Por Nicolás Iriarte
20 Diciembre 2015
FELICES. Luis, Paola y Bautista en el árbol de Navidad del principal centro comercial de Playa del Carmen.
Ayer llovió en Playa del Carmen. En realidad, los días vienen siendo algo inestables para la ciudad ubicada al norte del municipio de Quintana Roo, al sureste mexicano. Aún así, el sol logró salir en varios momentos y cuando lo hizo, se encontró bañando con sus rayos a Luis Rodríguez. El goleador de Atlético está allí de vacaciones junto a Paola Velárdez, su esposa, Bautista, su hijo y Alan, su hermano de 16 años.
Echado en una reposera, mira cómo sus compañeros de viaje se acomodan para pasar el día de playa y piensa. ¿Qué piensa? Primero, que nada puede estar mejor en su vida. Está rodeado de su familia, acostado a orillas del mar Caribe, le espera una temporada en Primera con el equipo del que es hincha, tras ganar el título de la B Nacional, fue el goleador “decano”, está a tres tantos de los 100 con esa camiseta y acaba de renegociar su contrato.
Nada puede salir mal. Lo segundo que piensa es que hace exactamente cuatro años todo salió mal. A principios de la temporada de 2011/12, el “Pulguita” empezó a sentir dolores en la rodilla derecha. Se trataba de una ruptura parcial del ligamento cruzado anterior y provocaron que médicos de su confianza le sugirieran la operación. Juan Manuel Llop, el técnico en ese momento, trató de convencerlo para que no lo haga. Estaba claro: Rodríguez era su única esperanza en ese torneo.
El simoqueño aceptó las reglas del juego y empezó a jugar con el problema a cuestas. Durante los partidos no le dolía pero después... Ay, ay, ay. Se necesitaban de casi dos horas para masajearlo hasta que los dolores desaparecían.
El 9 de diciembre de 2011, en el estadio Bicentenario de San Juan, durante el partido contra Desamparados, su cuerpo fue para un lado, sus piernas para otro y ¡crack! La ruptura parcial ya era casi total. Aún así, siguió jugando y hasta anotó uno de los goles que le darían el triunfo a Atlético. A la vuelta, visitó a todos los médicos para intentar dar con uno que le dijera que no tenía rotos los ligamentos. No lo encontró. Debía entrar al quirófano y perderse lo que quedaba de temporada. Llop sabía de lo que hablaba: Atlético estaba quinto hasta la lesión y terminó la temporada 15° y con Sebastián Longo como goleador, con apenas seis goles.
Eduardo Zarbá finalmente lo operó el 26 de diciembre y pese a que la operación fue un éxito provocó un pequeño infierno que lo llevó a pensar en dejar el fútbol. “Los dolores eran tremendos. Me sentía muy mal. Estuve tres semanas encerrado en mi departamento de Barrio Sur y dos días sin moverme de un lugar en el que me había echado en el piso”, cuenta el goleador. Interiormente, ya lo había decidido: iba a dejar la práctica profesional.
Walter, su hermano, extrañado por no verlo pisar siquiera Simoca y la casa de su mamá, fue hasta el departamento. “Donde sea que él viva, yo tengo una llave”, confiesa el “Pulga” grande. Lo encontró en el piso, tirado. “Estaba pálido, no había salido en semanas”, agrega Walter. Lo ayudó a bañarse, le puso ropa limpia y lo llevó a Simoca. Allí empezaría su recuperación mental, más que nada, aunque estuvo acompañada de la física.
“Mi hermano me llevaba a ver los partidos de los veteranos. Me ponía una reposera y un banco para apoyar la pierna (todavía tenía una férula)”, dice Luis Miguel. “Mirá cómo juegan estos gordos a su edad y vos que querés retirarte”, le decía. Esa frase lo hizo reaccionar.
De repente, los recuerdos frenan su marcha cuando un mozo del hotel all inclusive en donde se encuentra se acerca a ofrecerle un trago. La maquinaria nostálgica se interrumpe pero ese trato cuasi real no hace más que volver a rememorar esas nubes negras del pasado.
“Ya me habían sacado la férula pero todavía no había flexionado la pierna por completo”, explica Rodríguez sobre esa época. El goleador hacía unos ejercicios que consistían en -de parado- enganchar una sábana en el empeine y agarrando la tela con ambas manos, intentar llevar el talón hacia la cola. “Lloraba del dolor. Nunca sufrí tanto en mi vida”, confesó.
Un día decidió hacerlo de golpe y la rodilla volvió a sonar pero esta vez, lo que se había roto era el callo. La rodilla estaba en perfectas condiciones.
En agosto de 2012, ya con Ricardo Rodríguez como técnico, volvería a jugar oficialmente y le marcaría dos goles a Ferro en su regreso. Unos días antes, jugaría contra San Martín, en uno de los clásicos de invierno.
“Era en cancha de San Martín y le pedí al ‘Negro’ que no me ponga los 90 minutos. Era mi primer partido. Al final jugué hasta los 91 y a los 92 decidió sacarme. Todo el estadio pudo insultarme”, recordó. “En el primer entrenamiento después de eso, se lo recriminé. ‘Te saqué para que te motives con los insultos’, me contestó. Lo quería matar”, agregó quien dice tener una excelente relación con “RR” quien cada vez que viene a Tucumán, se queda en su casa en Simoca.
En medio de ese paraíso, justo cuando un grupo de jóvenes se prestan a empezar un partido de voley playero, además de acordarse como es que casi decide abandonar el fútbol y perderse otro ascenso con Atlético, también recuerda sus épocas de albañil y pintor. “A los 19 pintaba casas. Lo peor del mundo era pintar techos porque se te llenaba la cara de pintura. Hasta que descubrí que lo tenía que hacer con una caña larga y en diagonal a mí, no debajo mío, pasó mucho tiempo”, explicó.
A punto está de aprovechar el sol y tirarse al agua pero con tanta paz, los recuerdos no cesan. “A los 20 me fui a probar a San Martín y (Carlos) Roldán me bajó el pulgar por petiso”, revela. ¿Qué hubiese sido de su vida si el “santo” lo aceptaba? ¿Estaría allí acostado en uno de las playas más lindas del mundo? ¿Qué hubiese sido de la vida de unos y otros hinchas? ¿Habría tenido la chance de jugar en la Selección?
Justamente de ese momento, el “Pulguita” trae a la mesa el momento en que conoció dos grandes amores: la camiseta argentina y Diego Maradona. “Es un crack, pero un crack en serio, ¿no? Se ocupó en esos días (jugó un amistoso en septiembre de 2009 ante Ghana) de sacarnos toda la presión. Nos hizo sentir a todos por igual. La estrella era el equipo, nadie en especial. La estrella era Argentina”.
Y ahí sí. Con el primer buen recuerdo de la catarata que tuvo en esa reposera, ahí sí decidió ir al mar a seguir bañándose de felicidad.
Echado en una reposera, mira cómo sus compañeros de viaje se acomodan para pasar el día de playa y piensa. ¿Qué piensa? Primero, que nada puede estar mejor en su vida. Está rodeado de su familia, acostado a orillas del mar Caribe, le espera una temporada en Primera con el equipo del que es hincha, tras ganar el título de la B Nacional, fue el goleador “decano”, está a tres tantos de los 100 con esa camiseta y acaba de renegociar su contrato.
Nada puede salir mal. Lo segundo que piensa es que hace exactamente cuatro años todo salió mal. A principios de la temporada de 2011/12, el “Pulguita” empezó a sentir dolores en la rodilla derecha. Se trataba de una ruptura parcial del ligamento cruzado anterior y provocaron que médicos de su confianza le sugirieran la operación. Juan Manuel Llop, el técnico en ese momento, trató de convencerlo para que no lo haga. Estaba claro: Rodríguez era su única esperanza en ese torneo.
El simoqueño aceptó las reglas del juego y empezó a jugar con el problema a cuestas. Durante los partidos no le dolía pero después... Ay, ay, ay. Se necesitaban de casi dos horas para masajearlo hasta que los dolores desaparecían.
El 9 de diciembre de 2011, en el estadio Bicentenario de San Juan, durante el partido contra Desamparados, su cuerpo fue para un lado, sus piernas para otro y ¡crack! La ruptura parcial ya era casi total. Aún así, siguió jugando y hasta anotó uno de los goles que le darían el triunfo a Atlético. A la vuelta, visitó a todos los médicos para intentar dar con uno que le dijera que no tenía rotos los ligamentos. No lo encontró. Debía entrar al quirófano y perderse lo que quedaba de temporada. Llop sabía de lo que hablaba: Atlético estaba quinto hasta la lesión y terminó la temporada 15° y con Sebastián Longo como goleador, con apenas seis goles.
Eduardo Zarbá finalmente lo operó el 26 de diciembre y pese a que la operación fue un éxito provocó un pequeño infierno que lo llevó a pensar en dejar el fútbol. “Los dolores eran tremendos. Me sentía muy mal. Estuve tres semanas encerrado en mi departamento de Barrio Sur y dos días sin moverme de un lugar en el que me había echado en el piso”, cuenta el goleador. Interiormente, ya lo había decidido: iba a dejar la práctica profesional.
Walter, su hermano, extrañado por no verlo pisar siquiera Simoca y la casa de su mamá, fue hasta el departamento. “Donde sea que él viva, yo tengo una llave”, confiesa el “Pulga” grande. Lo encontró en el piso, tirado. “Estaba pálido, no había salido en semanas”, agrega Walter. Lo ayudó a bañarse, le puso ropa limpia y lo llevó a Simoca. Allí empezaría su recuperación mental, más que nada, aunque estuvo acompañada de la física.
“Mi hermano me llevaba a ver los partidos de los veteranos. Me ponía una reposera y un banco para apoyar la pierna (todavía tenía una férula)”, dice Luis Miguel. “Mirá cómo juegan estos gordos a su edad y vos que querés retirarte”, le decía. Esa frase lo hizo reaccionar.
De repente, los recuerdos frenan su marcha cuando un mozo del hotel all inclusive en donde se encuentra se acerca a ofrecerle un trago. La maquinaria nostálgica se interrumpe pero ese trato cuasi real no hace más que volver a rememorar esas nubes negras del pasado.
“Ya me habían sacado la férula pero todavía no había flexionado la pierna por completo”, explica Rodríguez sobre esa época. El goleador hacía unos ejercicios que consistían en -de parado- enganchar una sábana en el empeine y agarrando la tela con ambas manos, intentar llevar el talón hacia la cola. “Lloraba del dolor. Nunca sufrí tanto en mi vida”, confesó.
Un día decidió hacerlo de golpe y la rodilla volvió a sonar pero esta vez, lo que se había roto era el callo. La rodilla estaba en perfectas condiciones.
En agosto de 2012, ya con Ricardo Rodríguez como técnico, volvería a jugar oficialmente y le marcaría dos goles a Ferro en su regreso. Unos días antes, jugaría contra San Martín, en uno de los clásicos de invierno.
“Era en cancha de San Martín y le pedí al ‘Negro’ que no me ponga los 90 minutos. Era mi primer partido. Al final jugué hasta los 91 y a los 92 decidió sacarme. Todo el estadio pudo insultarme”, recordó. “En el primer entrenamiento después de eso, se lo recriminé. ‘Te saqué para que te motives con los insultos’, me contestó. Lo quería matar”, agregó quien dice tener una excelente relación con “RR” quien cada vez que viene a Tucumán, se queda en su casa en Simoca.
En medio de ese paraíso, justo cuando un grupo de jóvenes se prestan a empezar un partido de voley playero, además de acordarse como es que casi decide abandonar el fútbol y perderse otro ascenso con Atlético, también recuerda sus épocas de albañil y pintor. “A los 19 pintaba casas. Lo peor del mundo era pintar techos porque se te llenaba la cara de pintura. Hasta que descubrí que lo tenía que hacer con una caña larga y en diagonal a mí, no debajo mío, pasó mucho tiempo”, explicó.
A punto está de aprovechar el sol y tirarse al agua pero con tanta paz, los recuerdos no cesan. “A los 20 me fui a probar a San Martín y (Carlos) Roldán me bajó el pulgar por petiso”, revela. ¿Qué hubiese sido de su vida si el “santo” lo aceptaba? ¿Estaría allí acostado en uno de las playas más lindas del mundo? ¿Qué hubiese sido de la vida de unos y otros hinchas? ¿Habría tenido la chance de jugar en la Selección?
Justamente de ese momento, el “Pulguita” trae a la mesa el momento en que conoció dos grandes amores: la camiseta argentina y Diego Maradona. “Es un crack, pero un crack en serio, ¿no? Se ocupó en esos días (jugó un amistoso en septiembre de 2009 ante Ghana) de sacarnos toda la presión. Nos hizo sentir a todos por igual. La estrella era el equipo, nadie en especial. La estrella era Argentina”.
Y ahí sí. Con el primer buen recuerdo de la catarata que tuvo en esa reposera, ahí sí decidió ir al mar a seguir bañándose de felicidad.
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