24 Abril 2016
BUENOS AIRES (Por Marcelo Androetto, especial para LG Deportiva).- En la mañana de ayer, las calles amanecieron humedecidas en La Boca. Una lluvia tenue, devenida llovizna y con potenciales chaparrones vespertinos acrecentó la preocupación sobre las condiciones del campo que albergará hoy una nueva edición del superclásico, pese a que no hay pronóstico de más agua para la hora del partido.
LG Deportiva tuvo la oportunidad de observar el viernes los ingentes trabajos que se hacían y que continuarán realizándose en La Bombonera hasta poco antes del pitazo inicial, con el objetivo de que si hay miseria, que no se note. Enormes ventiladores y febril actividad de carretilleros de arena, en momentos en que el clima había dado una tregua tras la dura golpiza de los días precedentes. Más bombas de achique de napas. Y durante las noches, lámparas que tiene como objetivo recuperar, a corto plazo, lo prácticamente irrecuperable, y minimizar el impacto sobre el inminente Boca-River.
El partido contra Deportivo Cali profundizó esas cicatrices sin césped, sobre todo la más cercana a esos palcos que, según los dirigentes, son los malos de la película por no permitir que el sol seque los trapitos (es decir, borrar las secuelas) de un mantenimiento -y unas condiciones generales- del campo de juego a todas luces deficitarios.
“La principal razón para poder prevenir esta situación se debe al edificio de palcos”, que funge como una pantalla contra el viento y la aireación, además de proyectar una sempiterna sombra en el sector del campo más próximo. El comunicado oficial del club dio esta semana esa explicación extrañamente conveniente acerca del porqué de la tierra blanda, en tiempos de proyectos para la construcción de una nueva Bombonera. Para el mediano plazo, se promete “un cambio de perfil de suelo total” en esa franja de 15 metros.
No hay dudas de que el ensañamiento de la lluvia y la seguidilla de partidos en condición de local fueron partícipes necesarios en el estropicio. Pero no los únicos responsables.
Parece mentira, hace apenas 15 meses los hinchas de Boca compraban macetas a $ 200, con una fracción de césped de La Bombonera que les era ofrecido como “pasto sagrado, con más de 20 vueltas olímpicas”. En aquella pausa estival de inicios de 2015 se hizo la resiembra, pero los resultados, pruebas sobran, no fueron los esperados.
Parece mentira, los protagonistas de uno de los acontecimientos deportivos más atractivos del mundo según el ranking publicado por el diario The Observer en 2004, tengan que mirar de reojo por donde corren o fijarse cómo llevan la pelota en un estadio mítico, que por impericia propias y algunos imponderables, por estas horas se asemeja más a un potrero que a una mesa de billar.
LG Deportiva tuvo la oportunidad de observar el viernes los ingentes trabajos que se hacían y que continuarán realizándose en La Bombonera hasta poco antes del pitazo inicial, con el objetivo de que si hay miseria, que no se note. Enormes ventiladores y febril actividad de carretilleros de arena, en momentos en que el clima había dado una tregua tras la dura golpiza de los días precedentes. Más bombas de achique de napas. Y durante las noches, lámparas que tiene como objetivo recuperar, a corto plazo, lo prácticamente irrecuperable, y minimizar el impacto sobre el inminente Boca-River.
El partido contra Deportivo Cali profundizó esas cicatrices sin césped, sobre todo la más cercana a esos palcos que, según los dirigentes, son los malos de la película por no permitir que el sol seque los trapitos (es decir, borrar las secuelas) de un mantenimiento -y unas condiciones generales- del campo de juego a todas luces deficitarios.
“La principal razón para poder prevenir esta situación se debe al edificio de palcos”, que funge como una pantalla contra el viento y la aireación, además de proyectar una sempiterna sombra en el sector del campo más próximo. El comunicado oficial del club dio esta semana esa explicación extrañamente conveniente acerca del porqué de la tierra blanda, en tiempos de proyectos para la construcción de una nueva Bombonera. Para el mediano plazo, se promete “un cambio de perfil de suelo total” en esa franja de 15 metros.
No hay dudas de que el ensañamiento de la lluvia y la seguidilla de partidos en condición de local fueron partícipes necesarios en el estropicio. Pero no los únicos responsables.
Parece mentira, hace apenas 15 meses los hinchas de Boca compraban macetas a $ 200, con una fracción de césped de La Bombonera que les era ofrecido como “pasto sagrado, con más de 20 vueltas olímpicas”. En aquella pausa estival de inicios de 2015 se hizo la resiembra, pero los resultados, pruebas sobran, no fueron los esperados.
Parece mentira, los protagonistas de uno de los acontecimientos deportivos más atractivos del mundo según el ranking publicado por el diario The Observer en 2004, tengan que mirar de reojo por donde corren o fijarse cómo llevan la pelota en un estadio mítico, que por impericia propias y algunos imponderables, por estas horas se asemeja más a un potrero que a una mesa de billar.
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