14 Agosto 2016
Neil Macfarquhar / The New York Times
MOSCU.- La desaparición en 1945 de Raoul Wallenberg, diplomático sueco que salvó a miles de judíos húngaros de las cámaras de gas nazis, está entre los mayores misterios de la II Guerra Mundial.
Las sospechas del secuestro de Wallenberg en Budapest recayeron, casi de inmediato, en la extinta URSS. Para los soviéticos, las relaciones que Wallenberg había forjado con nazis y estadounidenses olían a espionaje. El rescate de judíos les parecía una pantalla poco convincente. Sin embargo, la desaparición nunca se explicó.
Ahora, los diarios recién publicados del jefe original de la KGB (estaban escondidos en la pared de una casa de campo) han arrojado luz sobre el caso. “No tengo ninguna duda de que liquidaron a Wallenberg en 1947”, escribió Iván A. Serov, un militar soviético que dirigió el servicio de inteligencia entre 1954 y 1958. El libro de Serov se titula Notas de una maleta. Los diarios secretos del primero director del KGB, encontrados más de 25 años después de su muerte.
Contradicciones soviéticas
Pistas prometedoras de que a Wallenberg, el hijo de un familia rica y prominente de industriales suecos, lo habían encarcelado en Moscú surgieron de inmediato, pero luego se desvanecían. En un principio, Alejandra M. Kolontái, la embajadora soviética ante Suecia, le dijo a la madre de Wallenberg que el diplomático estaba bajo custodia, pero se retractó después de que el Kremlin anunciara que no sabía nada sobre el caso.
En los 50, Moscú empezó a liberar prisioneros de guerra y algunos informaron que habían conocido a un interno muy importante. Algunos lo llamaron “misterioso”; otros, sabían su nombre. Suecia empezó a preguntar y, por fin, el Kremlin dio un informe en 1957. Decía que Wallenberg, de 34 años, había muerto de un ataque cardiaco en la prisión, en julio de 1947.
El siguiente paso se dio con el colapso de la URSS en 1991. El Kremlin acordó cooperar en un esfuerzo integral ruso-sueco, que incluyó investigación archivística y entrevistas con empleados de seguridad del Estado, ya retirados. Pero el informe final, en 2000, no dio ninguna conclusión definitiva.
Con el tiempo, el trabajo para rescatar a Wallenberg se convirtió en un símbolo del movimiento internacional por los derechos humanos, pero parecía factible que el misterio de su destino pudiera durar por siempre; hasta que aparecieron los diarios de Serov.
Extrañas y reveladoras
Las memorias de altos funcionarios del Kremlin son raras y estas contienen varias referencias a documentos sobre Wallenberg, hasta ahora desconocidas.
Incluyen un informe sobre la cremación; y otro en el que se cita a Víctor Abakumov, quien precedió a Serov como jefe de seguridad del Estado, pero al que juzgaron y ejecutaron durante las últimas purgas de Josef Stalin en 1954. Al parecer, cuando lo interrogaron, Abakumov reveló que la orden de “liquidar” a Wallenberg había provenido de Stalin y de Viacheslav M. Molotov, ministro de relaciones exteriores.
Nunca ha aparecido la palabra “asesinado” en ningún documento oficial dado a conocer por el lado soviético, según Nikita Petrov, un historiador de la organización Memorial en Moscú, quien se especializa en la época de Stalin.
“No utilizaban esta palabra”, dijo Petrov. “Dicen que, al parecer, lo mataron, pero no sabemos nada sobre esto, no tenemos ningún documento. En el diario de Serov, es posible encontrar esta palaba como un hecho”.
El negado expediente
Las memorias carecen del peso de los documentos oficiales, notó Petrov, pero Serov también escribió que había leído el expediente de Wallenberg. Antes, el servicio de seguridad había negado que existieran tales documentos, según diplomáticos, historiadores y otros que han trabajado sobre el caso desde hace mucho tiempo.
“Debió haber habido un expediente personal o de preso, el cual se le abría a cada prisionero”, señaló Hans Magnusson, un diplomático de alta jerarquía, ya retirado, quien dirigió el lado sueco del grupo de trabajo sueco-ruso. “Los rusos dijeron que no habían encontrado ninguno”.
Familiares
Hace cuatro años, la única nieta de Serov, Vera Serova, de 57 años, una bailarina de ballet ya retirada, decidió renovar el garaje de la casa de campo que heredó de su abuelo en el noroeste de Moscú. Al demoler los muros internos, los trabajadores se toparon con unas cuantas maletas escondidas.
“Pensaron que se trataba de dinero o de oro, pero solo eran documentos”, dijo ella, sonriente.
Marie Dupuy, la nieta de Wallenberg y heredera del esfuerzo familiar continuo para desenterrar la verdad, dijo que le gustaría ver los diarios originales y pedirle al FSB, el organismo sucesor del KGB, los documentos que menciona Serov.
“Persisten diversas preguntas sobre el material fuente, el cual debe evaluarse meticulosamente antes de poder extraer alguna conclusión”, dijo Dupuy, en una entrada en su sitio web.
MOSCU.- La desaparición en 1945 de Raoul Wallenberg, diplomático sueco que salvó a miles de judíos húngaros de las cámaras de gas nazis, está entre los mayores misterios de la II Guerra Mundial.
Las sospechas del secuestro de Wallenberg en Budapest recayeron, casi de inmediato, en la extinta URSS. Para los soviéticos, las relaciones que Wallenberg había forjado con nazis y estadounidenses olían a espionaje. El rescate de judíos les parecía una pantalla poco convincente. Sin embargo, la desaparición nunca se explicó.
Ahora, los diarios recién publicados del jefe original de la KGB (estaban escondidos en la pared de una casa de campo) han arrojado luz sobre el caso. “No tengo ninguna duda de que liquidaron a Wallenberg en 1947”, escribió Iván A. Serov, un militar soviético que dirigió el servicio de inteligencia entre 1954 y 1958. El libro de Serov se titula Notas de una maleta. Los diarios secretos del primero director del KGB, encontrados más de 25 años después de su muerte.
Contradicciones soviéticas
Pistas prometedoras de que a Wallenberg, el hijo de un familia rica y prominente de industriales suecos, lo habían encarcelado en Moscú surgieron de inmediato, pero luego se desvanecían. En un principio, Alejandra M. Kolontái, la embajadora soviética ante Suecia, le dijo a la madre de Wallenberg que el diplomático estaba bajo custodia, pero se retractó después de que el Kremlin anunciara que no sabía nada sobre el caso.
En los 50, Moscú empezó a liberar prisioneros de guerra y algunos informaron que habían conocido a un interno muy importante. Algunos lo llamaron “misterioso”; otros, sabían su nombre. Suecia empezó a preguntar y, por fin, el Kremlin dio un informe en 1957. Decía que Wallenberg, de 34 años, había muerto de un ataque cardiaco en la prisión, en julio de 1947.
El siguiente paso se dio con el colapso de la URSS en 1991. El Kremlin acordó cooperar en un esfuerzo integral ruso-sueco, que incluyó investigación archivística y entrevistas con empleados de seguridad del Estado, ya retirados. Pero el informe final, en 2000, no dio ninguna conclusión definitiva.
Con el tiempo, el trabajo para rescatar a Wallenberg se convirtió en un símbolo del movimiento internacional por los derechos humanos, pero parecía factible que el misterio de su destino pudiera durar por siempre; hasta que aparecieron los diarios de Serov.
Extrañas y reveladoras
Las memorias de altos funcionarios del Kremlin son raras y estas contienen varias referencias a documentos sobre Wallenberg, hasta ahora desconocidas.
Incluyen un informe sobre la cremación; y otro en el que se cita a Víctor Abakumov, quien precedió a Serov como jefe de seguridad del Estado, pero al que juzgaron y ejecutaron durante las últimas purgas de Josef Stalin en 1954. Al parecer, cuando lo interrogaron, Abakumov reveló que la orden de “liquidar” a Wallenberg había provenido de Stalin y de Viacheslav M. Molotov, ministro de relaciones exteriores.
Nunca ha aparecido la palabra “asesinado” en ningún documento oficial dado a conocer por el lado soviético, según Nikita Petrov, un historiador de la organización Memorial en Moscú, quien se especializa en la época de Stalin.
“No utilizaban esta palabra”, dijo Petrov. “Dicen que, al parecer, lo mataron, pero no sabemos nada sobre esto, no tenemos ningún documento. En el diario de Serov, es posible encontrar esta palaba como un hecho”.
El negado expediente
Las memorias carecen del peso de los documentos oficiales, notó Petrov, pero Serov también escribió que había leído el expediente de Wallenberg. Antes, el servicio de seguridad había negado que existieran tales documentos, según diplomáticos, historiadores y otros que han trabajado sobre el caso desde hace mucho tiempo.
“Debió haber habido un expediente personal o de preso, el cual se le abría a cada prisionero”, señaló Hans Magnusson, un diplomático de alta jerarquía, ya retirado, quien dirigió el lado sueco del grupo de trabajo sueco-ruso. “Los rusos dijeron que no habían encontrado ninguno”.
Familiares
Hace cuatro años, la única nieta de Serov, Vera Serova, de 57 años, una bailarina de ballet ya retirada, decidió renovar el garaje de la casa de campo que heredó de su abuelo en el noroeste de Moscú. Al demoler los muros internos, los trabajadores se toparon con unas cuantas maletas escondidas.
“Pensaron que se trataba de dinero o de oro, pero solo eran documentos”, dijo ella, sonriente.
Marie Dupuy, la nieta de Wallenberg y heredera del esfuerzo familiar continuo para desenterrar la verdad, dijo que le gustaría ver los diarios originales y pedirle al FSB, el organismo sucesor del KGB, los documentos que menciona Serov.
“Persisten diversas preguntas sobre el material fuente, el cual debe evaluarse meticulosamente antes de poder extraer alguna conclusión”, dijo Dupuy, en una entrada en su sitio web.
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