Por Roberto Espinosa
30 Diciembre 2015
El cáncer le hizo una zancadilla. Ese lunes le llevó sus pensamientos, aquellos sueños de botija: ser futbolista, pintor... tal vez imágenes de aquel martes tucumano del 26 de octubre de 2010, cuando el afecto y la admiración dibujaron pacientemente dos cuadras de cola para ingresar al teatro Alberdi y escuchar su palabra. Tres días después una muchedumbre recibió de sus manos su libro dedicado, en la librería El Griego. Un gajo del amor con la tucumana Helena Villagra lo abrochaba a nuestra tierra. Montevideano de pura sangre, con la zurda en el pensamiento y la lucidez en el alma, quizás sin proponérselo, a fuerza de imaginación, talento, convicción y honestidad intelectual se ganó un lugar bajo el sol de la literatura. “Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace”, escribió. Días y noches de amor y de guerra, venas abiertas, palabras andantes, bocas del tiempo, fuegos, contraseñas, fueguitos, piedras que arden, espejos, mujeres, se treparon a la mochila de sus 74 años. Eduardo Hughes Galeano se convirtió ese 13 de abril en un instantito más en la memoria del abrazo.
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