La energía de Betiana Blum sube a escena

No se equivocó Betiana Blum: volvió a leer la obra de Willy Russell. Hace unos años, estando ella en otro proyecto, se la había ofrecido el teatrista uruguayo Mario Morgan. “Me di cuenta de que este era el momento, que tenía la madurez necesaria, y que la gente necesitaba escuchar este texto por lo que dice, por cómo está construido. Quien viene al teatro se va feliz. Y yo estoy feliz. Estamos viviendo momentos en que se necesita el humor, con reflexión, y que toque el corazón... Es una historia de éxito”, afirma la actriz chaqueña.

- Le das vida a un ama de casa que aprende a encontrarse. No es el caso de Betiana Blum.

- A todos nos toca de alguna manera: el tema de la obra es cómo en una etapa de la vida está todo por hacerse: los niños y adolescentes tienen toda la energía de la vida misma, son libres. Después los adultos toman roles y se identifican con ellos: y la vida se empieza a transformar en algo rígido porque se pierde esa alegría inicial. Olvidamos que esa energía de vida en realidad es lo único real que existe. De una manera deliciosa y con mucho humor la obra plantea qué pasó con Shirley Valentine, o qué paso con Juan Pérez; dónde me quedé. Habla de recuperar esa energía inicial.

- Tu actuación anterior fue en un contexto actoral coral (Adictas a vos”, de Marcos Carnevale). ¿Ahora es tu etapa unipersonal?

- La forma me es indistinta. No elegí la obra porque es unipersonal sino por el contenido, por lo que dice, por dónde lleva al espectador.

- ¿Cómo es eso de la profesión del teatro?

- El teatro, como dice Stanislavsky, es un acto de amor; el actor tiene que entregarse amorosamente a la profesión, sin egoísmos. Cuando enseño pongo el acento en esto. Hay que trabajar con la persona: si no sabe amarse a sí misma, valorarse y respetarse, le va a ser muy difícil la carrera porque se requiere estar todo el tiempo expuesto. El actor debe estar cómodo consigo mismo, y desde ahí va a poder proyectar su individualidad, no tratando de parecerse a este o a aquel. Si una persona logra expresar su individualidad es muy factible que le vaya bien.

- ¿Hay alguna obra o personaje que te haya marcado?

- Todos los espectáculos te dejan alguna enseñanza. Siempre recuerdo la humildad de Teresa, en “Rosa de lejos”. Aquel personaje me costó muchísimo porque era muy simple, muy humilde; pero hay que poder decir “quiero menos”.

- Eras “Nora” en “Esperando la carroza”. ¿Cómo se explica que se haya transformado en un clásico del cine nacional?

- Hay un guión de Langsner que es maravilloso; después Doria lo contó genial, y también un grupo de actores de carrera ya, que trabajábamos respetuosamente: decíamos el texto tal como era, dábamos el pie al compañero, lo que el director proponía, se hacía. Trabajamos con disciplina, con alegría y entrega, por eso no es casual que haya perdurado en el tiempo. Siempre lo recalco porque ahora hay mucho “cualquierismo”. Cuántos programas de TV hay que no se entiende nada porque hablan todos juntos. Justamente para qué estudia el actor; para completar una idea, y si otro te tiene que interrumpir está pautado que te interrumpa y tendrá que entrar justo, con la concentración y la disciplina al pie del otro, y que parezca que lo interrumpió.

- Teatro, cine, TV; ¿dónde te sentís más a gusto?

- En todos; cada uno tiene su encanto. La TV plantea el desafío diario de hacer en el día; el cine es más elaborado, y el teatro es la prueba del actor porque no te tiene que salir bien solo una vez; no hay corte, no hay arreglo, no hay primer plano; tenés que expresar con todo el cuerpo, y además es vivo, por eso es maravilloso. Hay pocas artes que queden tan vivas como el teatro. Amo mi profesión y además me divierte.

HOY

• A las 21, en el Teatro Alberdi (Jujuy 91). Entradas 2 x 1 con Club LA GACETA