25 Abril 2016
ANTICIPO. Carlos Tevez intenta adelantarse a la barrida del central de River, Jonathan Maidana. El “Apache” no gravitó en un superclásico que careció de buen fútbol y jugadas dignas del recuerdo. telam
El cero les sentó bien. Más allá de declaraciones de compromiso y buenas intenciones, Boca y River le pusieron el cuerpo al superclásico en La Bombonera, pero su alma estuvo en otro lado, dividida entre sus próximos quehaceres de Copa Libertadores y el dolor de ya no haber sido en un torneo que es cosa de otros y que nunca los tuvo como animadores.
El salomónico reparto de puntos fue casi un guiño del destino para Guillermo Barros Schelotto y para Marcelo Gallardo, que siguen sin desempatar entre ellos con el traje de entrenadores (van cuatro igualdades, contando la etapa del “Mellizo” en Lanús). Porque perder el derbi siempre pega duro y en este caso tenían permitido no ganarlo.
Con todo, se entiende que haya quedado un sabor agridulce en el paladar de ambos. Para Boca, porque jugaba en condición de local y su eterno rival le puso cierto freno a la algarabía y al optimismo extremos provocados por las últimas goleadas frente a oponentes menores. Y porque perdió a Fernando Gago, en su enésima lesión, otra vez con rotura del tendón de Aquiles, justo ahora que Andrés Cubas está “out”.
Pero habrá que marcar en la columna del haber “xeneize” que con el despliegue y la generosidad y el orden de todos y cada uno supo sostener el cero en su arco jugando casi 80 minutos con un hombre menos, esto último “gentileza” de un Pablo Pérez desquiciado, cuya falta de equilibrio emocional enloqueció de bronca y agotó la paciencia en la popular y la platea.
El vaso medio vacío para River, claro, tuvo que ver con su increíble “logro”: jamás hizo notar su superioridad numérica. Hizo circular la pelota, pero sin la dinámica suficiente, ni la profundidad necesaria, ni la voracidad indispensable para asestar el golpe de gracia. En otras palabras, volvió a perdonarlo a Boca, tal como sucedió hace mes y medio en el Monumental, frente a un adversario groggy y lleno de dudas tras la partida de Rodolfo Arruabarrena y el desembarco de los mellizos.
Si se quiere ver el recipiente medio lleno, para River queda la satisfacción de que se reencontró con parte de aquel espíritu aguerrido que tantas satisfacciones le dio en las noches coperas de 2014 y 2015. Aún sin Leonardo Ponzio y Leonel Vangioni en cancha, en general el resto intentó copar la parada. El “Millonario” tuvo personalidad, lo que no es poco.
Cuando Andrés D’Alessandro conectó, quedó en claro que se trata de un distinto. Como en ese tiro libre que transformó a Agustín Orion en Superman y todo el séquito de superhéroes. El “Cabezón” estuvo presente en las pocas chances que su equipo supo generar. La más clarita fue un offside bien cobrado: por centímetros, 30 años después del gol con la pelota naranja del “Beto”, otro Alonso se vio impedido de gritar en el mismo arco. Nicolás Domingo fue un león en su día, Camilo Mayada –vaya novedad- se corrió todo, y Nicolás Bertolo aportó sacrificio, pero no sentido común: se le nubla la mente cuando tiene que encarar y resolver como lo hacía en Banfield.
Del otro lado, hubo una defensa que aguantó con dos baluartes, Fernando Tobio y Juan Insaurralde, un Leonardo Jara que como volante no desentonó, y un Cristian Pavón intratable: la gente de Boca, se nota, ya lo ama por su velocidad y su desparpajo. ¿Tevez? Poco activo, casi que faltó a la cita. Solo ofreció un par de remates y un par de faltas a su favor que ameritan diploma en clase de actuación.
Ojo que Boca, con un par de centros que generaron sismos de magnitud 8,0 en la escala de Richter en la defensa de River, pudo haber festejado un triunfo mítico, de esos de los que se habla por décadas.
Y eso fue todo, señores y señoras: a descansar y en pocos días a hacer las valijas. Boca viaja a Asunción y River a Quito. La muchachita de sus sueños se llama Libertadores. ¿Quedó claro?
El salomónico reparto de puntos fue casi un guiño del destino para Guillermo Barros Schelotto y para Marcelo Gallardo, que siguen sin desempatar entre ellos con el traje de entrenadores (van cuatro igualdades, contando la etapa del “Mellizo” en Lanús). Porque perder el derbi siempre pega duro y en este caso tenían permitido no ganarlo.
Con todo, se entiende que haya quedado un sabor agridulce en el paladar de ambos. Para Boca, porque jugaba en condición de local y su eterno rival le puso cierto freno a la algarabía y al optimismo extremos provocados por las últimas goleadas frente a oponentes menores. Y porque perdió a Fernando Gago, en su enésima lesión, otra vez con rotura del tendón de Aquiles, justo ahora que Andrés Cubas está “out”.
Pero habrá que marcar en la columna del haber “xeneize” que con el despliegue y la generosidad y el orden de todos y cada uno supo sostener el cero en su arco jugando casi 80 minutos con un hombre menos, esto último “gentileza” de un Pablo Pérez desquiciado, cuya falta de equilibrio emocional enloqueció de bronca y agotó la paciencia en la popular y la platea.
El vaso medio vacío para River, claro, tuvo que ver con su increíble “logro”: jamás hizo notar su superioridad numérica. Hizo circular la pelota, pero sin la dinámica suficiente, ni la profundidad necesaria, ni la voracidad indispensable para asestar el golpe de gracia. En otras palabras, volvió a perdonarlo a Boca, tal como sucedió hace mes y medio en el Monumental, frente a un adversario groggy y lleno de dudas tras la partida de Rodolfo Arruabarrena y el desembarco de los mellizos.
Si se quiere ver el recipiente medio lleno, para River queda la satisfacción de que se reencontró con parte de aquel espíritu aguerrido que tantas satisfacciones le dio en las noches coperas de 2014 y 2015. Aún sin Leonardo Ponzio y Leonel Vangioni en cancha, en general el resto intentó copar la parada. El “Millonario” tuvo personalidad, lo que no es poco.
Cuando Andrés D’Alessandro conectó, quedó en claro que se trata de un distinto. Como en ese tiro libre que transformó a Agustín Orion en Superman y todo el séquito de superhéroes. El “Cabezón” estuvo presente en las pocas chances que su equipo supo generar. La más clarita fue un offside bien cobrado: por centímetros, 30 años después del gol con la pelota naranja del “Beto”, otro Alonso se vio impedido de gritar en el mismo arco. Nicolás Domingo fue un león en su día, Camilo Mayada –vaya novedad- se corrió todo, y Nicolás Bertolo aportó sacrificio, pero no sentido común: se le nubla la mente cuando tiene que encarar y resolver como lo hacía en Banfield.
Del otro lado, hubo una defensa que aguantó con dos baluartes, Fernando Tobio y Juan Insaurralde, un Leonardo Jara que como volante no desentonó, y un Cristian Pavón intratable: la gente de Boca, se nota, ya lo ama por su velocidad y su desparpajo. ¿Tevez? Poco activo, casi que faltó a la cita. Solo ofreció un par de remates y un par de faltas a su favor que ameritan diploma en clase de actuación.
Ojo que Boca, con un par de centros que generaron sismos de magnitud 8,0 en la escala de Richter en la defensa de River, pudo haber festejado un triunfo mítico, de esos de los que se habla por décadas.
Y eso fue todo, señores y señoras: a descansar y en pocos días a hacer las valijas. Boca viaja a Asunción y River a Quito. La muchachita de sus sueños se llama Libertadores. ¿Quedó claro?
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