El desafío diario de vivir con velo en la Francia actual

El desafío diario de vivir con velo en la Francia actual

La tormenta por la prohibición del burkini en más de 30 ciudades de la costa francesa prácticamente ha callado las voces de las mujeres musulmanas

SALMA ASHRAF. Pelea en Londres por los derechos de las musulmanas. Andrew Testa / The New York Times SALMA ASHRAF. Pelea en Londres por los derechos de las musulmanas. Andrew Testa / The New York Times
10 Septiembre 2016

Lillie Dremeaux / The New York Times

“Esto me recuerda los primeros días en el bachillerato después de la ley que prohíbe el hiyab en las escuelas. Mi maestra me obligó a quitarme el pañuelo de la cabeza frente a todos los demás alumnos. Me sentí humillada… Hoy volví a sentir roto el corazón. Solo vi a esta mujer quitándose la ropa y me pregunté: ¿cuándo terminará?”.

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Hajer Zennou, de 27 años, diseñadora que vive en Lyon, Francia. Se refirió a una mujer a la que habían rodeado policías en una playa en Niza, Francia.

“A mí me insultaron, me escupieron (literalmente) todos los días en el metro, en el ómnibus, en la escuela. No obstante, yo nunca he insultado ni golpeado a nadie. No, yo solo soy una musulmana. Realmente estoy pensando en irme a vivir a otra parte, donde las miradas de otras personas no me hagan llorar cada noche en la cama. Tengo miedo de algún día tener que usar una media luna amarilla en mi ropa, como la estrella de David de los judíos no hace tanto tiempo”.

Charlotte Monnier, de 23 años, estudiante de arquitectura de Toulouse, Francia.

“Sentí curiosidad de ver si en las ciudades donde prohibieron que las mujeres usaran burkinis, dejaban nadar a los perros. La respuesta fue que sí en algunas de ellas. Personalmente, estoy escandalizada de que los perros puedan tener más derechos que una mujer con pañuelo”.

Samia Fekí, de 36 años, gerente de proyectos digitales, de París.

“Cada vez que voy de visita a Marruecos, siento y veo más libertad que aquí, en Occidente”.

Suad el Buchihati, de 26 años, trabajadora social, de Gouda, Países Bajos.

“No me importa quitarme el velo para ir a trabajar. Lo que me molesta es ocultárselo a mis colegas… Claro que no me escondí por mucho tiempo. Me topé con un compañero cuando estaba comprando con una amiga y llevaba puesto el velo. Nos saludamos y le susurré que le explicaría. Me sentí tan mal por haberle mentido todo este tiempo. ¡Fue horrible! Así es que le mandé un mensaje de texto para contarle la verdad. Me dijo que entendía y que no lo repetiría”.

Yadira Slundri, de 22 años, agente administrativa del gobierno local, Toulouse, Francia.

“Aun si hacemos todos los esfuerzos y tratamos de estar ‘integrados’ nos recuerdan constantemente que para estar apropiada y completamente integradas, debemos ceder en nuestros principios y nuestra religión. En nuestra casa, en el trabajo o entre nuestras amistades hay un tipo de presión. No nos atrevemos a aceptar invitaciones de amistades porque estamos hartos de tener que decir que no al alcohol y justificarnos cortésmente, de andarnos con pies de plomo mientras nos aseguramos de no decir nada que pudiera tomarse en forma equivocada. En el trabajo ha habido chistecitos más o menos así: ‘¿Ayudaste a tus primos?’, después de los ataques terroristas. Y, ahora, a nuestras familias que sueltan palabrotas contra los terroristas durante la comida, las insultan con estas leyes nuevas. ¿Así es que, entonces qué? Nos aislamos. Y una vez que empiezas a aislarte, ya no estás integrado”.

Mira Hasine, de 27 años, administradora de una constructora y musulmana practicante que no usa velo, de Orleáns, Francia.

“Ser musulmana en Francia es vivir en un sistema de apartheid en el que las prohibiciones en las playas son solo la encarnación más reciente… Yo creo que estaría justificado que las musulmanas francesas solicitaran asilo en Estados Unidos, por ejemplo, dadas las muchas persecuciones a las que estamos sujetas”.

Karima Mondon, de 37 años, maestra de francés en Casablanca, Marruecos, quien hace poco llegó procedente de Lyon, Francia.

“Yo soy enfermera y uso el velo. En el trabajo me es imposible ponerme el velo. Me lo quito al llegar. Nada en la cabeza, nada de mangas largas, no uso nada que pudiera cubrirme para adherirme a la forma de vivir... de los otros. Se nos niega la posibilidad de ir a la alberca y ahora a la playa. ¿Cuál es el siguiente paso? ¿Vamos a tener que usar medias lunas para que nos reconozcan?”.

Linda Alem, de 27 años, enfermera de un centro de diálisis de París.

“¡Me siento mal al grado de estar paranoide! Como estudiante, tuve un compañero que me dijo salafista y me amenazó de muerte. ¿Por qué? Porque me vio usando un velo en la calle. Cuando fui a ver al subdirector de la escuela, la única solución que se le ocurrió fue amenazarnos con expulsarnos a los dos si no reducíamos las tensiones que él había provocado. Una verdadera pesadilla en la que todos los caminos llevaban a la injusticia… Tengo lágrimas en los ojos al escribir estas palabras y si bien no quiero presentarnos como víctimas, su implacabilidad es tal que me voy a ir de este país tarde o temprano. De seguro que habrán conseguido lo que querían, pero yo no tengo la fortaleza de Rosa Parks. Una ingeniera menos en Francia; ese es su castigo”.

Norta Mahbug, 21 años, estudiante de ingeniería de París.

“Durante mis estudios, he sido alguien que ha trabajado duro. Me encantaba aprender. Pero conforme continué con mi instrucción, perdí toda motivación. Sabía que al ser una musulmana con velo, no tenía ningún futuro en el mundo profesional. Se nos está pidiendo que nos integremos, pero, desafortunadamente, ellos no nos integran a nosotros.

Saadia Akesur, de 31 años, una madre que permanece en su casa, tuvo que quitarse el velo cuando realizó prácticas de partería y, desde entonces, abandonó sus estudios, en Livège, Bélgica.

“Este verano, fui a nadar cerca de Hendaye, en el suroeste de Francia. Era una especie de curiosidad local, pero encontraba que la gente era bondadosa. Parece que los medios de información y los políticos no están en sintonía con lo que la gente piensa”.

Fadua Hachimi, de 41 años, asistente de adquisiciones, Les Lilas, Francia.

“Me siento como una bandida, una especie de criminal que está exigiendo algo ilegal, aun cuando no estoy exigiendo otra cosa que no sea el derecho de ser libre”.

Nadia Lamarti, de 35 años, cuatro hijas, ha estudiado trabajo social, vive en Zellik, Bélgica.

“Me parece una locura que los franceses parezcan estar descubriendo al islam y que sigan hablándonos de integración, aun cuando ya estamos en la tercera o hasta cuarta generación de musulmanes de ascendencia norafricana que vivimos en Francia”.

Asia Bujelifa, de 22 años, estudiante de ciencia política, de Lille, Francia.

“Soy una mujer que se pone este traje de baño que cubre todo. (‘burkini’ es un término que está demasiado cargado.) Yo solía conformarme viendo a otros disfrutar los placeres de nadar; cuando mucho, me metía al agua con mi ropa de calle, lo cual es totalmente impráctico. Esta prenda de vestir ha roto mis cadenas”.

Enayi Lubna, de 30 años, estudiante de la maestría en sociología, Perpignan, Francia.

“Muchísimas gracias por vernos como seres humanos y por tomar en cuenta nuestras opiniones. En Bélgica, como en Francia, para el caso, nunca tenemos la oportunidad de hablar, aun cuando nosotras, las musulmanas (con o sin velo), somos las principales personas interesadas en estas controversias recurrentes sobre el islam y las mujeres. Nos ven como a fanáticas estúpidas que son sumisas a sus maridos o padres. Yo misma soy musulmana, maestra, tolerante, feministas... Y uso velo”.

Jadiya Manuach, de 29 años, maestra de primaria, Bruselas.

“Como una joven musulmana, ya no me siento segura. Me estoy preparando para irme al Reino Unido, donde pueda trabajar y vivir normalmente; pero esto me entristece porque amo mi país, que es Francia”.

Sara Nahal, estudiante de economía y administración, Grenoble, Francia.

“Mi padre ha vivido en Francia desde que tenía ocho años, y ha trabajado desde los 14, pero, a pesar de todo, esto no es suficiente para que Francia nos vea como conciudadanos comunes, ya que mi velo los molesta… ¿Qué podemos hacer? Armarnos de valor y luchar con las armas que tenemos a nuestra disposición: ¡conocimiento, diplomas y voluntad!

Nadia Benabdelkader, 25 años, estudiante, Roubaix, Francia.

La tormenta por la prohibición del burkini en más de 30 ciudades de la costa francesa prácticamente ha callado las voces de las mujeres musulmanas para quienes fueron diseñados los trajes de baño completos. The New York Times solicitó su perspectiva y las respuestas -más de 1.000 comentarios de Francia, Bélgica y más allá- fueron mucho más profundas que la pregunta sobre el traje de baño.

Lo que surgió fue un retrato de la vida de las musulmanas, con o sin velo, en muchos sitios de Europa donde el terrorismo tiene a la gente con los nervios de punta. Un término francés se utilizó docenas de veces: “un combat” o lucha, para vivir el día a día. Muchas que nacieron y crecieron en Francia describieron la confusión que sienten cuando les dicen que regresen a su lugar de origen.

Los tribunales derogaron algunas de las prohibiciones de los burkinis -la de Niza, el sitio del horrendo ataque terrorista el Día de la Bastilla, quedó anulada el 25 de agosto-, pero el debate está lejos de haber terminado.

“Durante años hemos tenido que aguantar las miradas de odio y los comentarios amenazadores”, dijo Taslima Amar, de 30 años, maestra de Pantin, un suburbio de París. “Me han pedido que regrese a mi lugar de origen cuando estoy en mi lugar de origen”, destacó. Ahora Amar y su esposo están viendo cómo salir de Francia.

Laurie Abouzeir, de 32 años, contó que está pensando abrir una guardería para niños en su casa de Toulouse, sur de Francia, porque eso le permitiría llevar puesto el pañuelo en la cabeza, algo que no está bien visto e, incluso, prohibido en algunos centros de trabajo.   

Muchas mujeres escribieron que los prejuicios antimusulmanes se habían intensificado después de los ataque contra Charlie Hebdo en París, en enero de 2015, y en Bruselas, París y Niza más recientemente. Halima Djalab Bouguerra, estudiante de 21 años de Bourg-en-Bresse, Francia, afirmó que el cambio se produjo en 2012, con los asesinatos que cometió Mohamed Merá en el suroeste del país. “Ha cambiado la forma en la que nos ve la gente. “Se han aflojado las lenguas. Ya nadie tiene miedo de decirle a una musulmana que ‘regrese a su lugar de origen’”, subrayó.

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