Por Alejandro Klappenbach
04 Septiembre 2016
reuters
Pasan los partidos. Desfilan los rivales. Y él sigue ahí. Sonriente. Firme con su tenis, todavía sorprendido con los resultados. Otra vez, como en Río de Janeiro, este 2016 tenístico le regala a Juan Martín Del Potro un papel protagónico. El US Open es el escenario. El torneo de sus sueños, ese que en 2009 lo vio tocar el cielo con las manos y levantar el trofeo más importante de su carrera, le sugiere una mueca cómplice y lo invita a quedarse como huésped de honor. Desde el piso de su fábula de cirugías, dudas y regresos, la prensa estadounidense lo ha elevado a la categoría que ya le había otorgado el público: en Flushing Meadows, Juan Martín es un superhéroe. ¿Sus poderes? Un saque que anestesia y un drive con el que fulmina a cualquiera. Y queda claro que por ahora, quienes lo intentaron, ni cerca anduvieron de encontrar el antídoto.
Consumado el inapelable 7-6, 6-2 y 6-3 sobre David Ferrer, que le permite instalarse en octavos de final de uno de los 4 grandes por primera vez desde Wimbledon 2013 (enfrentará mañana al austríaco Dominik Thiem), vale detenernos y exhibir ciertas conclusiones. El tandilense acumuló números y porcentajes destacados en varios rubros estadísticos. Ganó 9 de 9 sets, 3 de ellos en tiebreak. Quebró 14 de 44 games que jugó a la devolución, al tiempo que su saque fue altamente confiable: sólo 6 quiebres sufridos en 46 turnos de servicio. Si miramos los puntos ganados con el primer saque, vemos 133 de los 162 jugados, algo así como el 82%. Y si el foco se pone en su agresividad y contundencia, se encuentra que un poco común 34% de los puntos totales que ganó (104 de 309) fueron winners.
Por fuera de ésto, sabemos que el deporte es bastante más que unos números fríos. Existen en paralelo razones mucho más potentes para explicar ciertos hechos. Entonces, debemos resaltar que se mueve con la soltura de sus mejores tiempos; que cada estadio donde jugó fue un compendio de sensaciones agradables desde y hacia las tribunas; que los días que le tocó jugar fue el hombre a seguir; y que cada conferencia de prensa reflejó el impacto que ha generado su vuelta, aún en proceso de ejecución. El mundo del tenis lo ha recibido como el hijo pródigo que estuvo perdido un tiempo tan largo que amenazó con ser definitivo. Y él, he aquí su mayor mérito, vuelca a su favor toda la energía que se genera a su alrededor.
Consumado el inapelable 7-6, 6-2 y 6-3 sobre David Ferrer, que le permite instalarse en octavos de final de uno de los 4 grandes por primera vez desde Wimbledon 2013 (enfrentará mañana al austríaco Dominik Thiem), vale detenernos y exhibir ciertas conclusiones. El tandilense acumuló números y porcentajes destacados en varios rubros estadísticos. Ganó 9 de 9 sets, 3 de ellos en tiebreak. Quebró 14 de 44 games que jugó a la devolución, al tiempo que su saque fue altamente confiable: sólo 6 quiebres sufridos en 46 turnos de servicio. Si miramos los puntos ganados con el primer saque, vemos 133 de los 162 jugados, algo así como el 82%. Y si el foco se pone en su agresividad y contundencia, se encuentra que un poco común 34% de los puntos totales que ganó (104 de 309) fueron winners.
Por fuera de ésto, sabemos que el deporte es bastante más que unos números fríos. Existen en paralelo razones mucho más potentes para explicar ciertos hechos. Entonces, debemos resaltar que se mueve con la soltura de sus mejores tiempos; que cada estadio donde jugó fue un compendio de sensaciones agradables desde y hacia las tribunas; que los días que le tocó jugar fue el hombre a seguir; y que cada conferencia de prensa reflejó el impacto que ha generado su vuelta, aún en proceso de ejecución. El mundo del tenis lo ha recibido como el hijo pródigo que estuvo perdido un tiempo tan largo que amenazó con ser definitivo. Y él, he aquí su mayor mérito, vuelca a su favor toda la energía que se genera a su alrededor.
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