28 Septiembre 2016
“Gordito, simpático, de sonrisa amplia, blanquito, con rulos y muchos tatuajes en el cuerpo”. Así describió a Rogelio Osvaldo Villalba (41) una persona que lo conoce del barrio, La Costanera, pero que prefirió preservar su identidad. Es que si bien “El Gordo Rogelio” había sido un niño de la calle al que los vecinos ayudaban, de grande se convirtió en “transa” y todos comenzaron a temerle.
No se sabe si sus padres lo abandonaron o si él decidió irse de su casa, pero cuando era niño solía deambular por las calles. “Andaba pidiendo y limpiando vidrios en los semáforos”, recordó la fuente. Un vecino conocido como “Gordo Cocina” se apiadó de él y prácticamente lo crió.
Por aquel entonces, el “transa” que habría manejado el negocio en La Costanera era “El Rengo” Ordóñez. Este, a su vez, estaba casado con una tal Margarita, que también tienen antecendentes. Cuando se terminó el amor, la mujer habría trasladado su parte del negocio a Villa 9 de Julio, donde habría comenzado a manejarlo con sus hermanos. Entonces “El Rengo”, que se había quedado solo, contrató a Rogelio como su secretario: una de las tareas que habría tenido a cargo era el delivery de drogas puerta a puerta.
En el barrio afirman que en un momento se produjo un problema entre “El Rengo” y Rogelio, aparentemente por una diferencia de plata. “El Gordo” se habría ido dando un portazo, convirtió el ranchito donde vivía en una casa de material y habría inaugurado su propio quiosco de venta de cocaína.
Un tiempo después, “El Rengo” falleció y Rogelio pasó a ocupar el liderazgo que había quedado vacante. Pero nada fue igual, porque ellos no eran iguales. Con “El Rengo” los vecinos mantenían una convivencia tranquila. “Él hasta los ayudaba. Por ejemplo, si se moría alguien pobre, les compraba el cajón. Entonces él hacía su trabajo tranquilo y no molestaba a nadie”, aseveró un vecino. Con “El Gordo” Rogelio no pasó lo mismo. El hombre tendría problemas con el alcohol y solía pasar días y noches enteras con la música a todo volumen. “Si algún vecino se atreve a denunciarlo o reclamarle que baje la música, es capaz de golpearlo o de salir a los tiros”, aseguró la fuente.
“Siempre se dedicó a la venta de cocaína exclusivamente”, comentó por otra parte una fuente policial. Y precisó que comercializa la “alita de mosca” (como le llaman a un pequeño trozo de cocaína cristalino por su pureza) a $ 100 el gramo. El resto de la familia también participaría del negocio.
No se sabe si sus padres lo abandonaron o si él decidió irse de su casa, pero cuando era niño solía deambular por las calles. “Andaba pidiendo y limpiando vidrios en los semáforos”, recordó la fuente. Un vecino conocido como “Gordo Cocina” se apiadó de él y prácticamente lo crió.
Por aquel entonces, el “transa” que habría manejado el negocio en La Costanera era “El Rengo” Ordóñez. Este, a su vez, estaba casado con una tal Margarita, que también tienen antecendentes. Cuando se terminó el amor, la mujer habría trasladado su parte del negocio a Villa 9 de Julio, donde habría comenzado a manejarlo con sus hermanos. Entonces “El Rengo”, que se había quedado solo, contrató a Rogelio como su secretario: una de las tareas que habría tenido a cargo era el delivery de drogas puerta a puerta.
En el barrio afirman que en un momento se produjo un problema entre “El Rengo” y Rogelio, aparentemente por una diferencia de plata. “El Gordo” se habría ido dando un portazo, convirtió el ranchito donde vivía en una casa de material y habría inaugurado su propio quiosco de venta de cocaína.
Un tiempo después, “El Rengo” falleció y Rogelio pasó a ocupar el liderazgo que había quedado vacante. Pero nada fue igual, porque ellos no eran iguales. Con “El Rengo” los vecinos mantenían una convivencia tranquila. “Él hasta los ayudaba. Por ejemplo, si se moría alguien pobre, les compraba el cajón. Entonces él hacía su trabajo tranquilo y no molestaba a nadie”, aseveró un vecino. Con “El Gordo” Rogelio no pasó lo mismo. El hombre tendría problemas con el alcohol y solía pasar días y noches enteras con la música a todo volumen. “Si algún vecino se atreve a denunciarlo o reclamarle que baje la música, es capaz de golpearlo o de salir a los tiros”, aseguró la fuente.
“Siempre se dedicó a la venta de cocaína exclusivamente”, comentó por otra parte una fuente policial. Y precisó que comercializa la “alita de mosca” (como le llaman a un pequeño trozo de cocaína cristalino por su pureza) a $ 100 el gramo. El resto de la familia también participaría del negocio.
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