Por Indalecio Francisco Sanchez
07 Enero 2016
Se avecina el tiempo de la política, de aquella vieja política, en la que hacer política significaba militar, hablar con los dirigentes, gestionar y armar movimientos con proyección de futuro. Se acabó, analizan aquellos “pícaros” de antaño, la era de las lealtades pagas. La década de vacas gordas que experimentó la Argentina trajo consigo una clase política acomodada, con dirigentes que gozaron de abultados sueldos en el Estado -nacional, provincial o municipal- y con muchos que se convirtieron en millonarios tras su paso por cargos electivos. La metodología que con la billetera mató las ideologías llega a su fin.
El cambio no viene de la mano del nuevo Gobierno nacional, sino más bien de la necesidad del Estado de ajustarse el cinturón. La devaluación, las arcas públicas semivacías y el contexto internacional adverso hacen difícil sostener una estructura que involucra miles de millones de pesos en “ñoquis”, también conocidos como beneficiarios de “cargos políticos”. Sólo en el Senado, el incremento del 80% en la planta de personal que había habilitado el ex vicepresidente Amado Boudou implicaba el gasto anual de poco más de $ 4.000 millones. Su sucesora, Gabriela Michetti, echó a 2.035 empleados de la Cámara Alta con la bandera de la eficiencia del gasto. Algunos de su propio espacio político cuestionaron la decisión.
¿Cómo y con quién harán ahora política?, se preguntan. La respuesta la tienen aquellos que no nacieron políticamente con el manual del reclutamiento monetario bajo el brazo. En Tucumán, José Alperovich fue un cultor de esa forma de hacer política, que heredó su sucesor Juan Luis Manzur. Al menos la mitad de los actuales legisladores, concejales e intendentes del Frente para la Victoria comarcano jamás hubiesen podido acceder al poder si no fuera por la generosa billetera estatal alperovichista. Pocos llegaron tras años de militancia y trabajo en los barrios, y los dirigentes más viejos vislumbran que ahora los que gobiernan pagarán caro el costo del arribo fácil al poder.
Las bases del statu quo político tucumano crujen. En las comunas y municipios suman miles los contratos caídos; en ministerios diversos del Poder Ejecutivo se acabaron las extensiones horarias o los sobrecargos y la Nación ya avisó a los administradores de la Provincia que los planes sociales ya no podrán ser manejados -al menos por los locales- como armamento político.
Las protestas que se multiplican en municipios y comunas del interior son un ejemplo de que los que hoy gobiernan, más que a leales, tenían a una fuerza contenida o lista para movilizarse, como si fuera un delivery, en base a una renta mensual. Los cesanteados de la comuna de Río Chico que ayer protestaron frente a la sede comunal lo dijeron a los gritos: “fuimos a la plaza (de Tribunales) a pedir por el triunfo de Manzur y ahora nos dejan sin trabajo”. Su lucha, a confesión de parte, es ajena a lo ideológico.
El gobernador, cuentan algunos funcionarios, conoce de esa necesidad de contención de las bases, pero necesita unos meses para acomodarse. Alperovich no le habría dejado la cantidad de reservas que había prometido y el manzurismo necesita pasar el verano y sellar algún tipo de acuerdo con el macrismo para que fluyan más fondos hacia Tucumán. Si el extra de recursos federales llegara a los $ 200 millones mensuales, las lealtades pagas casi se normalizarían. Es difícil que ello suceda. De una u otra manera, los tiempos de despilfarro no regresarán. También por ello el mandatario encara su propio proyecto de construcción de poder, que le permita moverse con política y no con dinero. Por el momento, esa misión está complicada. Por ejemplo, en la Legislatura no cuenta con ningún legislador fiel. En los municipios y en las comunas del interior, el poder es prestado del alperovichismo y del jaldismo. En Tribunales no cuenta aún con ningún operador propio de fuste. Y en el Ejecutivo, dos tercios de los funcionarios -en especial de segunda y de tercera línea- son tropa ajena. Para colmo de males, la sequía de pesos en la Cámara, devenida del escándalo de las valijas, tiene más que nerviosos a parlamentarios y a sus punteros: hay más de uno que sufrió amenazas y hasta protestas en sus propias viviendas ante las promesas incumplidas de un “cargo político”.
La transición de una manera de hacer política a la otra no será sencilla y aunque Manzur no sea el culpable de la era de vacas flacas, los que se quedaron sin teta de la cual mamar no entienden razones. Habrá que ver quién capitaliza los platos rotos. O como se salva del quiebre a la vajilla.
El cambio no viene de la mano del nuevo Gobierno nacional, sino más bien de la necesidad del Estado de ajustarse el cinturón. La devaluación, las arcas públicas semivacías y el contexto internacional adverso hacen difícil sostener una estructura que involucra miles de millones de pesos en “ñoquis”, también conocidos como beneficiarios de “cargos políticos”. Sólo en el Senado, el incremento del 80% en la planta de personal que había habilitado el ex vicepresidente Amado Boudou implicaba el gasto anual de poco más de $ 4.000 millones. Su sucesora, Gabriela Michetti, echó a 2.035 empleados de la Cámara Alta con la bandera de la eficiencia del gasto. Algunos de su propio espacio político cuestionaron la decisión.
¿Cómo y con quién harán ahora política?, se preguntan. La respuesta la tienen aquellos que no nacieron políticamente con el manual del reclutamiento monetario bajo el brazo. En Tucumán, José Alperovich fue un cultor de esa forma de hacer política, que heredó su sucesor Juan Luis Manzur. Al menos la mitad de los actuales legisladores, concejales e intendentes del Frente para la Victoria comarcano jamás hubiesen podido acceder al poder si no fuera por la generosa billetera estatal alperovichista. Pocos llegaron tras años de militancia y trabajo en los barrios, y los dirigentes más viejos vislumbran que ahora los que gobiernan pagarán caro el costo del arribo fácil al poder.
Las bases del statu quo político tucumano crujen. En las comunas y municipios suman miles los contratos caídos; en ministerios diversos del Poder Ejecutivo se acabaron las extensiones horarias o los sobrecargos y la Nación ya avisó a los administradores de la Provincia que los planes sociales ya no podrán ser manejados -al menos por los locales- como armamento político.
Las protestas que se multiplican en municipios y comunas del interior son un ejemplo de que los que hoy gobiernan, más que a leales, tenían a una fuerza contenida o lista para movilizarse, como si fuera un delivery, en base a una renta mensual. Los cesanteados de la comuna de Río Chico que ayer protestaron frente a la sede comunal lo dijeron a los gritos: “fuimos a la plaza (de Tribunales) a pedir por el triunfo de Manzur y ahora nos dejan sin trabajo”. Su lucha, a confesión de parte, es ajena a lo ideológico.
El gobernador, cuentan algunos funcionarios, conoce de esa necesidad de contención de las bases, pero necesita unos meses para acomodarse. Alperovich no le habría dejado la cantidad de reservas que había prometido y el manzurismo necesita pasar el verano y sellar algún tipo de acuerdo con el macrismo para que fluyan más fondos hacia Tucumán. Si el extra de recursos federales llegara a los $ 200 millones mensuales, las lealtades pagas casi se normalizarían. Es difícil que ello suceda. De una u otra manera, los tiempos de despilfarro no regresarán. También por ello el mandatario encara su propio proyecto de construcción de poder, que le permita moverse con política y no con dinero. Por el momento, esa misión está complicada. Por ejemplo, en la Legislatura no cuenta con ningún legislador fiel. En los municipios y en las comunas del interior, el poder es prestado del alperovichismo y del jaldismo. En Tribunales no cuenta aún con ningún operador propio de fuste. Y en el Ejecutivo, dos tercios de los funcionarios -en especial de segunda y de tercera línea- son tropa ajena. Para colmo de males, la sequía de pesos en la Cámara, devenida del escándalo de las valijas, tiene más que nerviosos a parlamentarios y a sus punteros: hay más de uno que sufrió amenazas y hasta protestas en sus propias viviendas ante las promesas incumplidas de un “cargo político”.
La transición de una manera de hacer política a la otra no será sencilla y aunque Manzur no sea el culpable de la era de vacas flacas, los que se quedaron sin teta de la cual mamar no entienden razones. Habrá que ver quién capitaliza los platos rotos. O como se salva del quiebre a la vajilla.
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