10 Julio 2016
“¡Jennifer López se encuentra extraviada!”, exclaman los altoparlantes. Estupor general. “Su mamá, Angélica, la espera en el puesto de locución”, concluye el mensaje. Risas. Son las 14.12 y el desfile está a punto de comenzar porque Mauricio Macri se instaló en el centro del palco VIP. Ingresó saludando con el brazo derecho en alto y lo flanquean, de cara al carril norte de la Mate de Luna, un Borbón (el rey emérito español), una Awada (la primera dama) y un Manzur (el anfitrión). A la vuelta, con la forma de ese sistema de castas llamado protocolo, se acomodan los invitados principales. El resto se distribuye en los palcos laterales, por lo que se hace imprescindible girar la cabeza para pescar algún detalle. Las fotos... ¿valen una tortícolis?
Hacia la Ejército del Norte (el oeste) y la Mitre (el este) sólo se ven cabezas. Muchas cabezas, ocupando cuadras y cuadras. Ojos entusiasmados, celulares que todo lo filman en alto y la desazón colectiva que provocan los problemas de conectividad. Las imágenes no suben a Facebook tan rápido como la multitud pretende. Se calcula que los asistentes llegan a 300.000. Es más del 20% de la población de Tucumán. De tan grande, la cifra abruma. ¿Será mucho? Tal vez son más.
De algo hay que vivir
Justo frente al Presidente, a un puñado de metros, el gusano del miniparque de diversiones no deja de girar. Es un día de gloria para quienes paran la olla gracias al parque Avellaneda, recién remodelado pero con una acuciante carencia de césped. Gaseosas, mates y los sanguches más ricos de todos -los hechos en casa- constituyen el menú de infinidad de picnics. No sólo el gusano trabaja a destajo: la calesita (dice calecita donde venden los boletos), las sombrillas voladoras, los autos chocadores, el trencito... Los chicos piden y los papás, resignados compran los tickets ($ 15, $ 20 o el pase general de $ 50). Más allá, la propuesta es sacarse fotos subidos a dos ponys. El dueño cobra $ 50 u $ 80, tarifa que se decide en el momento conforme a un veloz relojeo del cliente. En el bar Mirasoles hay que hacer fila para conseguir mesa y un nuevo cubanitero, tan elegante como el histórico Carlos Rojas, ofrece la mercadería a $ 10. Revela su nombre: Mauricio Pautasso.
El sol del 9 de julio calienta sin incomodar. Es un día precioso. Los muchachos de La Banda del Camión -parte de la barra brava de San Martín- lucen unos camperones identificados con el Bicentenario. Nobleza obliga: a un par de cuadras, en la zona del Monumento, se ve un par de camisetas de Atlético. Y hablando del Monumento... A velocidad supersónica se hizo parte del paisaje. Como si estuviera allí desde hace años. Al frente, sobre el pasaje Cervantes, está el gomero que sobrevivió a la tala. Y junto al gomero hay que pagar $ 50 por un choripán (dice “buenchori” en el afiche hecho a mano) y una gaseosa.
Mientras los autoconvocados hacen cola, ansiosos a medida que el humito parrillero los envuelve, los invitados disfrutan un servicio excepcional. Eso es del otro lado de la valla, un espacio de promesas y fantasías a la sombra de carpas blanquísimas. Un patio para recreo gastronómico de quienes poblarán los palcos. “Tenemos carbonada, locro, tamales, humita, una cazuela criolla de pollo, bruschetas de pan de campo con productos regionales...”, enumera el chef, Cristian Creche. ¿Hay postre? Pastelitos, tortas fritas, gaznates. ¿Y cuál es la estrella? “¡Las empanadas, claro! De carne y de pollo”, subraya Matilde Vallejo, de Ramón Renta Mora Catering. Las vituallas están calculadas para 1.000 comensales. Habrá más visitas a esta zona, porque la tarde es larga y el estómago jamás se da por vencido.
¿Cuándo empieza?
Los intendentes van y vienen, analizando dónde conviene sentarse. El palco es amplio, alfombrado. Hay sillas negras de plástico que no darán abasto cuando se produzca el aluvión. Más tarde, una de las pasarelas de acceso quedará bloqueada porque cedió un tablón y se hizo un agujero. Dos policías se ocuparán de cuidar que nadie circule por allí.
“¿No ha llegado el rey todavía?”, pregunta Javier Noguera, mientras el “Mellizo” Juan Enrique Orellana reparte abrazos como si fueran caramelos y Roberto Sánchez, impecable con su traje entallado, espera en primera fila. Tafí Viejo, Famaillá y Concepción caben en un metro. El legislador “Tito” Colombres Garmendia charla animado, con el poncho sobre el hombro izquierdo.
El bombín de Alejandro Terán se mueve tanto como la batuta con la que conduce la Hypnofón Orquesta. Los músicos ocupan una tarima frente al palco. Se los ve sonrientes, animados, disfrutando.
El desfile, coordinado por el arquitecto Ricardo Salim, está a segundos de ponerse en marcha. Será una parada larguísima, de alrededor de seis horas. Variopinta al extremo: por la misma avenida marcharán soldados, policías, estudiantes, gauchos, pilotos de TC y representantes de las comunidades originarias. No muchos, porque repudian la presencia de Juan Carlos I, así que un par de carteles sientan posición: ¿Democracia o monarquía?”, se pregunta uno. La comunidad lule deja a todos boquiabiertos. Los varones van descalzos y con el torso desnudo; las chicas, con outfits indigenistas.
Paso a paso
Hubo un tiempo en el que las Fuerzas Armadas tiraban la casa por la ventana cuando les tocaba salir a escena. Será porque volvieron a ser convocadas al cabo de una eternidad de años y no quisieron hacer demasiada bulla; será porque andan tan cortas de material que no hay nada que mostrar... Lo cierto es que las unidades convocadas (infantería, artillería, logística, infantería de Marina) marcharon con lo justo. No se vieron tanques, ni cañones, ni armamento pesado. Mucho menos aviones. Fue un regreso silencioso, pero regreso al fin. Y con aplausos. Esta historia continuará.
Los veteranos de Malvinas se emocionaron e hicieron emocionar. Las medallas tintinearon en muchos pechos. Una bandera recordaba que 23 tucumanos murieron durante aquella guerra, de la que ya pasaron 34 años. Vinieron ex combatientes de todo el país y fueron protagonistas. Desde hace rato están canosos, muchísimos son abuelos. Se los quiere.
La cuestión es que entre los ex combatientes apareció un grupo reivindicándose como soldados del Operativo Independencia. ¿Se colaron? ¿O los colaron? Anoche, la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia emitió un comunicado de rechazo y repudio a esa presencia en pleno desfile.
Manzur le hizo un mimo a la Policía. Sólo así se explica lo extenso de la columna que desfiló: prácticamente todas las unidades de la fuerza tuvieron un lugar. Diciembre de 2013 sigue siendo un mal recuerdo para Tucumán, así que generaron un entusiasmo moderado. Los más apludidos fueron la autobomba, la lancha y los perros. “Este es un desfile cívico, militar... y canino”, lanzó Catto Emmerich desde el micrófono. Le tocó conducir la transmisión durante demasiadas horas, junto a Mariana Soler, y lo hicieron muy bien, soltándose a medida que avanzaba la tarde.
De todo un poco
Pasó Gendarmería, con efectivos camuflados como en las películas. Pasó la Policía de Seguridad Aeroportuaria. Pasó el Servicio Penitenciario. De repente el flujo se detuvo. “Parece que hay una manifestación demorando todo”, informan los altoparlantes. Es el momento de atacar el catering de café y masitas. Ricas las pastafrolas de membrillo, que zumbaban alrededor de Claudio Viña y Fernando Juri Debbo.
De los profesionales del Siprosa y los payaterapeutas pasamos al alumnado. Chiquitos de jardín, primarios, secundarios, terciarios. Un rato después las colectividades regalan un minishow de trajes típicos. Los franceses sobresalen con las pancartas que recuerdan a Lassalle, Hileret, Jacques, Bertres, Groussac y Thays. Muy bien.
Vienen las carrozas, alegorías que representan al interior en un delicioso despliegue de creatividad kitsch. El público, que a esa altura llevaba casi cuatro horas al sol, se divierte en grande. En la de Famaillá viajan cuatro bailarines, dos músicos, dos estatuas y una empanadera de oropeles incuestionables: doña Sara Figueroa. Lo sorprendente es que va cocinando en un horno de barro, acomodado a bordo, y regalando sus delicias al paso.
A las 17.32 se escucha el repiquetear de los corceles. Los caballos son un espectáculo aparte. “¡Qué hermosos ejemplares!”, celebra Catto Emmerich. “¡Y los gauchos también!”, suspira Mariana Soler. Hay un manchado magnífico, conducido con mano maestra. “¡Es como el que montaba Perón!”, grita un abuelo con las 20 verdades atadas a la mirada. Y detrás de los gauchos... los autos de carrera. De las herraduras a las cubiertas. Rugen los motores, ya de noche. ¿Por dónde andaría Jennifer?
Hacia la Ejército del Norte (el oeste) y la Mitre (el este) sólo se ven cabezas. Muchas cabezas, ocupando cuadras y cuadras. Ojos entusiasmados, celulares que todo lo filman en alto y la desazón colectiva que provocan los problemas de conectividad. Las imágenes no suben a Facebook tan rápido como la multitud pretende. Se calcula que los asistentes llegan a 300.000. Es más del 20% de la población de Tucumán. De tan grande, la cifra abruma. ¿Será mucho? Tal vez son más.
De algo hay que vivir
Justo frente al Presidente, a un puñado de metros, el gusano del miniparque de diversiones no deja de girar. Es un día de gloria para quienes paran la olla gracias al parque Avellaneda, recién remodelado pero con una acuciante carencia de césped. Gaseosas, mates y los sanguches más ricos de todos -los hechos en casa- constituyen el menú de infinidad de picnics. No sólo el gusano trabaja a destajo: la calesita (dice calecita donde venden los boletos), las sombrillas voladoras, los autos chocadores, el trencito... Los chicos piden y los papás, resignados compran los tickets ($ 15, $ 20 o el pase general de $ 50). Más allá, la propuesta es sacarse fotos subidos a dos ponys. El dueño cobra $ 50 u $ 80, tarifa que se decide en el momento conforme a un veloz relojeo del cliente. En el bar Mirasoles hay que hacer fila para conseguir mesa y un nuevo cubanitero, tan elegante como el histórico Carlos Rojas, ofrece la mercadería a $ 10. Revela su nombre: Mauricio Pautasso.
El sol del 9 de julio calienta sin incomodar. Es un día precioso. Los muchachos de La Banda del Camión -parte de la barra brava de San Martín- lucen unos camperones identificados con el Bicentenario. Nobleza obliga: a un par de cuadras, en la zona del Monumento, se ve un par de camisetas de Atlético. Y hablando del Monumento... A velocidad supersónica se hizo parte del paisaje. Como si estuviera allí desde hace años. Al frente, sobre el pasaje Cervantes, está el gomero que sobrevivió a la tala. Y junto al gomero hay que pagar $ 50 por un choripán (dice “buenchori” en el afiche hecho a mano) y una gaseosa.
Mientras los autoconvocados hacen cola, ansiosos a medida que el humito parrillero los envuelve, los invitados disfrutan un servicio excepcional. Eso es del otro lado de la valla, un espacio de promesas y fantasías a la sombra de carpas blanquísimas. Un patio para recreo gastronómico de quienes poblarán los palcos. “Tenemos carbonada, locro, tamales, humita, una cazuela criolla de pollo, bruschetas de pan de campo con productos regionales...”, enumera el chef, Cristian Creche. ¿Hay postre? Pastelitos, tortas fritas, gaznates. ¿Y cuál es la estrella? “¡Las empanadas, claro! De carne y de pollo”, subraya Matilde Vallejo, de Ramón Renta Mora Catering. Las vituallas están calculadas para 1.000 comensales. Habrá más visitas a esta zona, porque la tarde es larga y el estómago jamás se da por vencido.
¿Cuándo empieza?
Los intendentes van y vienen, analizando dónde conviene sentarse. El palco es amplio, alfombrado. Hay sillas negras de plástico que no darán abasto cuando se produzca el aluvión. Más tarde, una de las pasarelas de acceso quedará bloqueada porque cedió un tablón y se hizo un agujero. Dos policías se ocuparán de cuidar que nadie circule por allí.
“¿No ha llegado el rey todavía?”, pregunta Javier Noguera, mientras el “Mellizo” Juan Enrique Orellana reparte abrazos como si fueran caramelos y Roberto Sánchez, impecable con su traje entallado, espera en primera fila. Tafí Viejo, Famaillá y Concepción caben en un metro. El legislador “Tito” Colombres Garmendia charla animado, con el poncho sobre el hombro izquierdo.
El bombín de Alejandro Terán se mueve tanto como la batuta con la que conduce la Hypnofón Orquesta. Los músicos ocupan una tarima frente al palco. Se los ve sonrientes, animados, disfrutando.
El desfile, coordinado por el arquitecto Ricardo Salim, está a segundos de ponerse en marcha. Será una parada larguísima, de alrededor de seis horas. Variopinta al extremo: por la misma avenida marcharán soldados, policías, estudiantes, gauchos, pilotos de TC y representantes de las comunidades originarias. No muchos, porque repudian la presencia de Juan Carlos I, así que un par de carteles sientan posición: ¿Democracia o monarquía?”, se pregunta uno. La comunidad lule deja a todos boquiabiertos. Los varones van descalzos y con el torso desnudo; las chicas, con outfits indigenistas.
Paso a paso
Hubo un tiempo en el que las Fuerzas Armadas tiraban la casa por la ventana cuando les tocaba salir a escena. Será porque volvieron a ser convocadas al cabo de una eternidad de años y no quisieron hacer demasiada bulla; será porque andan tan cortas de material que no hay nada que mostrar... Lo cierto es que las unidades convocadas (infantería, artillería, logística, infantería de Marina) marcharon con lo justo. No se vieron tanques, ni cañones, ni armamento pesado. Mucho menos aviones. Fue un regreso silencioso, pero regreso al fin. Y con aplausos. Esta historia continuará.
Los veteranos de Malvinas se emocionaron e hicieron emocionar. Las medallas tintinearon en muchos pechos. Una bandera recordaba que 23 tucumanos murieron durante aquella guerra, de la que ya pasaron 34 años. Vinieron ex combatientes de todo el país y fueron protagonistas. Desde hace rato están canosos, muchísimos son abuelos. Se los quiere.
La cuestión es que entre los ex combatientes apareció un grupo reivindicándose como soldados del Operativo Independencia. ¿Se colaron? ¿O los colaron? Anoche, la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia emitió un comunicado de rechazo y repudio a esa presencia en pleno desfile.
Manzur le hizo un mimo a la Policía. Sólo así se explica lo extenso de la columna que desfiló: prácticamente todas las unidades de la fuerza tuvieron un lugar. Diciembre de 2013 sigue siendo un mal recuerdo para Tucumán, así que generaron un entusiasmo moderado. Los más apludidos fueron la autobomba, la lancha y los perros. “Este es un desfile cívico, militar... y canino”, lanzó Catto Emmerich desde el micrófono. Le tocó conducir la transmisión durante demasiadas horas, junto a Mariana Soler, y lo hicieron muy bien, soltándose a medida que avanzaba la tarde.
De todo un poco
Pasó Gendarmería, con efectivos camuflados como en las películas. Pasó la Policía de Seguridad Aeroportuaria. Pasó el Servicio Penitenciario. De repente el flujo se detuvo. “Parece que hay una manifestación demorando todo”, informan los altoparlantes. Es el momento de atacar el catering de café y masitas. Ricas las pastafrolas de membrillo, que zumbaban alrededor de Claudio Viña y Fernando Juri Debbo.
De los profesionales del Siprosa y los payaterapeutas pasamos al alumnado. Chiquitos de jardín, primarios, secundarios, terciarios. Un rato después las colectividades regalan un minishow de trajes típicos. Los franceses sobresalen con las pancartas que recuerdan a Lassalle, Hileret, Jacques, Bertres, Groussac y Thays. Muy bien.
Vienen las carrozas, alegorías que representan al interior en un delicioso despliegue de creatividad kitsch. El público, que a esa altura llevaba casi cuatro horas al sol, se divierte en grande. En la de Famaillá viajan cuatro bailarines, dos músicos, dos estatuas y una empanadera de oropeles incuestionables: doña Sara Figueroa. Lo sorprendente es que va cocinando en un horno de barro, acomodado a bordo, y regalando sus delicias al paso.
A las 17.32 se escucha el repiquetear de los corceles. Los caballos son un espectáculo aparte. “¡Qué hermosos ejemplares!”, celebra Catto Emmerich. “¡Y los gauchos también!”, suspira Mariana Soler. Hay un manchado magnífico, conducido con mano maestra. “¡Es como el que montaba Perón!”, grita un abuelo con las 20 verdades atadas a la mirada. Y detrás de los gauchos... los autos de carrera. De las herraduras a las cubiertas. Rugen los motores, ya de noche. ¿Por dónde andaría Jennifer?
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