La berlinesa que combate el odio nazi con conciencia y espátula

La berlinesa que combate el odio nazi con conciencia y espátula

UN EJEMPLO. Irmela Mensah-Schramm remueve una calcomanía con mensajes violentos de la derecha radical. Gordon Welters / The New York Times UN EJEMPLO. Irmela Mensah-Schramm remueve una calcomanía con mensajes violentos de la derecha radical. Gordon Welters / The New York Times
04 Junio 2016

Sally Mcgrane / The New York Times

BERLÍN.- Cuando Irmela Mensah-Schramm descendió del tren en Buch, una localidad incendiaria en el norte de Berlín (se ha convertido en una línea de fuego en la crisis de refugiados), su agitación era visible. La última vez que esta mujer de 70 años, y con cabello blanco estuvo ahí, un neonazi local la empujó rudamente. Ahora, dice ella, ni siquiera se aventurará a la ciudad, por temor a que alguien la reconozca y alerte al rufián.

Sin embargo, no hay que alarmarse: hay mucho que esta maestra retirada puede hacer en la estación. En un pasillo, media docena de calcomanías color verde y blanco y de apariencia inocua mostraban, vistas de cerca, el símbolo de la espada y el martillo de un virulento grupo neonazi. En los momentos de calma en el tráfico peatonal, Mensah-Schramm, bien conocida en Alemania por su obstinada campaña para retirar los mensajes neonazis de lugares públicos, rápidamente se puso a trabajar con una espátula.

Mientras trepaba precariamente sobre un pasamanos, Mensah-Schramm arrancó un cartel neonazi que declaraba que “nosotros” nunca celebraríamos el fin de la Segunda Guerra Mundial.

De vuelta, ya segura en el tren, anotó los símbolos borrados -alrededor de una treintena- en su cuaderno de espiral. “Eso suma 72.354 a lo largo de los años”, detalló con una sensación de triste satisfacción. “Es muy pesado”.

Un lema

Durante las últimas tres décadas, y empezando mucho antes del actual alboroto por el torrente de refugiados que está animando a la ultra derecha alemana, Mensah-Schramm ha pasado su tiempo libre -últimamente, varios días a la semana- recorriendo las calles de Berlín, donde vive, así como otras ciudades en todo el país. Cargando un bolso de lona con el mensaje manuscrito de “Contra los nazis”, revisa las estaciones de trenes, las máquinas de preservativos, las dispensadoras de cigarrillos, los campos de juego, los postes de luz y los callejones, siempre en busca de símbolos nazis y lemas antiinmigrantes.

Los elementos ofensivos a menudo acechan entre notas de “bienvenidos refugiados”, entre adhesivos de clubes de fútbol y hasta en el extraño anuncio de un circo. Circulan a menudo con lemas en código como “Queremos vivir” o “Castiguen a los abusadores de niños con todo el rigor”, y con direcciones de Internet de grupos oscuros de la derecha radical.

Cuando encuentra algo objetable -lo cual dice que casi siempre sucede-, quizá tome una fotografía, retire una calcomanía con sus limas o simplemente tome nota del descubrimiento. Luego se deshace de él, ya sea raspando la calcomanía ofensiva o, en el caso del grafiti, borrándolo o simplemente pintando sobre él. “Tengo un fuerte aprecio por la dignidad humana”, asevera Mensah-Schramm. “Cuando veo que la dignidad de alguien es lastimada, lo siento yo misma”.

Una colección

A lo largo de los años, ha acumulado lo que podría ser la colección más extensa de calcomanías y grafiti de la derecha radical en Alemania. “Tiene más que cualquier archivo estatal”, reconoce Isabel Enzenbach, quien organizó una exhibición en el Museo Histórico Alemán, que presentó más de 80 carpetas de material de Mensah-Schramm, la cual da seguimiento a la larga tradición alemana de llenar los muros de mensajes de odio, así como contraargumentos más largos, más divertidos y más amables.

Señalando que las calcomanías antisemitas de la era nazi son consideradas presagios de la violencia, Enzenbach -cuya exhibición también muestra una réplica del bolso de lona “Contra los nazis” de fabricación casera de Mensah-Schramm, junto con removedor de barniz de uñas, una espátula de cocina y una lata de pintura en aerosol- llamó a Mensah-Schramm un modelo de rol para ayudar a producir un cambio social.

“Ella es un poco obsesiva”, manifestó Enzenbach. “Pero todos los coleccionistas lo son”.

Mensah-Schramm estuvo de acuerdo en que la documentación es importante. Sin embargo, dice que su primera prioridad es retirar los símbolos de odio que puedan dañar a grupos vulnerables. “Me sigue en mis sueños”, afirmó. “No creo que pudiera dejarlo si quisiera. Si veo algo, tengo que quitarlo”.

Un recuerdo

Mensah-Schramm nació en Stuttgart en 1945. Lo que ella, como otros de su generación, aprendieron sobre la era nazi fue fragmentario. “En casa, el principio era: Es mejor no hablar de eso”, rememoró. En su juventud, se apartó de su familia, y encontró al suroeste de Alemania demasiado conservador para su gusto. Después de mudarse a Berlín en 1969, dio clases a niños con discapacidades graves y se involucró en el movimiento antinuclear.

Mensah-Schramm sostiene que llegó a un punto de transición a principios de los años 80, cuando visitó un campo de concentración por primera vez. Cuando llegó a casa, vomitó, pero también decidió hacer la misma visita cada año para conmemorar a los muertos. Dijo que unos años después, en 1986, le consternó ver una calcomanía en su parada de autobús que demandaba la liberación de Rudolf Hess, el criminal de guerra nazi encarcelado. La calcomanía la afectó todo el día. Cuando llegó a casa esa noche, seguía ahí. “Nadie la había quitado”, detestó.

Usó su llavero para retirarla raspando, y se sintió mejor. Unos días después, pasó toda una noche recorriendo las calles de su cómodo barrio berlinés y se asombró por las veintenas de mensajes ultraderechistas inadvertidos que encontró. “Después de unas semanas, las calcomanías dejaron de aparecer de nuevo”, recordó. “Demuestra a los neonazis que alguien no está de acuerdo con ellos”.

Un peligro

Las actividades de Mensah-Schramm conllevan riesgos. Durante sus 30 años de raspar, disolver y sobrepintar lemas derechistas, estima que ha sido agredida tres o cuatro veces. Pero también ha sido abrazada por extraños y ha recibido agradecimientos.

Luego están las potenciales ramificaciones legales. “Ella está caminando sobre una línea delgada, si se analizan las leyes alemanas respecto del grafiti y el daño a la propiedad ajena”, alertó Martin Gegenheimer, coordinador de un archivo de grafiti en Berlín. “Se ha metido en problemas algunas veces. Pero su postura es que, moralmente, es más importante deshacerse de estas cosas”.

Conforme aumentan las tensiones en torno al tema de los refugiados en Alemania, otros están siguiendo su ejemplo. El año pasado, Ibo Omari, dueño de una tienda de Berlín que vende pintura para grafiti y artículos relacionados, fundó una organización que ha patrocinado a artistas para convertir unas 20 esvásticas en arte urbano: Cubos de Rubik, mosquitos y búhos. “Ella es la abuela de este proyecto”, aseveró, en referencia a Mensah-Schramm Omari, cuyo video de símbolos rehabilitados se ha vuelto viral. “Ella está mucho más experimentada que nosotros. Ella no está conectada digitalmente como nosotros, pero debería haber sido apoyada hace años”.

Un aliento

Gracias a talleres y visitas escolares, Mensah-Schramm llega a los jóvenes. “Ella está responsabilizándose por la sociedad”, describió Julia Reidl, una maestra de inglés y geografía en el Goethe-Gymnasium en Karlsruhe. Los alumnos de Reidl han redibujado copias de grafitis de la vida real que dicen “Yo amo a Hitler” para ofrecer mensajes más positivos, como “Yo amo a los gatos”, en talleres con Mensah-Schramm. “Lo entienden completamente”, dijo Reidl. “Algunos de los pequeños dijeron: ¡Queremos salir y ayudar! Es muy importante, especialmente en estos días, con todo este odio contra los refugiados y el islamismo”.

Tras caer de las escaleras en una estación de trenes, Mensah-Schramm ha modificado sus actividades. “Tengo que reconocer mis límites”, admitió. Solo puede cargar cierta cantidad de pintura, ya no trepa en estructuras si está sola, y a veces se toma un día libre.

Pero sigue adelante. En la vecina Bernau, detectó un grafiti en una caseta telefónica que instaba a la gente a dar un puñetazo en la boca a quien se opusiera a los derechistas radicales.

Mientras Mensah-Schramm lo borraba, una residente, Ingrid Bramke, de 80 años, expresó su aprobación desde su lugar en una banca cercana. “Definitivamente es bueno que ella esté haciendo esto”, la animó. “Realmente no queremos ningún lema nazi aquí”.

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