“¿Qué nos queda de todo esto? Nosotros deberíamos aprender a convivir con los animales silvestres. Ellos tranquilamente pueden estar entre los humanos”. (Diego Ortiz)
Llegan con una pata quebrada, las plumas cortadas o arrancadas, el caparazón pintado, enfermos con moquillo, estresados, desorientados, mordidos por perros, o chocados por un auto. En esas condiciones ingresan unos 150 animales autóctonos por año en la Reserva Experimental de Horco Molle. Pero después de un tiempo, tras un intenso trabajo, algunos tienen una segunda oportunidad de volver a su hábitat gracias a un plan de recuperación y liberación de fauna autóctona a cargo de profesionales de la Universidad Nacional de Tucumán.
“Si reciben un animal que no tenían que tener, por ser silvestres, los traen con culpa”. (Pablo Aón)
Cuando ingresa un animal hay una historia contada por quien lo lleva y otra que es la que van reconstruyendo los veterinarios y especialistas de la Reserva de Horco Molle cuando revisan y tratan al ejemplar. Eso pasó con un oso melero o Tamanduá. Una mujer dijo que encontró al pequeño animal a la vera de la ruta que une Salta con Tucumán. Pero como en esta provincia “nos conocemos todos”, el veterinario Pablo Aón descubrió que en realidad esa persona compró el oso en el camino, y luego lo llevó a vivir a su casa en Yerba Buena. Allí estuvo unas tres semanas, hasta que lo llevaron a la Reserva porque no sabían cómo cuidarlo, ni qué darle de comer, y además se volvió incontrolable ya que rompía con sus garras todo lo que encontraba. El oso melero tenía buen peso y estuvo poco tiempo en esa casa porque su pelaje lo delataba: tenía el hocico con poco pelo, y eso revela que el animal estuvo en su hábitat, ya que cuando comen hormigas éstas los pican, ellos se rascan el hocico y así el pelo se les va cayendo en la zona. Hoy todavía está en recuperación para ser liberado en unos meses.
Otro pichón de lechuza vizcachera acaba de llegar. Quizás se cayó de su nido durante la últimas tormenta. Vivía en pleno centro de San Miguel de Tucumán. Sí, la naturaleza vive entre nosotros aunque no la veamos. El veterinario la seda, porque tiene que ponerle un tutor para su pata quebrada. Aunque tiene el pronóstico reservado, Aón dice que es posible que se recupere, porque esos animales jóvenes tienen un sorprendente poder de cicatrización. Otro aspecto positivo -evalúa el profesional- es que no está improntado. Dicho en otras palabras, ha estado poco tiempo en contacto con los humanos. Y eso es bueno, porque el contacto del hombre con la fauna silvestre casi siempre es negativo. Entonces, si ha estado poco tiempo entre nosotros tendrá más posibilidades de vida cuando vuelva a si hábitat. Nos escuchará y se alejará.
“A todo animal que ingresa se lo registra en un libro y luego se le hace una evaluación para analizar si puede ser devuelto a la naturaleza. Si no se puede, se van viendo distintas posibilidades, como que ingrese al circuito de la Reserva (los animales que están en exhibición) o que se lo derive a otro centro en el caso de que acá no tengamos espacio para tenerlo. Como Temaikén (Buenos Aires), Guira Oga (Misiones), un sector del zoológico de Buenos Aires y la estación de cría y liberación de fauna de Corrientes. Con todas ellas tenemos convenios y contactos”, explica Diego Ortiz, encargado del área de Rehabilitación de Fauna de la Reserva. A ello, Ortiz agrega que si un ave se queda en la Reserva por el hecho de que no está en condiciones para volver a su hábitat, puede ingresar al área de recuperación de rapaces en la que se trabaja también con la Fundación Minka (“los chicos entrenan a las aves y eso les ayuda en su recuperación”). Eso pasó con “Pluma”, una lechuza de campanario, que por haber estado mucho tiempo en contacto con las personas no pudo ser liberada. Los profesionales de la Reserva también los llevan a las escuelas para explicar la importancia de proteger a las rapaces; y los sábados van estudiantes de la Facultad de Ciencias Naturales para aprender técnicas de rehabilitación de aves. Ellos son considerados “animales escuela”.
En recuperación
Entre las técnicas de recuperación está la cuarentena, para ver si el animal manifiesta alguna enfermedad. Luego, son alimentados con pinzas mientras están en una caja para tratar de evitar el contacto y que no asocie al hombre con el alimento, y pueda tomar “vuelo” propio. También se les da de comer presas que generalmente cazan en la naturaleza. Después se les ofrece estímulos negativos; por caso, ruidos de disparos mientras se las asusta. “Eso les genera estrés; y cuando estén en la naturaleza huirán si escuchan tiros”, explicó Ortiz.
En cuanto a la recuperación, Aón describió que es variable: “dependerá de cada individuo. De nuestra parte también hacemos intervenciones para favorecer el proceso de recuperación, como implantes de plumas de la misma especie, por ejemplo. Pero se hacen uno o dos por animal; si no hay que esperar hasta que crezcan las plumas y eso podría ser de uno a tres años”.
Y se fue
Por un camino de asfalto rotoso, rodeado de arbustos con espinas y tierra seca, llegamos a un lugar donde serán liberados dos iguanas, dos quirquinchos bola, un gualacate (es un armadillo de gran tamaño) y un halconcito colorado. No fue elegido al azar: cada sitio de liberación es estudiado previamente, al igual que la fecha (se tienen en cuenta las condiciones meteorológicas también).
Entonces, Florencia Soria, estudiante de veterinaria y voluntaria en la Reserva, se calza los guantes y agarra el halcón que ha sido trasladado en una caja hasta ese sitio. Levanta el brazo y acomoda a la pequeña ave en dirección al viento. Vuela. Luego seguirán, uno a uno, hasta que los perdemos de vista.
“Los animales silvestres no se compran. No se los deben tener como mascotas. Es un delito venderlos, comprarlos y tenerlos. Para ello, elijan animales domésticos”. (Diego Ortiz).