Por Silvina Cena
02 Junio 2016
Tal vez lo primero -y lo más sensato- que cabe decir sobre “La lechera”, ya ocurridas sus dos presentaciones en la Fiesta del Teatro, es que vale la pena esperar con ansias una próxima reposición y que, entonces, valdrá la pena que los tucumanos se acerquen a esta maravilla ideada y ejecutada por comprovincianos. El martes, en sus funciones colmadas en El Árbol de Galeano, la obra de Carlos Correa hinchó de orgullo a los espectadores locales y deleitó a los de otras provincias a fuerza de un guión deslumbrante, actuaciones magistrales y un humor astuto que se intuye desde que el primero de los actores entra en escena.
La historia de la “La lechera” parece simple (dos gauchos se disputan una vaca, que finalmente preferirá entregarse al amor de un pajarito), aunque tras esa síntesis se esconden otros temas que pronto se hacen evidentes. Pero antes de eso, o tal vez al mismo tiempo, lo primero es entregarse: a la identificación con los dichos y formas de hablar autóctonos, a la gracia con que los gauchos los representan, a la lírica de ese pajarito, al embeleso de la guitarra en vivo, y a las risas y reflexiones que arrancan los diálogos. En definitiva, y usando una cita del pajarito, entregarse a una obra que no conquista, sino a la que simplemente se sucumbe.
La historia de la “La lechera” parece simple (dos gauchos se disputan una vaca, que finalmente preferirá entregarse al amor de un pajarito), aunque tras esa síntesis se esconden otros temas que pronto se hacen evidentes. Pero antes de eso, o tal vez al mismo tiempo, lo primero es entregarse: a la identificación con los dichos y formas de hablar autóctonos, a la gracia con que los gauchos los representan, a la lírica de ese pajarito, al embeleso de la guitarra en vivo, y a las risas y reflexiones que arrancan los diálogos. En definitiva, y usando una cita del pajarito, entregarse a una obra que no conquista, sino a la que simplemente se sucumbe.
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