La división como herramienta política, otro símbolo kirchnerista

La división como herramienta política, otro símbolo kirchnerista

Medios, opositores, jueces y la sociedad fueron quebrados en dos.

10 Diciembre 2015

Patricio Tesei | Agencia DyN

BUENOS AIRES.- “Caceroleros”, viejitos “amarretes”, integrantes de un “partido judicial”, medios de comunicación que “están nerviosos”, los “piquetes de la abundancia”, oposición “cachivache”. Frases recortadas de la herencia que dejará un gobierno kirchnerista que, hasta último momento, pensó que “no hay lugar para los tibios”.

Primero Néstor Kirchner, cuando pudo estabilizarse en el poder tras asumir en 2003 con poco más del 22 por ciento de los votos, y luego Cristina Fernández, llevaron adelante un gobierno y la construcción política y de poder en base a confrontaciones y peleas.

Así, los medios de comunicación, los grandes empresarios del campo, fiscales y jueces, la oposición política, fueron señalados como enemigos, herramientas de los grupos de poder económico y a las corporaciones hegemónicas y, por lo tanto, sus críticas fueron reformuladas en afrentas contra los “40 millones de argentinos”.

A favor del conflicto

En uno de sus últimos reportajes antes de morir, el escritor Ernesto Laclau -un gurú para el kirchnerismo- señaló que “la división es necesaria dentro de un esquema manejable institucionalmente” y que “el conflicto es la esencia de la democracia y no hay democracia sin conflicto, sin antinomia y sin confrontación”.

A la exacerbación de este “conflicto regulado”, como escribió Laclau en ‘La razón populista’, el periodista Jorge Lanata la denominó “La grieta”: una división imaginaria que en la última década cruzó de manera transversal todos los ámbitos de la sociedad, llegando a la base: amigos y familiares que rompían el vínculo, presos del fanatismo político.

En estos 12 años, las organizaciones sindicales (CGT y CTA) se fracturaron en oficialistas y opositoras, nació Carta Abierta y La Cámpora para defender el modelo “nacional y popular” como censores intelectuales y en el terreno militante ante las afrentan internas y externas; lo mismo pasó con actores, músicos y periodistas.

La primera grieta

El conflicto iniciático de esta grieta fue el enfrentamiento entre el Gobierno de Cristina Fernández y el campo, en 2008, por la ley 125 y el intento de implementar un sistema de retenciones móviles para la producción agrícola, enfrentamiento que culminó con el voto “no positivo” en el Senado del entonces vicepresidente Julio Cobos, y la salida de Martín Lousteau del ministerio de Economía.

“No hay lugar para los tibios. El que no suma, resta”, indicó el entonces ministro de Planificación, Julio De Vido, el 27 de mayo de ese año, en una charla con intendentes y gobernadores donde pidió que apoyen al gobierno.

Este pensamiento dicotómico de la sociedad fue más allá: los periodistas en particular, y algunos medios de comunicación en general, fueron calificados como propagadores de la “cadena del desánimo” por parte de Cristina Fernández, y antes Néstor Kirchner rebautizó al canal TN como “Todo Negativo” y tildó de “paranoicos” a algunos periodistas, mientras promovía a los mal llamados periodistas “militantes”.

En sus habituales conferencias de prensa matinales y a través de su cuenta de Twitter, Aníbal Fernández, que en los últimos 10 años fue jefe de Gabinete, ministro del Interior, ministro de Justicia, senador nacional y candidato a gobernador bonaerense, llamó “alcahuete, burro a sueldo, tarado, burro y mala leche”, a un periodista.

Los medios (impulso de Ley de Medios) y la Justicia (el intento de “democratización” que buscó la mandataria en 2013 y que no pudo implementar) fueron grandes batallas que libró el kirchnerismo, pero en los últimos años el “enemigo de la patria” fue un actor internacional: el juez de Nueva York Thomas Griesa, los holdouts y los denominados fondos buitres. De nuevo, los que no apoyaron al Estado eran consignados como traidores a la patria.

No fue casual que en distintas protestas contra el gobierno, incluso los cacerolazos, muchos de los manifestantes cuestionaban el estilo de confrontación kirchneristas o destilaban su odio por la administración central.

El fundamentalismo kirchnerista, como era lógico de esperar, dio paso al fanatismo antikirchnerista, y ambos estereotipos bajaron a la sociedad.

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