“Mató, se quedó tranquilo y lo encubrieron”

“Mató, se quedó tranquilo y lo encubrieron”

26 Febrero 2016

Santiago Garmendia - Filósofo

El título es la espantosa inversión local del nombre de la película de Woody Allen “Robó, huyó y lo pescaron”, sobre un delincuente de poca monta que fracasa a cada instante. Las diferencias, entre comedia y drama, entre ficción y realidad, cobran su verdadera dimensión trágica cuando se las piensa desde la impunidad con que actuaron los asesinos reales. La impunidad no es una contingencia ni un error arbitrario en la Justicia. Es una red estable de relaciones que están complejamente engarzadas, que van desde el silencio hasta la lisa y llana adulteración de evidencia. Una larga serie de pequeños actos en torno al crimen, antes y después, posibilitándolo, consagrándolo y actualizándolo a cada minuto ante nuestros ojos.

Un simple cálculo de las características y magnitud de las tergiversaciones que se produjeron nos dan como resultado un conjunto increíble, aunque no insospechado, de gente involucrada.

La pesadilla institucional

La Justicia no debiera depender del peregrinar de las víctimas, familiares y amigos (no simples familiares de víctimas). A la pesadilla del dolor personal se le suma la pesadilla institucional, así que vaya mi enorme admiración por llevarlo al único terreno posible: la lucha política. Porque estos grupos no tendrían que existir y sin embargo es necesario que así sea. Es necesario aquí, donde lo otro también existe. Porque son la contracara de esa estructura de encubrimiento, son la organización que espeja esa red de encubrimientos con la esperanza de cumplir con la Justicia.

Un lugar de reclamo y resistencia en el que ninguno de ellos pensó jamás que se vería; y uno en el que jamás piensan que van a estar quienes no han padecido directamente la impunidad.

En nuestro imaginario no van a cesar nunca las conjeturas sobre lo ocurrido con Paulina Lebbos (y con tantos otros) hasta que no se tape ese vacío, las horas eternas entre su desaparición y el peor final, sumadas al largo tiempo de la ocultación sistemática de la verdad.

Ese tiempo es un agujero negro y una de esas vergüenzas que nos tendrían que hacer abochornar cada tres pasos, como aquel personaje de la novela de César Aira. Mayor bochorno es que no nos avergüence como debe, que estemos tan anestesiados y nos creamos inmunes. Es el crimen del crimen, es la celebración de la violencia y de la inequidad.

Como dice Bernard Shaw, nada es tan cruel como la impunidad. Agreguemos que nada más parecido a la injusticia que esperar 10 años en el pasillo de la justicia.

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