24 Diciembre 2015
ALFREDO ZECCA. El Arzobispo encabezará mañana a las 20.30 la misa de Navidad. ARCHIVO LA GACETA
El Arzobispo de Tucumán, Alfredo Zecca, emitió su mensaje por la Navidad y exhortó a los tucumanos a ser misericordiosos. Esta tarde, a las 17.30, celebrará una Santa Misa en el penal de mujeres de Banda del Río Salí, mientras que la misa de Nochebuena será a las 20.30 en la Catedral. Mañana, en tanto, a las 9, encabezará una ceremonia en el penal de Villa Urquiza y a las 18 en en la Fazenda. La misa de Navidad será a las 20.30 en la Iglesia Catedral.
A continuación, el mensaje completo de Zecca:
La fiesta de la Natividad del Señor nos manifiesta lo inaudito del amor de Dios Padre quien, después de haber revelado su nombre a Moisés como “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y pródigo en amor y fidelidad” (Ex 34,6), en la “plenitud del tiempo” (Gal 4,4), es decir, en la llegada del tiempo mesiánico que da cumplimiento a la espera de siglos, envía a su Hijo nacido de la Virgen María para que, con su palabra, sus gestos y toda su persona, nos revele su misericordia infinita.
Dios es, en efecto, creador y redentor. El mismo dispone, en consecuencia, el remedio para nuestros pecados, debilidades y miserias: su Hijo único, Jesucristo, quien se encarna en el seno de María, “Madre siempre Virgen” y, así, siendo hombre como nosotros, nos hace, a su vez, participar de su misma vida divina. Por ello mismo la navidad celebra el comienzo de nuestra salvación y la manifestación plena de la misericordia de Dios, fuente de alegría, serenidad y paz. La vía que une a Dios con el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado, como nos recuerda el Papa Francisco en su Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia que él mismo abrió el 8 de diciembre pasado y que concluirá en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016 (cf. Misericordiae Vultus, 2; 5).
Estamos, pues, en el año de la Misericordia y del perdón, que revelan la omnipotencia del Dios siempre cercano, providente, santo y misericordioso. De la misericordia que, de modo especial, se manifiesta en los Salmos. “Eterna es su misericordia”: es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la revelación de Dios. La misericordia, en efecto, “hace de la historia de Dios con Israel una historia de salvación” (MV 7).
El amor de Dios está todo él hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón. En las parábolas dedicadas a la misericordia: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada y la del padre y los dos hijos (cf. Lc 15,1-32) encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe: Dios llega al colmo de su alegría, sobre todo cuando perdona. Por ello mismo Jesús nos exhorta a perdonar “no hasta siete, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,22).
En este Año Santo debemos acoger de modo vivo las palabras de San Juan Pablo II en su Carta Encíclica Dives in Misericordia: “La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia – el atributo más estupendo del Creador y del Redentor – y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora” (DM 13). A lo largo de los siglos – pero especialmente en este año – la Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios haciendo presente que su primera verdad es el amor de Cristo; un amor que llega hasta el perdón y el don de sí mismo. Así la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres.
Como Pastor de esta Iglesia Particular de Tucumán quisiera invitar a todos los fieles a vivir y testimoniar de modo especial la enseñanza de Jesús: “Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso” (Lc 6,36); a abrir el corazón a cuantos viven situaciones especiales de precariedad y sufrimiento; a no juzgar y a no condenar (cf. Lc 6,37-38); a redescubrir las obras de misericordia tanto corporales como espirituales y a practicarlas. No olvidemos que seremos juzgados por el amor y la misericordia que hayamos practicados en nuestra vida (cf. Mt 25,31-45).
La misericordia – nos recuerda el Papa Francisco – “posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia. Ella nos relaciona con el judaísmo y el Islam, que la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios” (MV 23). Pero también debe manifestarse en el ámbito de la sociedad transformando nuestra convivencia. Ella debe abrirnos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor de modo que eliminemos toda forma de cerrazón y desprecio y alejemos cualquier forma de violencia y discriminación. Sintámonos todos invitados a acercarnos a pedir perdón por nuestros pecados para experimentar la infinita misericordia del Dios que nunca se cansa de perdonar.
A todos deseo una feliz navidad con las palabras de la Antífona de entrada de la Misa de Nochebuena: “Alegrémonos todos en el Señor, porque ha nacido nuestro Salvador. Hoy descendió del cielo para nosotros la paz verdadera”. ¡Con mi especial cariño y bendición!
A continuación, el mensaje completo de Zecca:
La fiesta de la Natividad del Señor nos manifiesta lo inaudito del amor de Dios Padre quien, después de haber revelado su nombre a Moisés como “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y pródigo en amor y fidelidad” (Ex 34,6), en la “plenitud del tiempo” (Gal 4,4), es decir, en la llegada del tiempo mesiánico que da cumplimiento a la espera de siglos, envía a su Hijo nacido de la Virgen María para que, con su palabra, sus gestos y toda su persona, nos revele su misericordia infinita.
Dios es, en efecto, creador y redentor. El mismo dispone, en consecuencia, el remedio para nuestros pecados, debilidades y miserias: su Hijo único, Jesucristo, quien se encarna en el seno de María, “Madre siempre Virgen” y, así, siendo hombre como nosotros, nos hace, a su vez, participar de su misma vida divina. Por ello mismo la navidad celebra el comienzo de nuestra salvación y la manifestación plena de la misericordia de Dios, fuente de alegría, serenidad y paz. La vía que une a Dios con el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado, como nos recuerda el Papa Francisco en su Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia que él mismo abrió el 8 de diciembre pasado y que concluirá en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016 (cf. Misericordiae Vultus, 2; 5).
Estamos, pues, en el año de la Misericordia y del perdón, que revelan la omnipotencia del Dios siempre cercano, providente, santo y misericordioso. De la misericordia que, de modo especial, se manifiesta en los Salmos. “Eterna es su misericordia”: es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la revelación de Dios. La misericordia, en efecto, “hace de la historia de Dios con Israel una historia de salvación” (MV 7).
El amor de Dios está todo él hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón. En las parábolas dedicadas a la misericordia: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada y la del padre y los dos hijos (cf. Lc 15,1-32) encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe: Dios llega al colmo de su alegría, sobre todo cuando perdona. Por ello mismo Jesús nos exhorta a perdonar “no hasta siete, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,22).
En este Año Santo debemos acoger de modo vivo las palabras de San Juan Pablo II en su Carta Encíclica Dives in Misericordia: “La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia – el atributo más estupendo del Creador y del Redentor – y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora” (DM 13). A lo largo de los siglos – pero especialmente en este año – la Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios haciendo presente que su primera verdad es el amor de Cristo; un amor que llega hasta el perdón y el don de sí mismo. Así la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres.
Como Pastor de esta Iglesia Particular de Tucumán quisiera invitar a todos los fieles a vivir y testimoniar de modo especial la enseñanza de Jesús: “Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso” (Lc 6,36); a abrir el corazón a cuantos viven situaciones especiales de precariedad y sufrimiento; a no juzgar y a no condenar (cf. Lc 6,37-38); a redescubrir las obras de misericordia tanto corporales como espirituales y a practicarlas. No olvidemos que seremos juzgados por el amor y la misericordia que hayamos practicados en nuestra vida (cf. Mt 25,31-45).
La misericordia – nos recuerda el Papa Francisco – “posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia. Ella nos relaciona con el judaísmo y el Islam, que la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios” (MV 23). Pero también debe manifestarse en el ámbito de la sociedad transformando nuestra convivencia. Ella debe abrirnos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor de modo que eliminemos toda forma de cerrazón y desprecio y alejemos cualquier forma de violencia y discriminación. Sintámonos todos invitados a acercarnos a pedir perdón por nuestros pecados para experimentar la infinita misericordia del Dios que nunca se cansa de perdonar.
A todos deseo una feliz navidad con las palabras de la Antífona de entrada de la Misa de Nochebuena: “Alegrémonos todos en el Señor, porque ha nacido nuestro Salvador. Hoy descendió del cielo para nosotros la paz verdadera”. ¡Con mi especial cariño y bendición!