Bicentenario de la muerte de Warnes

Bicentenario de la muerte de Warnes

El coronel Ignacio Warnes resistió tres años en Santa Cruz de la Sierra, hasta que lo ultimaron los realistas.

IGNACIO WARNES. Estatua del bravo militar argentino, veterano de Tucumán y Salta, en Santa Cruz de la Sierra. la gaceta / archivo
IGNACIO WARNES. Estatua del bravo militar argentino, veterano de Tucumán y Salta, en Santa Cruz de la Sierra. la gaceta / archivo
Mientras sesionaba en Tucumán el Congreso de las Provincias Unidas, en 1816, el hoy territorio boliviano -el Alto Perú de entonces- ofrecía una feroz resistencia a los realistas. Ya no actuaba en la zona el Ejército del Norte, pues había debido retirarse tras la derrota de Sipe Sipe, en octubre del año anterior. Así, la acción patriota combativa quedó a cargo de los pequeños municipios poblados por indígenas o mestizos, denominados “republiquetas”.

Las cuatro más importantes, eran la que acaudillaba el tucumano Ildefonso de las Muñecas, en Larecaja; la que obedecía al altoperuano Manuel Ascensio Padilla y su esposa Juana Azurduy, entre el Pilcomayo y el Río Grande; la de Vicente Camargo, también altoperuano, entre el Pilcomayo y Cotagaita, y la del coronel argentino Ignacio Warnes, en Santa Cruz de la Sierra. A estas se añadían la de José Miguel Lanza, en Aeropaya; la de Betanzos, en Colpa, y la de Francisco Pérez de Uriondo, en Tarija.

Sangriento 1816

Entre febrero y noviembre de 1816, los ejércitos realistas aplastaron las republiquetas en sangrientos combates. La del tucumano Muñecas fue vencida el 27 de febrero, en Cololó, y su jefe fue asesinado por la espalda el 7 de julio. La de Camargo, en los cerros de Aucapuñima: su líder terminó preso y degollado, el 27 de marzo. La de Padilla, en Laguna, el 14 de setiembre: Padilla fue ultimado por el coronel Aguilera, y su cabeza se colgó de una pica. Y la de Warnes, en Santa Cruz de la Sierra, sería arrasada, junto con su caudillo, el 25 de noviembre de 1816, en la batalla del Pari.

Revisaremos el último de estos dramáticos sucesos de la guerra de la Independencia. De todos ellos se cumple también el bicentenario, y poco o nada los conoce el gran público.

Patriota siempre

El coronel Ignacio Warnes, porteño, venía de una distinguida familia. Nació en 1770, el mismo año que Manuel Belgrano. Era hijo de Manuel Antonio Warnes y de Ana Jacoba García de Zúñiga. Empezaba la década de sus veinte, cuando inició la carrera militar como cadete en los Blandengues de Montevideo. En 1795 era subteniente y estuvo entre los cinco que fundaron y costearon el cuerpo de Blandengues de la Frontera, en 1798.

Peleó en Buenos Aires, en la invasión inglesa de 1806 y en la Defensa, donde logró en buena ley las insignias de teniente. Patriota de la primera hora, revistó en la expedición al Paraguay, que mandaba Manuel Belgrano, y cayó prisionero en uno de los combates. En 1811, ya con grado de teniente coronel, se lo destinó al Ejército del Norte. Luchó con denuedo en la batalla de Tucumán, el 24 de setiembre de 1812, y en la de Salta, el 20 de febrero de 1813. Ya ascendido a coronel, cabalgó junto a Belgrano en la segunda campaña al Alto Perú.

Gobierno y milicia

En el repliegue posterior al desastre de Ayohuma, el creador de la bandera lo designó gobernador de la población altoperuana de Santa Cruz de la Sierra. Allí, Warnes no sólo confirmaría sus probadas dotes de arrojado militar, sino que reveló también sorprendentes condiciones de organizador y de gobernante. Armó un ejército de alta disciplina, al que dio ejemplo trabajando personalmente en el taller que fabricaba armas y municiones.

Sufrió un revés en Las Horcas, pero un mes más tarde, reunido con las fuerzas del coronel Juan Antonio Álvarez de Arenales, se batió, el 25 de mayo de 1811, en la memorable acción de La Florida. Tenía allí el comando del ala derecha del ejército patriota, con la que logró destrozar la caballería realista del coronel Blanco, en una maniobra decisiva para la victoria. Después, Warnes regresó a Santa Cruz de la Sierra, y la convirtió en un verdadero bastión antirrealista.

Aguilera avanza

Fortificó resueltamente el ejército y reorganizó su caballería, armando los destacamentos de Lanceros, Dragones y Auxiliares. Decretó la libertad de todos los esclavos, a condición de que se incorporaran a la fuerza, en los cuerpos de Pardos y Morenos. Con su tropa, atacó al coronel Udaeta, lugarteniente de Blanco. Lo persiguió hasta los campos de Chiquitos y lo derrotó en la batalla de Santa Bárbara, el 7 de octubre de 1815, donde Udaeta terminó muerto.

El mantenimiento de la insurrección en las republiquetas, inquietó justificadamente a los realistas. Entonces, desde Lima, partió una fuerza de unos 1.500 hombres, al mando del coronel Francisco Javier Aguilera. Este atacó primero por sorpresa a las fuerzas de la republiqueta de Miguel Ascensio Padilla, y rápidamente aplastó su resistencia. Padilla trató de huir pero, escribe Emilio Loza, el implacable Aguilera lo persiguió de cerca y “después de alcanzarlo lo derribó de un pistoletazo y lo degolló con sus propias manos”. La cabeza de Padilla fue colgada de una pica en la plaza de Laguna y se sucedió una terrible matanza de insurrectos.

Batalla del Pari

Terminada esta operación, Aguilera se dispuso a cumplir igual tarea respecto de Warnes. El 21 de noviembre de 1816, estaba frente a Santa Cruz de la Sierra, con un aguerrido ejército de 1.200 hombres.

El gobernador Warnes lo aguardaba sobre la margen derecha del arroyo del Pari, en el campo del mismo nombre, al frente de un millar de soldados.

Serían las once de la mañana cuando empezó el combate. Los hombres de Warnes lograron envolver y perseguir a la caballería cochabambina de Aguilera. Pero el Batallón Fernando VII inició un mortífero fuego de fusilería y cañones sobre la infantería patriota, que pronto se desbandó. Con intrépido coraje, Warnes desenvainó el sable y ordenó la lucha cuerpo a cuerpo.

Sable en mano

En un momento dado fue herido en una pierna, a tiempo que otro disparo abatía su caballo. Cayó enredado a tierra y no pudo desembarazarse. Era la misma situación de San Martín en el combate de San Lorenzo, pero faltaban allí el sargento Cabral y el granadero Baigorria. Un soldado realista clavó su bayoneta en el pecho de Warnes y otro le disparó en la cabeza. Su tropa terminó completamente batida. El historiador realista Mariano Torrente escribe que “el formidable Warnes exhaló el postrer aliento sobre un montón de cadáveres”.

La batalla había costado muy cara los realistas, ya que perdieron allí más de 400 hombres. Aguilera dispuso cortar la cabeza de Warnes y la exhibió, clavada en una pica, en la plaza de Santa Cruz de la Sierra. Además, en menos de cuatro meses, ordenó la ejecución de 914 personas de todo sexo y edad, como represalia. El desastroso resultado de la batalla del Pari se supo recién ocho meses más tarde en las Provincias Unidas, dadas las distancias y las dificultades de la comunicación.

Heroísmo olvidado

Con la derrota y muerte de Warnes, escribe Loza, “cayó la última de las grandes republiquetas del Alto Perú. Durante un año habían aferrado e inmovilizado a los vencedores de Sipe Sipe, dando tiempo a que se organizase la defensa de Salta y se reorganizara el ejército del Perú”. Estos valientes lucharon “sin armas, ni recursos, sin una dirección central y aislados del resto del mundo”.

Expresa Bartolomé Mitre, en su “Historia de Belgrano”, que “de los cuatro señalados campeones de esta guerra, cuyas cabezas fueron clavadas en los cuatro puntos cardinales del territorio del Alto Perú -marcando la extensión que la insurrección abarcaba- Camargo y Padilla eran bolivianos, Muñecas y Warnes argentinos”. Subraya que “ellos representan, en su olvidada historia, el consorcio de la revolución argentino-peruana, a la par que la solidaridad en la lucha y en el martirio”.

Vicente Osvaldo Cutolo sintetiza los testimonios de los biógrafos, para trazar un retrato de Warnes. “Era alto, bien formado, de facciones varoniles, frente despejada, mirada penetrante y escrutadora, barba recortada en punta”. Tenía “carácter orgulloso” y “gesto enérgico, dominador y altanero: adusto, austero, emprendedor, temerario y, más que todo, idealista, obsesionado por el cumplimiento del deber”.

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