer un interior donde los pobres, tan desagradecidos, siempre andaban desmintiendo al Indec con su empecinado deseo de existir. Si el río te había llevado el rancho no era porque en esta provincia se gastaron 140.000 millones en 12 años y sólo dejaron mucho cordón cuneta y poca infraestructura hídrica, sino porque eras un vago de miércoles. Un pedazo de animal…
El lema de la perversión
En el país al que cada vez le descubren más riquezas potenciales, como Vaca Muerta, cada vez hay más pobres. Ese es el imperecedero legado de la corrupción. Esa es la única redistribución de la riqueza concretada.
Los U$S 9,5 millones que cuesta construir un barrio de 130 casas no estaban invertidos en casas sino metidos en los bolsos que el tucumano José López arrojaba dentro de un convento.
Los $ 8 millones que durante el kirchnerato figuraban como gastados en la recuperación del tren de pasajeros entre San Miguel de Tucumán y Concepción no estaban invertidos en rieles y durmientes, porque sobre esas vías ahora hay casillas precarias, sino en algún bolso oficial.
Los $ 200 millones retirados de la cuenta bancaria de la Legislatura entre junio, julio y agosto pasados no estaban invertidos en sacar tucumanos de la pobreza sino en valijas que salieron en camionetas oficiales. Los pobres tucumanos siguen siendo cientos de miles. Los gastos sociales eran cualquier cosa menos gastos sociales.
El clientelismo no sólo es oprobioso: también es caro. Por eso mismo es perverso. Como perverso ha sido siempre su lema: “roba, pero hace”. A la Justicia le corresponde comprobar si efectivamente se ha conjugado el primero de esos verbos. Pero a la luz de la realidad social (no de la estadística, porque el que acaba de descubrir que hay pobres porque el Indec dio el dato es un clientelista ad honorem) ese dogma ha devenido impronunciable.
Hay tantos pobres ahora porque nunca fue “roba, pero hace”. Siempre fue “roba, y empobrece”.
NOTICIAS RELACIONADAS