28 Febrero 2016
“Le rezamos a Paulina, y le pedimos que no haya más mujeres que mueran así”
Hace 10 años, dos hermanos iban a caballo por la ruta 341, en Tapia, y se toparon una escena terrible. Hoy, en ese lugar hay una gruta, donde los pobladores dejan flores y oraciones. “Fue lo más grave que pasó aquí”, dijo una vecina. El pueblo fue clave para dilucidar el encubrimiento, afirmó Alberto Lebbos.
JUNTO AL CAMINO. La gruta que conmemora el sitio del hallazgo de Paulina está adornada con flores. A su lado hay también una cruz de madera. / FOTO JORGE OLMOS SGROSSO
En la serena siesta de Tapia, subiendo por una angosta curva de la ruta 341, el caballo que montaba Sergio Goitea se retobó una vez, y luego otra, agitado por el espanto. El baquiano interpretó los instintos del animal y cruzó miradas con su hermano, Marcelo Goitea. Sergio se apeó y se acercó a la cuneta. Entre los matorrales, antes de un pronunciado barranco, divisó algo que lo dejó helado, sin reacción.
“Vení, fijate”, alcanzó a decirle a Marcelo.
Primero reconocieron la delgada mano blanca, en cuya muñeca había un reloj. Luego, el inmóvil cuerpo de una mujer joven, vestido con una pollera negra y una remera rosa.
Esa tarde del 11 de marzo de 2006, los hermanos Goitea se estremecieron como nunca antes. Y el pueblo de Tapia junto a ellos.
Con el paso de los años, sin embargo, quienes pasan a menudo por el lugar donde fue hallada Paulina Alejandra Lebbos dejaron de sentir pavor, y comenzaron a sentir algo muy distinto. “Con mi hermana fuimos caminando varias veces a prenderle velitas. Le rezamos, y le pedimos que no haya más mujeres que mueran así, que a nadie de aquí le pase algo así”, contó Sandra Rivero, de 27 años y madre de tres hijos.
Como ella, muchas otras personas del lugar se acercan a dejar sus oraciones frente a la gruta que conmemora a Paulina. A tal punto que, donde durante años hubo sólo una cruz, edificaron una pequeña casita revestida con cerámicos celestes. “Unos muchachos que trabajan en la fábrica de yeso le armaron la grutita. Siempre vamos con mi hija”, relató Azucena Tul, de 50 años. Ella vivía en Raco cuando la joven estudiante de Ciencias de la Comunicación fue arrojada a la vera de la ruta 341, ya sin vida, por el o los hombres que la mataron. O quizás por sus cómplices.
En una curva
Dos líneas amarillas sobre el pavimento sirven de advertencia a los conductores. Hacia un costado de la cerrada curva hay un barranco, que precede a un monte profuso y extenso. Más allá sólo se ven los cerros y el cielo. A la vera de la ruta 341, en el kilómetro 2,8, sólo un árbol ofrece sombra cerca del sitio donde fue hallada Paulina. Pero no conviene cobijarse debajo de sus ramas por mucho tiempo: al parecer, unas abejas eligieron ese lugar para levantar su panal.
De todas formas, hay quienes se acercan de a pie o a caballo para rezar frente a la gruta. De paso, adornan la pequeña construcción con flores -naturales y de tela-, rosarios y muchas, muchas herraduras. “Cuando no me siento del todo bien o estoy muy estresada, me voy caminando hasta allá y me persigno. Me hace bien”, narró Florencia Sánchez, de 30 años. La última vez que necesitó dar ese paseo, agregó, fue en diciembre, antes de las fiestas de Fin de Año.
Las vecinas que hablaron con LA GACETA el jueves pasado coincidieron en que se trató de algo espontáneo. Nadie sabe muy bien cómo ocurrió, pero lograron transformar un sitio de reminiscencia trágica en un espacio positivo. “Fue lo más grave que ha pasado aquí”, señaló Jimena Roldán, de 24 años. Ella, al igual que otra gente del lugar, respeta la fe de sus vecinos, pero no siente nada particular por la curva donde fue hallada Paulina. “Para mí es una gruta como otras que hay por aquí”, comentó Roldán, más preocupada por el agua sucia que salía de los caños de su casa debido a las tormentas que por otros asuntos.
Romina López, de 26 años, tampoco suele ir por esos lares. Pero sí su esposo. “El es bastante callado, pero sé que, cuando ve la gruta, se persigna. Aquí es mucha la gente que le reza a Paulina”, comentó.
María Gloria Bórquez, de 49 años, hace tiempo que no camina por ese tramo de la ruta 341. “Viene haciendo bastante calor. Pero soy una persona de fe, así que he ido a rezar muchas veces”, explicó.
El final y el principio
Tapia fue el último escenario en la secuencia del homicidio de Lebbos. Y, a la vez, el punto inicial de la aún inconclusa investigación.
A unos 35 kilómetros de allí, la madrugada del 26 de febrero de 2006, Paulina fue vista por última vez con vida por sus amigos. Tenía 23 años. Había ido a festejar a la zona del ex Abasto, junto a unas compañeras de facultad con quienes había aprobado una nueva materia. Poco después de salir del boliche, cerca de las 6, subió a un remise con Virginia Mercado. La joven salteña se bajó en la cuadra de calle La Rioja al 400, según declaró en la causa, y Paulina siguió camino. Permaneció desaparecida hasta que los hermanos Goitea la encontraron junto a la ruta. Nadie sabe aún cómo llegó allí.
“Con orgullo”
En aquellos tiempos había muchas menos casas que ahora en Tapia. De todas formas, continúa siendo un poblado apacible.
Alberto Lebbos, padre de Paulina, visitó en varias ocasiones la gruta que conmemora a su hija. Y está muy agradecido a los vecinos. “Ellos tienen que decir con orgullo que son de Tapia. Es el pueblo que nos permitió descubrir que había encubridores en el caso de Paulina. Y es un lugar hermoso, muy tranquilo”, dijo Lebbos. Él, al igual que los pobladores, le dio un nuevo significado al lugar donde fue hallada su hija. “Yo espero que la gruta nos sirva para recordar, para que no se repita la impunidad nunca más en Tucumán”, aseguró.
“Vení, fijate”, alcanzó a decirle a Marcelo.
Primero reconocieron la delgada mano blanca, en cuya muñeca había un reloj. Luego, el inmóvil cuerpo de una mujer joven, vestido con una pollera negra y una remera rosa.
Esa tarde del 11 de marzo de 2006, los hermanos Goitea se estremecieron como nunca antes. Y el pueblo de Tapia junto a ellos.
Con el paso de los años, sin embargo, quienes pasan a menudo por el lugar donde fue hallada Paulina Alejandra Lebbos dejaron de sentir pavor, y comenzaron a sentir algo muy distinto. “Con mi hermana fuimos caminando varias veces a prenderle velitas. Le rezamos, y le pedimos que no haya más mujeres que mueran así, que a nadie de aquí le pase algo así”, contó Sandra Rivero, de 27 años y madre de tres hijos.
Como ella, muchas otras personas del lugar se acercan a dejar sus oraciones frente a la gruta que conmemora a Paulina. A tal punto que, donde durante años hubo sólo una cruz, edificaron una pequeña casita revestida con cerámicos celestes. “Unos muchachos que trabajan en la fábrica de yeso le armaron la grutita. Siempre vamos con mi hija”, relató Azucena Tul, de 50 años. Ella vivía en Raco cuando la joven estudiante de Ciencias de la Comunicación fue arrojada a la vera de la ruta 341, ya sin vida, por el o los hombres que la mataron. O quizás por sus cómplices.
En una curva
Dos líneas amarillas sobre el pavimento sirven de advertencia a los conductores. Hacia un costado de la cerrada curva hay un barranco, que precede a un monte profuso y extenso. Más allá sólo se ven los cerros y el cielo. A la vera de la ruta 341, en el kilómetro 2,8, sólo un árbol ofrece sombra cerca del sitio donde fue hallada Paulina. Pero no conviene cobijarse debajo de sus ramas por mucho tiempo: al parecer, unas abejas eligieron ese lugar para levantar su panal.
De todas formas, hay quienes se acercan de a pie o a caballo para rezar frente a la gruta. De paso, adornan la pequeña construcción con flores -naturales y de tela-, rosarios y muchas, muchas herraduras. “Cuando no me siento del todo bien o estoy muy estresada, me voy caminando hasta allá y me persigno. Me hace bien”, narró Florencia Sánchez, de 30 años. La última vez que necesitó dar ese paseo, agregó, fue en diciembre, antes de las fiestas de Fin de Año.
Las vecinas que hablaron con LA GACETA el jueves pasado coincidieron en que se trató de algo espontáneo. Nadie sabe muy bien cómo ocurrió, pero lograron transformar un sitio de reminiscencia trágica en un espacio positivo. “Fue lo más grave que ha pasado aquí”, señaló Jimena Roldán, de 24 años. Ella, al igual que otra gente del lugar, respeta la fe de sus vecinos, pero no siente nada particular por la curva donde fue hallada Paulina. “Para mí es una gruta como otras que hay por aquí”, comentó Roldán, más preocupada por el agua sucia que salía de los caños de su casa debido a las tormentas que por otros asuntos.
Romina López, de 26 años, tampoco suele ir por esos lares. Pero sí su esposo. “El es bastante callado, pero sé que, cuando ve la gruta, se persigna. Aquí es mucha la gente que le reza a Paulina”, comentó.
María Gloria Bórquez, de 49 años, hace tiempo que no camina por ese tramo de la ruta 341. “Viene haciendo bastante calor. Pero soy una persona de fe, así que he ido a rezar muchas veces”, explicó.
El final y el principio
Tapia fue el último escenario en la secuencia del homicidio de Lebbos. Y, a la vez, el punto inicial de la aún inconclusa investigación.
A unos 35 kilómetros de allí, la madrugada del 26 de febrero de 2006, Paulina fue vista por última vez con vida por sus amigos. Tenía 23 años. Había ido a festejar a la zona del ex Abasto, junto a unas compañeras de facultad con quienes había aprobado una nueva materia. Poco después de salir del boliche, cerca de las 6, subió a un remise con Virginia Mercado. La joven salteña se bajó en la cuadra de calle La Rioja al 400, según declaró en la causa, y Paulina siguió camino. Permaneció desaparecida hasta que los hermanos Goitea la encontraron junto a la ruta. Nadie sabe aún cómo llegó allí.
“Con orgullo”
En aquellos tiempos había muchas menos casas que ahora en Tapia. De todas formas, continúa siendo un poblado apacible.
Alberto Lebbos, padre de Paulina, visitó en varias ocasiones la gruta que conmemora a su hija. Y está muy agradecido a los vecinos. “Ellos tienen que decir con orgullo que son de Tapia. Es el pueblo que nos permitió descubrir que había encubridores en el caso de Paulina. Y es un lugar hermoso, muy tranquilo”, dijo Lebbos. Él, al igual que los pobladores, le dio un nuevo significado al lugar donde fue hallada su hija. “Yo espero que la gruta nos sirva para recordar, para que no se repita la impunidad nunca más en Tucumán”, aseguró.
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