Durante algo más de cuatro meses, un personaje hasta entonces ignoto gobernó Tucumán. Se llamaba Abraham González. No se conoce su retrato, ni hay precisión sobre la fecha de su muerte. El general Bartolomé Mitre, en su “Historia de Belgrano”, lo calificó de “hombre vulgar, gran charlatán y de malas costumbres”. Vale la pena echar una mirada al hombre y a su tiempo.
González era uruguayo, nacido en Concepción de Misiones en 1782. Estaba llegando a la treintena cuando formó en las filas patriotas que resistían el sitio de Montevideo. Estuvo en los dos asedios y fue recibiendo ascensos militares: portaestandarte de Infantería, subteniente tras su actuación en la batalla del Cerrito (1812); teniente segundo luego. En la toma de Montevideo, en 1814, fue uno de los condecorados con medalla de plata por el Directorio, y promovido a teniente primero.
Una noche de 1819
A fines de 1814, pasó a Jujuy y se incorporó al Ejército del Norte. Ascendería a capitán. Estuvo, a órdenes de José Rondeau, en la última campaña al Alto Perú, cerrada con el desastre de Sipe Sipe. Cayó enfermo en la retirada y, restablecido, se reincorporó a la fuerza patriota. Estuvo destacado en Trancas, de donde pasaría a Tucumán.
La noche del 11 de noviembre de 1819, mientras la población dormía, González, con los capitanes Felipe Heredia y Manuel Cainzo, derrocaron al gobernador de Tucumán, coronel Feliciano de la Mota Botello. Lo hicieron prisionero, como también al comandante Domingo Soriano Arévalo, jefe de la guarnición.
Manuel Belgrano, ya retirado y enfermo, estaba en su humilde casa de La Ciudadela. Hasta allí llegó González con intenciones de apresarlo. Temía que el general, con su prestigio, organizara una resistencia contra el movimiento. Intentó encadenarlo, pero su médico, José Redhead, se opuso enérgicamente. González se contentó con apostar un centinela a su puerta.
El ideólogo del golpe era el coronel Bernabé Aráoz, quien se encontraba lejos de la ciudad, en su estancia de Río Seco. Un “cabildo abierto” del día 14, lo designó gobernador. Como se sabe, Aráoz justificó luego el movimiento, argumentando los peligros que la proximidad de los realistas creaba a Tucumán y la necesidad de defenderse, relevando a una autoridad que no era capaz de hacerlo.
La “República”
Se inicia 1820, con las Provincias Unidas envueltas en el caos. En febrero, cae el Directorio, vencido por los caudillos, en la batalla de Cepeda. Se disuelve el Congreso que había declarado, cuatro años atrás, la Independencia. Y desde Córdoba, Juan Bautista Bustos convoca a un “Congreso General”.
Aráoz resuelve que Tucumán tiene que “fijar su destino provisorio”: algo que debe establecer un “Congreso provincial”, integrado por Tucumán y por sus provincias subordinadas de Catamarca y Santiago del Estero. Esta última aprovechará la elección de diputados para declararse autónoma, el 27 de abril. De modo que Catamarca es la única que elige, no sin problemas, representantes al Congreso tucumano. Este cuerpo dicta (18 de setiembre) una Constitución. Establece la “República de Tucumán”, cuyo “Presidente Supremo” es el coronel mayor Bernabé Aráoz.
Caída de Aráoz
Llegan tiempos turbulentos con 1821. Aráoz intenta reincorporar por la fuerza a Santiago: su gobernador, Juan Felipe Ibarra, llama en su auxilio al de Salta, Martín Güemes. Las tropas de este, combinadas con las santiagueñas, inician (3 de abril), en el Rincón de Marlopa, el combate que terminará con su derrota en La Ciudadela, éxito del ejército de La “República”, mandado en jefe por Abraham González. Serán batidos nuevamente en Trancas y en Acequiones.
Hasta entonces, González había sido el colaborador de máxima confianza de Bernabé Aráoz. Éste lo había ascendido a coronel mayor, por sus recientes victorias. Pero el uruguayo decide de pronto darse la vuelta, y el 28 de agosto se alza contra Aráoz. Éste, narra Ricardo Jaimes Freyre, sorprendido, no pudo resistir y huyó solo en medio de la noche. Por caminos ocultos –y burlando a los hombres de González, que saquearon su casa y lo buscaron empeñosamente- el presidente de la “República” llegó a refugiarse “en medio de sus elementos de la campaña, con cuya fidelidad creía poder contar”.
Manifiesto y periódico
González invocaba, como causa de su alzamiento, la falta de apoyo de Aráoz a la guerra de la Independencia, y el no envío del diputado a Córdoba. Pero según Terán, “más que estas razones, animaron el movimiento la ambición de los jefes militares y el cansancio con la dictadura de Aráoz”, quien no había logrado “organizar y plasmar” esa “República” que instituyó. Esto además del encono que las provincias vecinas le guardaban.
Quiso González dar a su asonada una dimensión importante. Lanzó impreso un “Manifiesto justificativo”. Allí hablaba pestes de Aráoz y de sus colaboradores. Lo acusaba de querer perpetuarse en el poder y se farsaba de la Constitución sancionada, que consideraba “objeto de irrisión y un momento de ignorancia y de locura”, entre otras cosas. Su acción, terminaba, había “puesto en fuga a sus tiranos y establecido un gobierno que tendrá siempre presente este ejemplo tan fatal”. Aseguraba, como propósitos firmes, la obediencia al Congreso de Córdoba y el “odio eterno a la anarquía”.
En el gobierno
También lanzó un periódico, “El Restaurador Tucumano”, dirigido por el francés Juan José Dauxion Lavaysse. En sus memorias, José María Paz considera que González fue sólo un instrumento de los enemigos de Aráoz, sobre todo los santiagueños, quines lo utilizaron para derrocarlo. Al igual que Mitre, lo consideraba “hombre vulgar y de poquísima capacidad”, que “por un capricho de la fortuna, triunfó de sus contrarios, lo que le dio una importancia que él mismo nunca hubiera calculado”.
Al día siguiente de derrocado Aráoz, una reunión popular resolvió que se votase un nuevo gobernador. El cargo, naturalmente, recayó sobre las triunfantes charreteras de González, ya denominado “señor general”. Prestó juramento como “Gobernador intendente de Tucumán”. Esto significaba, en los hechos, el fin de la “República” de 1820.
Los comandantes de campaña, coroneles Gerónimo Zelarayán y Manuel Eduardo Arias, no fueron fáciles de convencer. Se necesitaron varias tratativas, y sólo aceptaron reconocer a González como gobernador, cuando se les aseguró que tanto ellos como Aráoz y los demás jefes, serían totalmente respetados en “su persona, propiedades y familia”.
Clima tenso
La fluida relación de González con Ibarra, el gobernador de Santiago, se afianzó con un pacto de unión y protección recíproca entre ambas provincias. Se eligieron finalmente los diputados al Congreso de Córdoba. Pero, como se sabe, este resultó un total fracaso, al producirse el apartamiento de Buenos Aires y del Litoral.
González tomó algunas medidas. Creó una Defensoría, convocó a elegir legisladores, aseguró que apoyaría una nueva campaña al Alto Perú. A juicio de Paul Groussac, su único acierto fue suspender la acuñación de moneda provincial, cuya depreciación trastornaba el comercio de la provincia. Pero estaba concentrado en impedir toda posibilidad de una resurrección política y militar de Bernabé Aráoz, quien había sido capturado y enviado a Santiago del Estero.
Se vivía un clima de intranquilidad, de persecuciones y recelos. Dentro de ese marco llegó 1822, que sería, para Tucumán, “el año clásico de la anarquía y el de la crisis de su establecimiento autónomo”.
Ataque a la ciudad
El ruido de armas empezó en la campaña. Oficiales adictos –todavía- a Bernabé Aráoz, como los coroneles Javier López y José Carrasco y los tenientes coroneles Diego Aráoz y José Ignacio Helguero, habían logrado fugarse de la prisión en que los tenía Ibarra, y reclutaban gente para marchar contra González.
Este se preparó a resistir con sus fuerzas, donde revistaban varios orientales y numerosos santiagueños. Las hostilidades se iniciaron violentamente el 7 de enero. La guerrilla de la campaña descalabró a un sector de la tropa de González y le hizo varios prisioneros.
González resolvió, entonces, acantonarse en Lules, y dejó al coronel Juan Francisco Echauri a cargo de la defensa de la ciudad. Pero Echauri se limitó a hacerse fuerte en el Cabildo, protegido por el piquete de color, sin importarle que los “cívicos” salieran a incorporarse a las fuerzas contrarias, que avanzaban desde la campaña.
Eclipse de González
Al día siguiente, atacaron las tropas, encabezadas por el coronel Zelarayán. Quedaron dueñas de la actual plaza Independencia, tras una hora de fuego y la muerte de Zelarayán quien, herido bajo los arcos del Cabildo, expiró en la esquina de la Maestranza (hoy San Martín y Muñecas).
El coronel Javier López quedó al frente de los triunfadores, e intimó la rendición de González, quien no tuvo más remedio que ceder, en la jornada siguiente.
El derrotado abandonó la ciudad a toda prisa. Según Jaimes Freyre, “salió bajo rigurosa custodia; atravesó los suburbios de Santiago sin que se le permitiese entrar en la ciudad; siguió hasta Córdoba y desapareció para siempre del escenario de la provincia”. Comenta que “en el término de dos años, el oriental aventurero había pasado desde su pobre situación de oficial desconocido, sin porvenir y sin prestigio, hasta la de general triunfante, gobernador y árbitro de la provincia, y caído otra vez en la oscuridad, de la que no volvió a sacarlo la fortuna”.
Pocas noticias hay de su destino posterior. Su esposa era tucumana, Catalina de La Madrid y Aráoz: se sabe que su hija Elena fue esposa luego del coronel José Virasoro. A fines de 1834, Abraham González fue dado de alta en el Ejército de Buenos Aires, como teniente coronel de caballería. Como en 1836 ya no figura en las listas, se cree que debe haber fallecido por esa época.