Hugo Fattoruso, un emblema de la música se define como “apenas un pianista”

Hugo Fattoruso, un emblema de la música se define como “apenas un pianista”

El artista uruguayo cumple 60 años sobre los escenarios con “sed de seguir”, y es un referente global en la fusión entre rock, jazz y candombe.

UN DEBUT FELIZ. Hugo Fattoruso tocó como solista el viernes en Tucumán, con un repertorio de temas propios y de autores de su Uruguay natal. LA GACETA / FOTO DE HÉCTOR PERALTA UN DEBUT FELIZ. Hugo Fattoruso tocó como solista el viernes en Tucumán, con un repertorio de temas propios y de autores de su Uruguay natal. LA GACETA / FOTO DE HÉCTOR PERALTA
03 Agosto 2016
Hugo Fattoruso se disculpa por su agenda ocupada al comenzar el diálogo con LA GACETA, horas antes de actuar. Las reiteradas llamadas telefónicas a Uruguay (no interactúa en las redes sociales de Internet), antes de que venga a Tucumán la semana pasada, quedaron sin respuesta porque sus días discurren de ensayo en ensayo. Más que perdonar, es para admirar.

Por ese motivo, las giras son, de algún modo, su momento de relax y de disfrute. Está tranquilo y gozoso al llegar por primera vez a la provincia, su debut ante el público local que lo esperó paciente durante los 60 años exactos de trayectoria musical que está cumpliendo (y sus 72 años de vida), y que celebró el encuentro con el artista el viernes, en el aula magna de la Facultad de Derecho, pese a la afonía que le impidió cantar como suele hacerlo. La fiesta pasaba por otro lado, por conocer en vivo y en directo a uno de los máximos referentes de la música latinoamericana, a un pianista exquisito y sorprendente y a un acordeonista que volvió a sus raíces luego de décadas alejado de su primer instrumento.

“Estoy felicísimo de conocer Tucumán. Cada vez que subo a tocar lo hago con todo, pero se suma que nunca estuve acá, ni siquiera de viaje. Parezco desamorado, pero mi única expectativa es que les guste lo que toco. Para mí, éso es todo”, afirma en la entrevista realizada en el diario.

- Lo escucharon cuatro generaciones en sus 60 años como músico. ¿Qué siente?

- Sed de seguir. Estoy para continuar hasta el cajón. Me tendrán que acompañar o aguantar, porque lo que hago es mi pasión. Me encanta tanto tocar en vivo como grabar, que es lo que queda. Espero que mi trabajo se mantenga feliz como lo hice y como estoy a través de los almanaques.

- ¿Cómo cambió el público en tantas décadas?

- Yo no me doy cuenta de esos cambios. Los mercados van mudando, pero no los registro. Estoy enfocado en lo que tengo que hacer, en lo que tengo que estudiar, en lo atrasado que estoy y en todo lo que quiero hacer. Nunca fui un gran vendedor de millones de discos, lo que me libera también. Yo firmo cualquier contrato, porque no voy a llevarme 10 páginas para leer ni pasárselas a mi abogado. Todas las palabras que aparecen ahí las conozco, pero cuando los sinvergüenzas (ríe) la encadenan de una manera determinada, no sé lo que quieren decir, no entiendo nada. Pregunto dónde tengo que firmar y lo hago; así me he enojado conmigo mismo varias veces.

- ¿Cómo fueron los inicios?

- Empecé con el acordeón, un instrumento fabuloso, y luego pasé al piano, que sigo estudiando. Empezamos en 1956 con mi padre Antonio y mi hermano Osvaldo en trío, y me gustaba el be bop más que el dixie y el swing.

- ¿Hay herederos del acordeón?

- Depende de la región. Donde se toca chamamé, está lleno de acordeonistas y para toda la vida, como en el litoral o en el Brasil. Pero en el Uruguay se está perdiendo. Lo cierto es que antes era más popular. También se usa en cuartetos, pero es de otro tipo. Yo lo dejé olvidado por mucho tiempo y lo retomé hace poco, cuando Jaime Roos me invitó a unos conciertos. Lo redescubrí.

- Muchas de sus creaciones ya vencieron al almanaque, como el grupo Los Shakers, pioneros del rock en inglés en América Latina.

- Es increíble que se acuerden de nosotros. Éramos unos chiquilines sanos, sin maldad, que cantábamos en un idioma sajón en 1964 en el Río de la Plata. Queríamos imitar algo imposible como The Beatles, como si quisiéramos hacer una Ferrari en el garage de casa, y no se puede.

- Pero no era una mera copia, sino que sumaron sonidos propios montevideanos.

- Mezclamos un poco lo que vivía nuestra alma, algo de tango y de candombe. La pasamos bien, lo disfrutamos mucho.

- Como referente de la fusión desde ese tiempo, ¿en qué instancia está esa propuesta?

- Es permanente dentro mío desde niño, no me lo propuse sino que me sale naturalmente. En mi casa se escuchaba de todo: mi padre arreglaba radios y vitrolas y le gustaba mucho el jazz de Duke Ellington, Louis Amstrong y Bennie Goodman y los negro spirituals; a mi madre, la ópera, la zarzuela y las canzonettas italianas; y tenía un tío gardeliano y tanguero. Y en Montevideo tenemos a los tambores africanos, y mi padre me llevaba de chiquito a escucharlos, cuando no iba ningún blanco y nos miraban de reojo. Escuchaba de todo y eso se metió en mi corazón. No sé lo que hago, no es un género ni otro, pero todo me eriza la piel y sale en forma irreversible.

- ¿Qué seduce del candombe?

- Todo. Las paredes de Montevideo albergan los toques desde siempre. Tengo mi quinteto Barrio Sur para explorar y expresar la riqueza del candombe. Antes tuve que desarmar Rey Tambor por desentendimientos internos, y Grupo del Cuareim fue más para grabación, porque éramos 14 músicos y no llebábamos gente suficiente a ningún lado.

- ¿Desde siempre estuvo esa emoción por la negritud?

- No, me entró cuando me fui lejos, a los Estados Unidos (inicios de los 70) para armar Opa y mezclar jazz, candombe y rock. La distancia me partió el corazón y agrandó la realidad. Se había desarmado Los Shakers, estábamos sin trabajo con mi hermano y nos llamó Ringo Thielmann para que vayamos allá; vendí lo que tenía. y partimos con una mano atrás y otra adelante, y se sumó Rubén Rada. La murga también me hace llorar, porque es un sonido montevideana con las clarineadas, los bombos y los platillos, aunque nunca incursioné. Me encanta la murga argentina, pero es otra cosa, es más baile.

- Hay tres discos emblemáticos de la última etapa. Empecemos por “Dos orientales”, que hizo con el percusionista japonés Yahiro Tomohiro en 2007...

- El es un japonés raro, no es tan amarillo sino que tiene una inclinación negra (ríe). Fue mucho a África para estudiar percusión en Senegal, y también lo seduce la música del Brasil. Nos conocimos en 1985 en esa maravilla social que es Japón, con su orden y su aplicación del sentido común. Yo le llevaba un birimbao de regalo y él me esperaba con un disco de Opa para que se lo firme. Un año después volví, nos encontramos de nuevo y me pidió mi teléfono. Pasaron 10 años y me ubicó en Nueva York, después de llamarme por todos lados. Y ahí empezó el dúo; hicimos giras enormes por su país por tierra, porque no somos Madonna para ir en avión, con grandes músicos latinoamericanos y orientales, y después se lanzó nuestro disco.

- Luego vino “Tango del Este”, el último que hizo con su hermano, fallecido en ese mismo 2012.

- Después de esa grabación, Osvaldo no pudo más. La hicimos con Daniel Maza, gran bajista. Parece una fanfarronada, pero para mí fue un disco y nada más, porque entregamos lo mismo en cada trabajo, lo hacemos con el corazón. Hoy tiene la característica de que él se murió; en ese momento nadie creía que iba a fallecer.

- Y el otro es “Piano forever”, ternado como mejor disco de jazz del año en los premios Gardel.

- Es una idea de mi mano derecha, amigo y manager, Javier Celoria, que me pidió algo y le mandé varios temas inconclusos. Él armó una gira en vivo, grabamos los recitales e hicimos un disco con canciones con letras del estilo “mi amor, te extraño, ¿dónde estabas?”. Soy totalmente romántico. Es muy emocionante que un país que no es el mío me reconozca, es un gran gesto de cariño. Creo que había 240 discos en la categoría, y terminé en la terna.

- ¿Hay algo por fuera de la música?

- Cocino bien (ríe), sobre todo comida brasileña, donde viví ocho años. También currys y carnes. Es un placer diario.

- ¿Y nada se le pegó de la comida norteamericana?

- Estados Unidos no tiene cocina. Hay lugares donde comen buena carne, pero si no fuera por la comida coreana, mexicana, china, japonesa, india, sólo tienen hamburguesas y panchos. Cuando vivía allá, una vecina me contó que habían decidido comer todo natural y me abrió una alacena llena de latas de zanahoria, arvejas, espinaca, etcétera. Brasil sí tiene, y es diferente en cada región.

- ¿Qué consejos les daría a los músicos jóvenes?

- Que escuchen, uno aprende de los compositores y luego que se lance al agua y nade. La música es tan generosa que se puede tocar estudiando y sin estudiar, leyendo y sin leer; pero un artista preparado se nota, porque tiene más data almacenada. Cada músico pone lo mejor de sí.

- ¿Cómo se define?

- Yo soy apenas un pianista que trabaja con lo que puede.

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