10 Diciembre 2015
ACOSTUMBRADO AL DOLOR. Raúl Alberto Sáez le dijo a LA GACETA que el novio de su hermana le pegaba.
En el barrio Las Palmeras, al sur de la ciudad, durante la siesta de ayer los pájaros no cantaban. En el lote 1 de la Manzana B un grupo de jóvenes parecían llorar en silencio de tanto dolor que sentían. “Estamos esperando que a mi mamá le digan cuándo le entregarán el cuerpo de ella para velarla en casa”, dijo Raúl Alberto Sáez. Ella es Joana Carolina Pérez, la joven de 21 años cuyo cuerpo fue encontrado hace una semana a unas 17 cuadras de su domicilio. Por el hecho, personal de la División Homicidios aprehendió a su pareja, un joven de 27 años.
El jueves por la tarde, un niño que arriaba animales encontró el cuerpo de una joven en medio de unos matorrales a 300 metros del canal Sur. Los investigadores creen que la mujer fue abusada sexualmente antes de ser ahorcada por el homicida y la dejó abandonada en el lugar donde es muy poco frecuente el movimiento de personas. Sólo falta el informe de la autopsia para confirmar todos estos indicios.
El fiscal Arnoldo Suasnábar, que entiende el caso, ordenó realizar una serie de medidas para tratar de identificar a la víctima. Los investigadores comenzaron a trabajar hasta que encontraron una pista firme. Ayer citaron a la madre de la víctima para que tuviera la ingrata tarea de identificar el cuerpo de su hija por los tatuajes que tenía en su frase.
“Ella había salido el miércoles a las tres de la mañana a comprar algo. De ahí nunca más supimos que le había pasado algo. Nos contaron que habían encontrado el cuerpo de una chica cerca de casa, pero nunca pensamos que sería el de ella. Estábamos convencidos de que se había ido a la casa de su pareja en el barrio Alejandro Heredia, pero ayer nos dieron la peor noticia”, agregó el pariente de la víctima.
Sospechas
Sáez, de 15 años, es medio hermano de Joana. Habla con frialdad y seguridad. Es también una prueba de que a su corta vida ya vio y observó muchas más cosas que cualquier otro adolescente de su edad. Cuando LA GACETA le contó que la Policía había detenido a su pareja, que fue identificado como Gabriel Antonio Rodríguez, sólo atinó a decir: “ya me parecía que algo tenía que ver”.
Con esa frase resumió todos los problemas que sufrió la chica hasta ser asesinada.
“Él estuvo preso por haber cometido robos. Nunca dejó de asaltar. Pero cuando se drogaba, le pegaba mucho. Por eso ella ya lo había denunciado en la Policía. Hasta llegó tener custodia en nuestra casa. Creo que siguió en pareja con él porque tenía mucho miedo de que la lastime aún más o que nos haga daño a nosotros”, comentó.
Preguntas sin respuesta
El joven contó que el martes por la noche, el acusado se presentó en su casa. “Vino con su hermano. Los dos estaban bien ‘enfierrados’ para preguntarnos qué sabíamos de mi hermana. Nos llamó la atención porque habían pasado muchos días desde que la vimos por última vez. Le dijimos que nada, porque pensábamos que estaba con él. Cuando le consultamos sobre qué sabía él, se fue sin decir nada”, explicó.
Sáez dice que Joana era una chica que nunca se quedaba quieta. Trabajaba como vendedora ambulante en el centro o, de manera esporádica, hacía changuitas en un quiosco de la zona y era fanática de San Martín. “Le gustaba muchísimo juntarse con el grupo de amigos en el barrio. Nos pasábamos horas charlando y tomando gaseosa. No entiendo cómo se pudo haber enamorado de un tipo como ese que al final la terminó matando”, concluyó el joven. Después de hablar con LA GACETA, ingresó a su modesta vivienda con piso de tierra para despedir a la joven por última vez.
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Violencia de género
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