Cuando la vestimenta del futuro no deja lugar a la del presente

Cuando la vestimenta del futuro no deja lugar a la del presente

Todas las miradas están puestas en la Semana de la Moda. Y las polémicas también.

OK. Bella Hadid con look usable también fuera de la pasarela. OK. Bella Hadid con look usable también fuera de la pasarela.
16 Septiembre 2016

Matthew Schneier / The New York Times

Las luces que se proyectaban en la pasarela eran verdes y simulaban ser un entramado. Simultáneamente, una buena cantidad de humo colmaba el ambiente. La banda sonora empezó siendo una melodía de piano, que rápidamente se transformó en música electrónica. Eran las 21, en la hora 12 del sexto día del New York Fashion Week y el futuro, como era, había llegado.

El escenario, decía la explicación que acompañaba el show que habían ideado Dao-Yi Chow y Maxwell Osborne para DKNY, era “Neo SoHo”. Se pueden imaginar ese lugar: El país de las maravillas del Wi-Fi, que cuenta tus pasos y ordena tus compras. Todos los Starbucks aceptan Bitcoin -moneda digital- y toda tienda es Starbucks.

Chow y Osborne, que se sumaron a DKNY en Abril de 2015, adoptaron una visión elegantemente distópica, una que parecía ser el tema de la noche: el show de Rag & Bone, que había sido una hora antes, también parecía haber sido ambientado en una distopía digital, aunque su colección se sesgaba más suavemente.

El saco a medida de DKNY- ropa para la mujer trabajadora- se había ceñido y endurecido en una especie de caparazón sexy y robótico. No se necesita una camisa debajo. Las mangas de los suéteres de algodón colgaban bien por debajo de las manos de las modelos. Y ya que las tendencias dictan el estilo, no se necesitan manos. Parkas de estilo militar con bolsillos para elementos esenciales o municiones, a elección del usuario, estaban hechas de tul.

“En el futuro, ¿qué definirá el estilo de Nueva York?, preguntaron Chow y Osborne. “La gente habla mucho sobre el pasado de nuestra ciudad, pero a nosotros nos gusta pensar en lo que viene”. Su perspectiva es sombría pero dura, y su ropa parece lista para una guerra que pronto llegará a las calles.

La colección, hecha para crear una imagen visual provocadora, llegó a su punto máximo al final, cuando todas las modelos regresaron en bodies escotados y con capuchas; zapatillas al estilo de botas de astronautas y corpiños. Instagram se los comería, las revistas de moda, posiblemente también. Pero fue también por eso que lo que parecía cool me dejó helado.

En su apuro hacia el futuro, Chow y Osborne son negligentes con el presente, donde las mujeres reales pueden querer ropa que puedan usar en sus vidas reales. Esta era la especialidad de DKNY: ropa de calle, no en el sentido contemporáneo de ropa agresiva y subcultural, sino en el sentido de ropa que se puede usar todos los días en la calle, para trabajar, para salir, sin la necesidad de causar un alboroto indebido.

El nuevo DKNY se está moviendo cada vez más lejos de eso, o al menos eso parece en las pasarelas. Sólo Bella Hadid, la supermodelo naciente, pudo usar ropa en la pasarela que podría usar en la oficina. Es difícil echarle la culpa de esto a Chow y Osborne. Fueron llevados a dirigir DKNY, uno se imagina, no porque se especialicen en crear elementos esenciales que tiene que tener un armario moderno, sino porque representan lo que es nuevo y lo que viene.

La casi obsesión en el New York Fashion Week por lo que se viene, y como llegar ahí rápidamente, va más allá de los diseñadores de DKNY: ha coloreado cada parte del proceso, desde su diseño hasta su entrega -el incipiente movimiento de compra-ahora conspira para enviar la ropa directamente de la pasarela a las tiendas-. Pero ese énfasis en lo novedoso, que muchas veces viene con el costo de perder en diseño funcional, es una característica poco sexy. El futuro estará acercándose rápidamente, ¿pero quién diseña ropa para hoy?

Qué es lo siguiente para DKNY, y Chow y Osborne, también es una pregunta sin respuesta. En julio, LVMH, en un caso raro de descargar de una de sus marcas, vendió DKNY a G-III Apparel Group por U$S 650 millones.

(Traducción Graciela Colombres Garmendia / LA GACETA )

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