“Lo que importa de un santo son sus virtudes, no los milagros”

“Lo que importa de un santo son sus virtudes, no los milagros”

El sacerdote jesuita que fue vicepostulador de la causa de beatificación de Mama Antula responde sobre las grandes preguntas en torno a la santa.

PURO FERVOR. Las calles de Santiago del Estero se llenaron de grupos de devotos de la futura beata Antula.- LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL.-   PURO FERVOR. Las calles de Santiago del Estero se llenaron de grupos de devotos de la futura beata Antula.- LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL.-
27 Agosto 2016

(De nuestra enviada especial, Magena Valentié).- Jesuita con más de 50 años de sacerdocio, el padre Ignacio Pérez del Viso le resta importancia a los acontecimientos extraordinarios. Prefiere no detenerse en los milagros en los que ha intervenido un santo, sino en sus virtudes personales, que pueden ser ejemplo para muchos otros. “Para que haya muchos otros santos”, dice.

El milagro en el que intercedió María Antonia de Paz y Figueroa en favor de la religiosa del Divino Salvador María Rosa Vanina sucedió en 1904. María Rosa sufría una colecistitis aguda con shock séptico, y los médicos habían pronosticado su muerte. ¿Por qué pasó tanto tiempo en ser reconocido ese milagro por la Iglesia? El padre Pérez del Viso, que fue vicepostulador de la causa presentada por el episcopado argentino hace más de 40 años (lo sucedió monseñor Santiago Olivera, obispo de Cruz del Eje) conversó con LA GACETA sobre estos temas:

- ¿Cómo se hizo para investigar el milagro cuando había pasado tanto tiempo?

- Confieso que me sorprendió el hecho de que el milagro para la beatificación de Mama Antula haya tenido lugar tanto tiempo antes, pero no me sentí atraído a investigar el tema, dado que el milagro constituye un elemento muy secundario en los procesos de canonización, del cual incluso se puede prescindir. Es lo que hizo el papa Francisco al canonizar a Juan XXIII, dejando de lado el requisito del milagro. Lo importante es la comprobación de sus virtudes, como personas de fe, esperanza y caridad. La exigencia de un milagro para ser proclamado beato y de otro para santo es un tributo que sigue pagando la Iglesia católica al positivismo del siglo XIX. Ante la acusación de que proclamaba santos en base a la piedad popular o supersticiones de la gente inculta, se decidió proceder científicamente. Médicos de renombre certificaban que determinada curación no tenía explicación posible desde el punto de vista de la ciencia médica. Y si algunos de esos personajes eran agnósticos, mejor. La Iglesia tenía así las espaldas cubiertas. Yo espero que algún día se suprima el requisito de los milagros, que más bien “embarra la cancha”, porque lo que es inexplicable hoy podría serlo mañana, en otro contexto científico.

- ¿Por qué pasó tanto tiempo desde la presentación de la causa en Roma hasta la aprobación del milagro?

- Es inmenso el número de causas de canonización que se llevan a Roma continuamente y muchas de ellas quedan archivadas durante siglos. El jesuita Pedro Fabro, compañero de san Ignacio de Loyola y de san Francisco Javier, permaneció como “beato” durante más de cuatro siglos. Uno de los motivos de esos estancamientos puede ser la ausencia de un postulador eficiente que promueva la causa. En la de Mama Antula creo que las dos guerras mundiales dificultaron la comunicación con la Santa Sede desde esta “periferia existencial”. Pero el papa Francisco, de la misma tierra que ella, se interesó por activar este proceso y llevarlo a término. Otro motivo suele ser la adopción de criterios para canonizar, por parte de la Santa Sede. Se tiene en cuenta, por ejemplo, la repercusión política de una canonización. Juana de Arco, que había luchado para expulsar a los ingleses de Francia, fue quemada como hereje, en 1431. Poco después se pidió al Papa su rehabilitación, pero este miró para otro lado, comprendiendo que los ingleses la interpretarían como un acto de hostilidad. Fue canonizada recién en 1920. San Juan Pablo II deseaba canonizar a personas casadas y no quedar encerrado en el molde de los curas y las monjas. Pienso que la causa de Mama Antula avanzó cuando se percibió mejor su influencia en la sociedad colonial, fruto de su fe y de su piedad.

- ¿Desde su visión jesuita, cómo interpreta usted el hecho de que una laica sea beatificada?

- Desde mi visión de jesuita siento como si fuera a ser beatificada una de las nuestras. En el siglo XVIII los reyes borbónicos persiguieron y expulsaron a los jesuitas de sus comarcas. Lograron incluso que un papa suprimiera la orden, en 1773. Pero Mama Antula decidió continuar el trabajo de los Ejercicios Espirituales, que había conocido con los jesuitas. En Rusia, el decreto del papa no se había aplicado y allá continuó existiendo, algo oculta, la Compañía de Jesús. El superior general, conociendo el trabajo de Antula, le escribió desde Rusia, enviándole una “Carta de hermandad”. Hace unos años yo fui vice postulador de su causa y estaré presente ahora en la ciudad de Santiago del Estero, para la beatificación.

- ¿Por qué cree que Mama Antula no es tan conocida en la actualidad cuando en su tiempo sí era famosa? ¿Qué pasó en el medio?

-Ella fue muy conocida en la sociedad colonial, donde era consultada por virreyes y otras autoridades. Pero con la Revolución de Mayo comenzó una reinterpretación de la historia, como si el período colonial hubiera sido una época de opresión y oscurantismo. Olvidaban que nuestra patria había nacido en un “Cabildo abierto”, estructura jurídica colonial que nos sirvió de trampolín. Durante el siglo XX comenzó una rehabilitación de personas e instituciones anteriores a la Revolución de Mayo. En mi reciente libro, “Antula, peregrina de la esperanza”, editado por Agape, recuerdo al historiador jesuita Guillermo Furlong, quien dijo: “María Antonia fue la figura más luminosa, más popular y más simpática que hubo en tierras argentinas”.

- ¿Cuál cree que será el mensaje de esta beata a la Iglesia argentina, especialmente al laicado? ¿Cómo deberíamos interpretar este nuevo mensaje de los tiempos dentro de nuestra Iglesia?

- El mensaje sería que debemos continuar peregrinando juntos en la historia y no en grupos antagónicos, como fue el enfrentamiento entre unitarios y federales o entre peronistas y antiperonistas. En tiempos de Antula había esclavos negros, que constituían cerca de una cuarta parte de la población de Buenos Aires. Cuando las esclavas hacían los Ejercicios o retiros de 10 días, en grupos de 200 o más, sus amas, que los habían hecho previamente, se anotaban para cocinar, servirles la mesa, lavar y limpiar todo. La misión de Antula fue cambiar los corazones para poder cambiar las leyes. Si nos quedamos en la promulgación de leyes, estas quedarán en letra muerta. Se requiere un cambio cultural, para lo cual nos ayudará, a los creyentes, la luz de la fe, al interior de la gran familia humana.


Biografía
Era alta, bella, de ojos azules, y andaba descalza, sucia, con una túnica negra
Su nombre era María Antonia, pero en Santiago del Estero, donde había nacido en 1730, la llamaban cariñosamente Antula. No era monja, sino laica, y como otras jóvenes de aquella época seguía de un modo muy cercano la actividad de los jesuitas. A los 15 años se unió a esas comunidades de laicas consagradas y cambió su apellido de ilustres familias (de Paz y Figueroa) por el humilde “de San José”.
Antula estaba dedicada a los pobres, a quienes alcanzaba comida y consuelo, junto con otras jóvenes laicas, que como ella caminaban descalzas por las calles. La gente la quería tanto que la llamaban “mama” por mamá. En 1767, cuando tenía 37 años, los jesuitas fueron expulsados de América. Mama Antula tomó la posta de los ejercicios espirituales y comenzó a organizarlos, según cuenta el padre Víctor Manuel Fernández en un pequeño libro titulado “Nuestra Mama Antula, caminante del Espíritu”. Llegó a Córdoba en 1776 y en 1779 se trasladó a Buenos Aires. Era una mujer alta, bella y de ojos azules. Pero al verla descalza, sucia, con una túnica negra, muchos la despreciaban. Relata el padre Fernández que algunos muchachos hasta la había tomado por loca. “Loca!, Bruja!”, le gritaban. Después de mucho pedir, Mama Antula logró que el obispo le diera permiso para organizar en Buenos Aires los retiros espirituales. En 1795 logró inaugurar la Casa de Ejercicios Espirituales, que está cargo de las hermanas del Divino Salvador. Ella fue quien difundió en Buenos Aires la devoción a San Cayetano. El 7 de marzo de 1799 María Antonia de San José falleció en Buenos Aires, en la casa que había fundado, y sus restos descansan en la parroquia de La Piedad.
Biografía
Era alta, bella, de ojos azules, y andaba descalza, sucia, con una túnica negra
Su nombre era María Antonia, pero en Santiago del Estero, donde había nacido en 1730, la llamaban cariñosamente Antula. No era monja, sino laica, y como otras jóvenes de aquella época seguía de un modo muy cercano la actividad de los jesuitas. A los 15 años se unió a esas comunidades de laicas consagradas y cambió su apellido de ilustres familias (de Paz y Figueroa) por el humilde “de San José”.
Antula estaba dedicada a los pobres, a quienes alcanzaba comida y consuelo, junto con otras jóvenes laicas, que como ella caminaban descalzas por las calles. La gente la quería tanto que la llamaban “mama” por mamá. En 1767, cuando tenía 37 años, los jesuitas fueron expulsados de América. Mama Antula tomó la posta de los ejercicios espirituales y comenzó a organizarlos, según cuenta el padre Víctor Manuel Fernández en un pequeño libro titulado “Nuestra Mama Antula, caminante del Espíritu”. Llegó a Córdoba en 1776 y en 1779 se trasladó a Buenos Aires. Era una mujer alta, bella y de ojos azules. Pero al verla descalza, sucia, con una túnica negra, muchos la despreciaban. Relata el padre Fernández que algunos muchachos hasta la había tomado por loca. “Loca!, Bruja!”, le gritaban. Después de mucho pedir, Mama Antula logró que el obispo le diera permiso para organizar en Buenos Aires los retiros espirituales. En 1795 logró inaugurar la Casa de Ejercicios Espirituales, que está cargo de las hermanas del Divino Salvador. Ella fue quien difundió en Buenos Aires la devoción a San Cayetano. El 7 de marzo de 1799 María Antonia de San José falleció en Buenos Aires, en la casa que había fundado, y sus restos descansan en la parroquia de La Piedad.


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"Mama Antula me devolvió a mi hijo"

Hace 13 años Cristina Leiva no tenía idea quién era Mama Antula hasta que una mujer le cerró la mano con una estampita adentro. Era el peor momento de su vida. Su hijo Guillermo (Rodríguez), entonces de nueve años, estaba en terapia intensiva, desahuciado por los médicos después de un terrible accidente automovilístico ocurrido el 12 de octubre de 2003. “Salíamos de una fiesta, volvíamos a Loreto, donde vivimos, y en el kilómetro 13 en San Vicente, se nos cruzó una vaca. Mi mamá quedó totalmente golpeada, y mi hijo sufrió lesiones cerebrales gravísimas”, cuenta esta mamá santiagueña con Guille, su hijo, ya de 22 años, a su lado.

Están en la Catedral esperando para hablar con el párroco y entregarle una carpeta con todas las fotocopias de los estudios médicos que le hicieron a Guillermo. Aseguran que la documentación indica que el cuadro del chico era irreversible. “Si logra sobrevivir, va a quedar en estado vegetativo”, le había adelantado uno de los médicos. “Si usted es creyente, rece, porque la fe y la esperanza es lo único que puede salvar a su hijo”, le había aconsejado otro doctor.

“Ese día lo trajimos prácticamente sin signos de vida, le practicaron una traqueotomía, y lo dejaron en terapia intensiva, inconsciente, sin ninguna esperanza de mejoría. Para colmo, en esos días contrajo una meningitis. Una señora amiga de Silípica vino a verme y me trajo una estampita de Mama Antula a quien yo no conocía. Juntas las dos familias comenzamos a rezarle una novena. Y no va a creer …”, se le llenan los ojos lágrimas. Cristina traga saliva y por fin puede hablar: “a los nueve días justito, después de terminar de rezar, mi hijo se despierta. Abre los ojos y en seguida empieza a mejorar. Los médicos no se explicaban qué había sucedido de modo tan repentino”.

“Desde ese día me he prometido dar testimonio todas las veces que pueda porque Mama Antula me devolvió a mi hijo”. Guillermo todavía abraza la gruesa carpeta de certificaciones médicas que va a entregar a la Iglesia para contribuir a la futura causa de canonización, que puede convertir a Mama Antula en santa. Es alto y fuerte y estudia Ingeniería Forestal en la Universidad de Santiago del Estero. Ni el accidente ni la meningitis le dejaron secuelas visibles.

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