Por Gustavo Martinelli
04 Junio 2016
LOGRO. Silvana actuó en un corto del New York Film Academy. Fotos gentileza Silvana Salazar.
La define una sensatez espontánea y delicada… Una sensatez desafiante, se diría... Tan desafiante como su asombrosa manera de llegar a una cita. De hecho, a esta entrevista se presentó modosita y bien arreglada; linda como una muñeca de porcelana rusa; justo en el instante preciso en el que debía llegar: ni un minuto antes; ni un segundo después. “El respeto al otro, la puntualidad y la buena presencia es algo que me enseñaron en AMDA”, aclara con cierto aire de misterio. Un misterio que más tarde se encargará de esclarecer con la misma elegancia de Audrey Hepburn en “Desayuno con diamantes”.
Pero, mejor empecemos por el principio. Silvana Salazar era, hasta hace cuatro años, una aplicada estudiante de Comunicación Social de la UNT, que soñaba con trabajar en una redacción grande y bulliciosa. “El periodismo siempre me pareció una maravillosa escuela de vida, porque ofrece múltiples oportunidades en medio de un torrente de adrenalina”, afirma con gravedad.
Sin embargo a esta chica simpática y discreta, con ojos del color de la ambrosía quemada, siempre le gustó el arte; sobre todo el canto y el baile. Tal vez mucho más que el arte de la palabra.
El inicio
Silvana llegó al mundo en el seno de una familia taficeña que siempre puso a la música como eje de tertulias entre amigos y de prolongadas veladas culturales. Su padre, Aníbal Salazar, (cantante y compositor aficionado) le enseñó los secretos de la guitarra; su madre, Susana Ezquer, las dulzuras del idioma de Shakespeare; y su tía abuela, la gran artista taficeña Ernestina Salazar, los arcanos misterios del grabado y la escultura.
Con esta amalgama primordial, a Silvana no le resultó tan difícil adentrarse en el mundo del arte. Desde pequeña asistió a talleres de pintura, de canto, de guitarra y de inglés con la misma perseverancia que concurría al Colegio Nuestra Señora de la Consolación. “Tuve el privilegio de tener una familia que me apoyó en todo. Aun cuando no tenía en claro muchas cosas”, razona.
Pero el arte siempre fue, para ella, una apuesta insegura cuya opacidad empezó a hacerse inexorable al terminar el secundario. “Me sentía como perdida, porque debía elegir una carrera; una disciplina entre todas las que ya frecuentaba. Y si bien el canto y el baile eran mi pasión, en aquel tiempo no les daba la suficiente identidad profesional como para lanzarme a ellos sin reparos. Los menosprecié durante mucho tiempo. Por eso decidí estudiar Periodismo”, relata.
Sin embargo, ese transcurrir en la UNT no fue traumático. En 2013 rindió sus últimas materias y comenzó a preparar la tesis final que iba a abordar justamente el tema de la comedia musical en la prensa. Fue entonces cuando comenzó esa extraña sucesión de eventos que terminó instalándola en la más completa soledad, allí donde todo es bullicio: en el corazón de Manhatan.
Ella lo cuenta como si todo se hubiera tratado de pura casualidad. “Ya desocupada del cursado en la UNT, decidí finalmente darle una oportunidad a la música y comencé a estudiar jazz. No sabía bien para qué me estaba preparando, pero me dejé llevar por el corazón que, a decir de Pascal, tiene razones que la razón no entiende”, dice con sonrisa franca.
Poco a poco, se fue decantando hacia el teatro musical, una carrera que, en aquellos años, no se dictaba de manera integral en Tucumán. Por eso empezó a estudiar las tres disciplinas (canto, baile y actuación) por separado mientras iba escribiendo su tesis. “Solo hice talleres integrales con Sebastián Fernández y María Eugenia Rufino, fundadores de ‘Chapeau’, la escuela de teatro musical de Tucumán”, dice. Pero el destino le tenía reservado una jugada inesperada.
En mayo de 2014 se enteró de que en Salta se iban a tomar audiciones para participar del Congreso Internacional de Musicales y Ópera Rock que organiza todos los años la escuela de Valeria Lynch y, sin pensarlo demasiado, tomó un bolso, puso dos o tres bártulos y partió rumbo a “La Linda” con los nervios a flor de piel. Sin embargo, la suerte no estuvo de su parte. Cuando llegó ya no se recibían más presentaciones, por lo que tuvo que regresar a las pocas horas. Claro que, optimista como es, nunca se dio por vencida. Casi de inmediato grabó un video con la performance que ya tenía preparada y la envió igual -así, “a la que te criaste”, como diría Julio Cortázar- para consideración de Valeria Lynch. Dos meses después la llamaron para decirle que había sido aceptada. “Te imaginarás mi entusiasmo. ¡No podía creer lo que estaba pasando!”, señala.
El camino empezaba a tomar un rumbo distinto.
El vertiginoso transcurrir
Ya en Buenos Aires, no sólo aprendió los secretos del arte escénico, sino que tuvo la posibilidad de auscultar cómo es el ambiente del teatro musical. “Uno cree que todo en la vida va a ser fácil… Pero en realidad es una sucesión de etapas. Y aceptar esto lleva tiempo”, expresa.
Sin embargo, según cuenta, lo más importante llegó al tercer día de estar en Buenos Aires, cuando la convencieron para audicionar por una beca en Point Park University, con sede en Pittsburgh, Pennsylvania (Estados Unidos). Ya envalentonada, de nuevo tomó coraje, audicionó... ¡y volvió a ganar! “A estas alturas yo no sabía ya si creer que el universo se había alineado para que pudiera cumplir mi sueño o si en verdad se trataba de una prueba para templar el espíritu”, confiesa. Claro, no sabía que muchas veces se trata de las dos cosas juntas.
Lo cierto es que, tras hablar con sus padres y profesores, Silvana se instaló en Pittsburgh donde comenzó un intenso curso de verano que le permitió perfeccionarse sobre todo en danza y actuación. “Era la única alumna del interior de la Argentina, lo cual no hizo más que aumentar mi orgullo de pertenencia”, dice.
A esas alturas ya hablaba fluídamente el inglés, condición necesaria para prosperar en esas latitudes. “Por suerte siempre tuve una muy buena pronunciación, pero con los cursos en Point Park, perfeccioné aún más mi inglés hasta el punto de perder la tonada extranjera. Eso me ayudó a mejorar las audiciones”, relata.
El gran salto
Al final del semestre en Point Park, Silvana ya dominaba muchas de las técnicas que son requeridas en Broadway. Fue justo en ese momento que alguien la convenció de viajar desde Pennsylvania a Nueva York para conocer “La Gran Manzana” y, de paso, audicionar en la prestiogiosa American Musical and Dramatic Academy (AMDA) que acababa de abrir sus ofertas para estudiantes extranjeros. “Al principio, la idea me pareció descabellada. Pero después acepté. Tenía preparada algunas audiciones... ¿qué podía perder?”, recuerda.
Claro que, para esta presentación tuvo que pedir auxilio a sus profesores, quienes le ayudaron a pulir una escena del musical “Carrusel”, un clásico del género.
Ya en Nueva York, la taficeña debió hacer dos presentaciones: una en canto lírico y otra en baile. “Es una universidad muy pequeña pero extremadamente exigente. Son pocos los estudiantes que pueden entrar. Pero esa pequeña estructura es compensada con una intensa y meticulosa preparación, porque los estudiantes pasan a ser conocidos como ‘la próxima generación de Broadway’”, cuenta.
Después de rendir regresó a Tucumán para descansar y avanzar en su postergada tesis. Pero la tregua no duraría mucho. “Unos 50 días después, me llamaron para confirmarme que me habían concedido la beca y que debía viajar a Nueva York para comenzar el curso. Fue todo un cambio de vida porque ahí me di cuenta que este viaje iba a ser sólo de ida. Todo dependía ahora de mí misma. Fue como un quiebre”, recuerda. Y con ese quiebre también llegó la incertidumbre. ¿Cómo iba a vivir dos años allá? ¿Que haría para subsistir? “Pedirle ayuda a mis padres era demasiado... por eso comencé a buscar sponsor. Abandoné la tesis y me instalé así, sin más, en el corazón de Manhattan”, agrega.
El desafío no fue menor. Las clases comenzaban a las 8 de la mañana y terminaban a las 5 de la tarde. La rutina era agotadora. Para poder pagar sus estudios y mantenerse en una ciudad tan costosa, Silvana trabajó como baby sister y como profesora de guitarra. Así, con esa rutina, sus días se volvieron difíciles y el desarraigo empezó a horadar su ánimo. “La soledad y las noches en vela, eran terribles. Convertirme en una visita en mi propia casa era algo para lo que nadie me había preparado”, reflexiona.
Hoy, dos años después, Silvana se ha convertido en la primera tucumana graduada de AMDA y ha dejado ya la seguridad del claustro para adentrarse en el competitivo mundo de las audiciones en Broadway. Vive en el barrio de Washington Heights, aunque trabaja en distintos sectores de Manhattan. “Ahora estoy en un grupo de salsa llamado Karel Flores Lady Team en NYC, con el que hago presentaciones en distintos teatros. También estoy trabajando para una compañía que se llama Bilingual Birdies donde enseño español a niños preescolares a través de la música. Paralelamente me presento en audiciones para musicales en Broadway y para otro tipo de proyectos como filmes y puestas de teatro”, detalla.
De hecho, ha filmado recientemente un par de comerciales y fue la protagonista de un cortometraje del New York Film Academy que acaba de tener su premier en La Gran Manzana. “La verdad que las posibilidades son enormes y eso me entusiasma”, declara.
¿Qué musical le gustaría protagonizar? “Todos los de Disney”, se apresura a contestar. Luego lo piensa mejor y agrega: “también algunos clásicos como ‘West Side History’ o ‘Evita’ por esa cuestión de cercanía y pertenencia a mi país”. Sin embargo, hay una obra con la que sueña desde hace años. Se llama ‘In the Heights’ (En las alturas), que escribió y dirigió exitosamente el gran Lin-Manuel Miranda. “Mi meta, creo, tiene esos acordes”, concluye.
Pero, mejor empecemos por el principio. Silvana Salazar era, hasta hace cuatro años, una aplicada estudiante de Comunicación Social de la UNT, que soñaba con trabajar en una redacción grande y bulliciosa. “El periodismo siempre me pareció una maravillosa escuela de vida, porque ofrece múltiples oportunidades en medio de un torrente de adrenalina”, afirma con gravedad.
Sin embargo a esta chica simpática y discreta, con ojos del color de la ambrosía quemada, siempre le gustó el arte; sobre todo el canto y el baile. Tal vez mucho más que el arte de la palabra.
El inicio
Silvana llegó al mundo en el seno de una familia taficeña que siempre puso a la música como eje de tertulias entre amigos y de prolongadas veladas culturales. Su padre, Aníbal Salazar, (cantante y compositor aficionado) le enseñó los secretos de la guitarra; su madre, Susana Ezquer, las dulzuras del idioma de Shakespeare; y su tía abuela, la gran artista taficeña Ernestina Salazar, los arcanos misterios del grabado y la escultura.
Con esta amalgama primordial, a Silvana no le resultó tan difícil adentrarse en el mundo del arte. Desde pequeña asistió a talleres de pintura, de canto, de guitarra y de inglés con la misma perseverancia que concurría al Colegio Nuestra Señora de la Consolación. “Tuve el privilegio de tener una familia que me apoyó en todo. Aun cuando no tenía en claro muchas cosas”, razona.
Pero el arte siempre fue, para ella, una apuesta insegura cuya opacidad empezó a hacerse inexorable al terminar el secundario. “Me sentía como perdida, porque debía elegir una carrera; una disciplina entre todas las que ya frecuentaba. Y si bien el canto y el baile eran mi pasión, en aquel tiempo no les daba la suficiente identidad profesional como para lanzarme a ellos sin reparos. Los menosprecié durante mucho tiempo. Por eso decidí estudiar Periodismo”, relata.
Sin embargo, ese transcurrir en la UNT no fue traumático. En 2013 rindió sus últimas materias y comenzó a preparar la tesis final que iba a abordar justamente el tema de la comedia musical en la prensa. Fue entonces cuando comenzó esa extraña sucesión de eventos que terminó instalándola en la más completa soledad, allí donde todo es bullicio: en el corazón de Manhatan.
Ella lo cuenta como si todo se hubiera tratado de pura casualidad. “Ya desocupada del cursado en la UNT, decidí finalmente darle una oportunidad a la música y comencé a estudiar jazz. No sabía bien para qué me estaba preparando, pero me dejé llevar por el corazón que, a decir de Pascal, tiene razones que la razón no entiende”, dice con sonrisa franca.
Poco a poco, se fue decantando hacia el teatro musical, una carrera que, en aquellos años, no se dictaba de manera integral en Tucumán. Por eso empezó a estudiar las tres disciplinas (canto, baile y actuación) por separado mientras iba escribiendo su tesis. “Solo hice talleres integrales con Sebastián Fernández y María Eugenia Rufino, fundadores de ‘Chapeau’, la escuela de teatro musical de Tucumán”, dice. Pero el destino le tenía reservado una jugada inesperada.
En mayo de 2014 se enteró de que en Salta se iban a tomar audiciones para participar del Congreso Internacional de Musicales y Ópera Rock que organiza todos los años la escuela de Valeria Lynch y, sin pensarlo demasiado, tomó un bolso, puso dos o tres bártulos y partió rumbo a “La Linda” con los nervios a flor de piel. Sin embargo, la suerte no estuvo de su parte. Cuando llegó ya no se recibían más presentaciones, por lo que tuvo que regresar a las pocas horas. Claro que, optimista como es, nunca se dio por vencida. Casi de inmediato grabó un video con la performance que ya tenía preparada y la envió igual -así, “a la que te criaste”, como diría Julio Cortázar- para consideración de Valeria Lynch. Dos meses después la llamaron para decirle que había sido aceptada. “Te imaginarás mi entusiasmo. ¡No podía creer lo que estaba pasando!”, señala.
El camino empezaba a tomar un rumbo distinto.
El vertiginoso transcurrir
Ya en Buenos Aires, no sólo aprendió los secretos del arte escénico, sino que tuvo la posibilidad de auscultar cómo es el ambiente del teatro musical. “Uno cree que todo en la vida va a ser fácil… Pero en realidad es una sucesión de etapas. Y aceptar esto lleva tiempo”, expresa.
Sin embargo, según cuenta, lo más importante llegó al tercer día de estar en Buenos Aires, cuando la convencieron para audicionar por una beca en Point Park University, con sede en Pittsburgh, Pennsylvania (Estados Unidos). Ya envalentonada, de nuevo tomó coraje, audicionó... ¡y volvió a ganar! “A estas alturas yo no sabía ya si creer que el universo se había alineado para que pudiera cumplir mi sueño o si en verdad se trataba de una prueba para templar el espíritu”, confiesa. Claro, no sabía que muchas veces se trata de las dos cosas juntas.
Lo cierto es que, tras hablar con sus padres y profesores, Silvana se instaló en Pittsburgh donde comenzó un intenso curso de verano que le permitió perfeccionarse sobre todo en danza y actuación. “Era la única alumna del interior de la Argentina, lo cual no hizo más que aumentar mi orgullo de pertenencia”, dice.
A esas alturas ya hablaba fluídamente el inglés, condición necesaria para prosperar en esas latitudes. “Por suerte siempre tuve una muy buena pronunciación, pero con los cursos en Point Park, perfeccioné aún más mi inglés hasta el punto de perder la tonada extranjera. Eso me ayudó a mejorar las audiciones”, relata.
El gran salto
Al final del semestre en Point Park, Silvana ya dominaba muchas de las técnicas que son requeridas en Broadway. Fue justo en ese momento que alguien la convenció de viajar desde Pennsylvania a Nueva York para conocer “La Gran Manzana” y, de paso, audicionar en la prestiogiosa American Musical and Dramatic Academy (AMDA) que acababa de abrir sus ofertas para estudiantes extranjeros. “Al principio, la idea me pareció descabellada. Pero después acepté. Tenía preparada algunas audiciones... ¿qué podía perder?”, recuerda.
Claro que, para esta presentación tuvo que pedir auxilio a sus profesores, quienes le ayudaron a pulir una escena del musical “Carrusel”, un clásico del género.
Ya en Nueva York, la taficeña debió hacer dos presentaciones: una en canto lírico y otra en baile. “Es una universidad muy pequeña pero extremadamente exigente. Son pocos los estudiantes que pueden entrar. Pero esa pequeña estructura es compensada con una intensa y meticulosa preparación, porque los estudiantes pasan a ser conocidos como ‘la próxima generación de Broadway’”, cuenta.
Después de rendir regresó a Tucumán para descansar y avanzar en su postergada tesis. Pero la tregua no duraría mucho. “Unos 50 días después, me llamaron para confirmarme que me habían concedido la beca y que debía viajar a Nueva York para comenzar el curso. Fue todo un cambio de vida porque ahí me di cuenta que este viaje iba a ser sólo de ida. Todo dependía ahora de mí misma. Fue como un quiebre”, recuerda. Y con ese quiebre también llegó la incertidumbre. ¿Cómo iba a vivir dos años allá? ¿Que haría para subsistir? “Pedirle ayuda a mis padres era demasiado... por eso comencé a buscar sponsor. Abandoné la tesis y me instalé así, sin más, en el corazón de Manhattan”, agrega.
El desafío no fue menor. Las clases comenzaban a las 8 de la mañana y terminaban a las 5 de la tarde. La rutina era agotadora. Para poder pagar sus estudios y mantenerse en una ciudad tan costosa, Silvana trabajó como baby sister y como profesora de guitarra. Así, con esa rutina, sus días se volvieron difíciles y el desarraigo empezó a horadar su ánimo. “La soledad y las noches en vela, eran terribles. Convertirme en una visita en mi propia casa era algo para lo que nadie me había preparado”, reflexiona.
Hoy, dos años después, Silvana se ha convertido en la primera tucumana graduada de AMDA y ha dejado ya la seguridad del claustro para adentrarse en el competitivo mundo de las audiciones en Broadway. Vive en el barrio de Washington Heights, aunque trabaja en distintos sectores de Manhattan. “Ahora estoy en un grupo de salsa llamado Karel Flores Lady Team en NYC, con el que hago presentaciones en distintos teatros. También estoy trabajando para una compañía que se llama Bilingual Birdies donde enseño español a niños preescolares a través de la música. Paralelamente me presento en audiciones para musicales en Broadway y para otro tipo de proyectos como filmes y puestas de teatro”, detalla.
De hecho, ha filmado recientemente un par de comerciales y fue la protagonista de un cortometraje del New York Film Academy que acaba de tener su premier en La Gran Manzana. “La verdad que las posibilidades son enormes y eso me entusiasma”, declara.
¿Qué musical le gustaría protagonizar? “Todos los de Disney”, se apresura a contestar. Luego lo piensa mejor y agrega: “también algunos clásicos como ‘West Side History’ o ‘Evita’ por esa cuestión de cercanía y pertenencia a mi país”. Sin embargo, hay una obra con la que sueña desde hace años. Se llama ‘In the Heights’ (En las alturas), que escribió y dirigió exitosamente el gran Lin-Manuel Miranda. “Mi meta, creo, tiene esos acordes”, concluye.
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