Por Claudia Nicolini
21 Enero 2016
Científicos se convierten en emprendedores
La vocación innegociable de los integrantes del Laboratorio de Estudios Farmacéuticos y Tecnología Farmacéutica es la transferencia al medio de los que inventan con sus tubos de ensayo. Esta es la aventura que siguieron para lograrlo. Un modelo de responsabilidad social digno de ser imitado.
SELFIE DE LA FELICIDAD. Ramos muestra el premio; a su alrededor, el emprendedor asociado, Rubén Salim, y los otros miembros del laboratorio. FOTOS GENTILEZA DE ALBERTO RAMOS VERNIERI
Tienen entre 38 y 26 años. Provienen de distintas provincias y de diferentes ámbitos de las Ciencias de la Salud. Y están felices: terminaron 2015 con un premio. A Eliana Solórzano, farmacéutica y doctora en Ciencias Biológicas; Carla Cabrera, Exequiel González y María de los Ángeles Lazarte, biotecnólogos; Nicolás Cerúsico, bioquímico, y Romina Chávez Jara, genetista los conducen los doctores Alberto Ramos Vernieri y María Eugenia Sesto, especialistas en Biotecnología Farmacéutica. Todos forman el Laboratorio de Estudios Farmacéuticos y Biotecnología Farmacéutica (LEFyBiFa) de la UNT, dirigido por la doctora Silvia González.
No fue el primer premio, pero este es especial: ganaron el concurso Naves (Nuevas Aventuras Empresariales) para emprendedores, organizado por el IAE Business School de la Universidad Austral, de la mano del proyecto Untech (UNT Technologies), un modelo de negocio para crear una empresa que facilite la transferencia de tecnología desarrollada en el laboratorio. (Ver “Untech: primer proyecto...”)
Sui generis
LEFyBiFa no es un laboratorio “normal”; es el primero que la Universidad Nacional de Tucumán crea exclusivamente para transferencia de tecnología, y próximamente pertenecerá al flamante Inbiofal (Instituto de Biotecnología Farmacéutica y Alimentaria), dependiente del Conicet y de la UNT.
“En Argentina suele interpretarse que la investigación básica y la aplicada son mutuamente excluyentes. Los investigadores ‘básicos’ no avanzan hacia sondeos aplicables y los que realizan investigación aplicada no tienen datos básicos propios, por lo que el desarrollo suele ser no patentable, y por lo tanto, no transferible”, explica Ramos en nombre del equipo.
LEFyBiFa no es un laboratorio “normal” porque realiza en tándem investigación básica, investigación aplicada y desarrollo de prototipos, ya que están convencidos de la función social del investigador y no conciben su trabajo sin transferencia real a la sociedad.
“La transferencia de tecnología es objetivo primordial y legitimador de las universidades públicas y gratuitas”, asegura el joven científico y se entusiasma, porque de 20 proyectos que presentaron con ese modelo, consiguieron financiación para 19.
“Es importante dejar de pensarse parte de una élite y asumirse privilegiado... y el privilegio conlleva responsabilidades”, lanza como estilete y apunta alto el próximo tiro: “el hecho de que la sociedad pague nuestros sueldos y subsidios debería llevarnos a replantear objetivos, a replantear nuestro modo de hacer investigación, con parámetros economicistas pero con objetivos sociales. Mirado así, seguro estará vinculado con la transferencia de tecnología”. Y -destaca-, así como descubrie no es lo mismo que inventar, publicar no es lo mismo que transferir.
Sucede que cuando se publican resultados del modo “tradicional” estos son automáticamente públicos; eso impide patentarlos y, por consiguiente la transferencia al medio. “Pero publicación y patentamiento son posibles si se llevan a cabo de modo concertado, como hacemos en LEFyBiFa”, destaca. No se trata de un tema menor: vender bien una patente permitiría generar recursos para seguir investigando.
“Nadie produce sin rentabilidad; por eso son importantes empresas de base tecnológica como Untech. Pero para muchos investigadores la mera idea del lucro es vergonzante”, se lamenta.
Otro problema: para que los resultados de las investigaciones sean transferibles tienen que validarse científica y legalmente, y para ello los ensayos deben realizarse desde el principio en laboratorios certificados con estándares de calidad. En Argentina, menos del 1% de los laboratorios públicos están certificados. Entonces, para poder transferir todo la investigación debe ser repetida en laboratorios legalmente certificados.
Poner el cuerpo
Ramos y su equipo decidieron intentarlo y están a punto de hacer una transferencia efectiva: ganar Naves multiplicó las opciones, que van desde licenciar la patente a grandes empresas farmacéuticas, a incubar la propia empresa a través de Cites, la incubadora de empresas de Sancor Seguros. Pero fue un camino arduo y duro. “Los actividades relacionadas son muchas y complejas, y para achicar costos tuvimos que estudiar sobre patentamientos, leyes y procedimientos, calidad y buenas prácticas legales, emprendedorismo, estudio de mercado y planes de negocios… ¡extraño los tubos de ensayo!”, cuenta. Y ríe. Porque en verdad los añora, pero no se arrepiente: se han transformado en un grupo de científicos emprendedores.
Sí lamenta que en la historia de la ciencia argentina sean emprendimientos personales, y no andamiajes institucionales bien organizados y con personal idóneo, lo que facilite las transferencias. “Esto desvía al científico de su verdadera experticia, lo pone a realizar actividades que no son de su incumbencia y que, para colmo, no son positivamente consideradas por las comisiones de evaluación de rendimiento de los investigadores”, resalta.
No fue el primer premio, pero este es especial: ganaron el concurso Naves (Nuevas Aventuras Empresariales) para emprendedores, organizado por el IAE Business School de la Universidad Austral, de la mano del proyecto Untech (UNT Technologies), un modelo de negocio para crear una empresa que facilite la transferencia de tecnología desarrollada en el laboratorio. (Ver “Untech: primer proyecto...”)
Sui generis
LEFyBiFa no es un laboratorio “normal”; es el primero que la Universidad Nacional de Tucumán crea exclusivamente para transferencia de tecnología, y próximamente pertenecerá al flamante Inbiofal (Instituto de Biotecnología Farmacéutica y Alimentaria), dependiente del Conicet y de la UNT.
“En Argentina suele interpretarse que la investigación básica y la aplicada son mutuamente excluyentes. Los investigadores ‘básicos’ no avanzan hacia sondeos aplicables y los que realizan investigación aplicada no tienen datos básicos propios, por lo que el desarrollo suele ser no patentable, y por lo tanto, no transferible”, explica Ramos en nombre del equipo.
LEFyBiFa no es un laboratorio “normal” porque realiza en tándem investigación básica, investigación aplicada y desarrollo de prototipos, ya que están convencidos de la función social del investigador y no conciben su trabajo sin transferencia real a la sociedad.
“La transferencia de tecnología es objetivo primordial y legitimador de las universidades públicas y gratuitas”, asegura el joven científico y se entusiasma, porque de 20 proyectos que presentaron con ese modelo, consiguieron financiación para 19.
“Es importante dejar de pensarse parte de una élite y asumirse privilegiado... y el privilegio conlleva responsabilidades”, lanza como estilete y apunta alto el próximo tiro: “el hecho de que la sociedad pague nuestros sueldos y subsidios debería llevarnos a replantear objetivos, a replantear nuestro modo de hacer investigación, con parámetros economicistas pero con objetivos sociales. Mirado así, seguro estará vinculado con la transferencia de tecnología”. Y -destaca-, así como descubrie no es lo mismo que inventar, publicar no es lo mismo que transferir.
Sucede que cuando se publican resultados del modo “tradicional” estos son automáticamente públicos; eso impide patentarlos y, por consiguiente la transferencia al medio. “Pero publicación y patentamiento son posibles si se llevan a cabo de modo concertado, como hacemos en LEFyBiFa”, destaca. No se trata de un tema menor: vender bien una patente permitiría generar recursos para seguir investigando.
“Nadie produce sin rentabilidad; por eso son importantes empresas de base tecnológica como Untech. Pero para muchos investigadores la mera idea del lucro es vergonzante”, se lamenta.
Otro problema: para que los resultados de las investigaciones sean transferibles tienen que validarse científica y legalmente, y para ello los ensayos deben realizarse desde el principio en laboratorios certificados con estándares de calidad. En Argentina, menos del 1% de los laboratorios públicos están certificados. Entonces, para poder transferir todo la investigación debe ser repetida en laboratorios legalmente certificados.
Poner el cuerpo
Ramos y su equipo decidieron intentarlo y están a punto de hacer una transferencia efectiva: ganar Naves multiplicó las opciones, que van desde licenciar la patente a grandes empresas farmacéuticas, a incubar la propia empresa a través de Cites, la incubadora de empresas de Sancor Seguros. Pero fue un camino arduo y duro. “Los actividades relacionadas son muchas y complejas, y para achicar costos tuvimos que estudiar sobre patentamientos, leyes y procedimientos, calidad y buenas prácticas legales, emprendedorismo, estudio de mercado y planes de negocios… ¡extraño los tubos de ensayo!”, cuenta. Y ríe. Porque en verdad los añora, pero no se arrepiente: se han transformado en un grupo de científicos emprendedores.
Sí lamenta que en la historia de la ciencia argentina sean emprendimientos personales, y no andamiajes institucionales bien organizados y con personal idóneo, lo que facilite las transferencias. “Esto desvía al científico de su verdadera experticia, lo pone a realizar actividades que no son de su incumbencia y que, para colmo, no son positivamente consideradas por las comisiones de evaluación de rendimiento de los investigadores”, resalta.
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