03 Diciembre 2015
EN FAMAILLÁ. Sobrevivientes y militantes festejaron ayer el nuevo destino de La Escuelita. la gaceta / foto de OSVALDO RIPOLL
Los nombres de los 48 hombres y mujeres sonaron a metros del Pozo de Vargas. Cada mención generó en el público un grito -“presente”- y que destellaran lágrimas bajo el sol abrasante del mediodía. Familiares y allegados de la casi media centena de víctimas del terrorismo de Estado, cuyos restos fueron identificados hasta ahora en el sitio de enterramientos clandestinos, estaban ayer en el acto.
La emoción y el dolor convivieron en la ceremonia en la que se señalizó oficialmente al predio de Tafí Viejo como un lugar en el que se cometieron crímenes de lesa humanidad. Autoridades acompañaron a las referentes de los principales organismos tucumanos de derechos humanos.
Josefina Molina, hija del ex vicegobernador Dardo Molina (sus restos se hallaron en el Pozo), es querellante de la causa y celebró el señalamiento. “Es un puntapié para que, cuando terminemos de recuperar las víctimas, podamos exigir que sea un sitio de la memoria. A 14 años de iniciar este trabajo, se está reconociendo lo que sucedió aquí”, valoró. Comentó que la investigación fue dinámica este año. Remarcó, sin embargo, que impulsa que peritos trabajen en la “reasociación” antropológica de los elementos que también hay en el ducto, como ropa, libretas o anillos.“Muchas cosas nos están hablando, más allá de lo genético, que es muy importante”, consignó.
“Se los intentó ocultar, pero salieron a la luz. El año pasado me llamaron para comunicarme que habían encontrado a mi viejo aquí”, graficó Rolando González Medina, hijo del ferroviario taficeño Manuel González. Recordó que es necesario que quienes tengan familiares desaparecidos se acerquen a dar sus muestras de sangre para que haya con qué comparar los restos que se vayan encontrando.
Marta Rondoletto, de la fundación Memorias e Identidades, se quebró al hablar. Agradeció el ímpetu que pusieron militantes, familiares y abogados para que la Justicia investigara. Recordó que al principio la existencia del Pozo era casi una leyenda urbana. Virginia Sosa, de Fadetuc, se refirió a los presentes como “compañeros del dolor”. “Los asesinos creían que era un lugar perfecto para que no los encontremos. Pero seguiremos porque faltan muchos”, aseguró.
Uno de los momentos más emotivos fue cuando Ernesto, hijo de Rafael Espeche, un médico mendocino hallado en el Pozo, habló directamente a su papá: “mirá viejo dónde te vinimos a encontrar. La búsqueda fue dura. A la vieja también se la llevaron. Conocimos lo que era el miedo”, afirmó.
Metros clave
Ruy Zurita, perito del tucumano Colectivo de Arqueología Memoria e Identidad, recordó que se trabaja en el lugar desde 2002, aunque con interrupciones en los primeros años. Afirmó que desde 2009 las labores son continuas y que ya llegaron a los 32 metros de profundidad (el Pozo tiene 40 por tres de diámetro) y que 87 es el potencial de personas que se podrían identificar, hasta el momento. Instó a los familiares de todo el país a entregar muestras. Explicó que una vez por semana se efectúan extracciones y que una vez al mes, el material es enviado al Equipo Argentino de Antropología Forense. Advirtió que los metros que quedan guardan mucho potencial, dado que alberga los restos que fueron introducidos más temprano.
El ducto de ladrillos es centenario y está ubicado en una finca, perteneciente a la familia Vargas. Abastecía a las máquinas a vapor. Se cree que fue usado entre 1975 y finales de los ‘70 por las fuerzas represivas para ocultar cadáveres de secuestrados que fueron asesinados.
La emoción y el dolor convivieron en la ceremonia en la que se señalizó oficialmente al predio de Tafí Viejo como un lugar en el que se cometieron crímenes de lesa humanidad. Autoridades acompañaron a las referentes de los principales organismos tucumanos de derechos humanos.
Josefina Molina, hija del ex vicegobernador Dardo Molina (sus restos se hallaron en el Pozo), es querellante de la causa y celebró el señalamiento. “Es un puntapié para que, cuando terminemos de recuperar las víctimas, podamos exigir que sea un sitio de la memoria. A 14 años de iniciar este trabajo, se está reconociendo lo que sucedió aquí”, valoró. Comentó que la investigación fue dinámica este año. Remarcó, sin embargo, que impulsa que peritos trabajen en la “reasociación” antropológica de los elementos que también hay en el ducto, como ropa, libretas o anillos.“Muchas cosas nos están hablando, más allá de lo genético, que es muy importante”, consignó.
“Se los intentó ocultar, pero salieron a la luz. El año pasado me llamaron para comunicarme que habían encontrado a mi viejo aquí”, graficó Rolando González Medina, hijo del ferroviario taficeño Manuel González. Recordó que es necesario que quienes tengan familiares desaparecidos se acerquen a dar sus muestras de sangre para que haya con qué comparar los restos que se vayan encontrando.
Marta Rondoletto, de la fundación Memorias e Identidades, se quebró al hablar. Agradeció el ímpetu que pusieron militantes, familiares y abogados para que la Justicia investigara. Recordó que al principio la existencia del Pozo era casi una leyenda urbana. Virginia Sosa, de Fadetuc, se refirió a los presentes como “compañeros del dolor”. “Los asesinos creían que era un lugar perfecto para que no los encontremos. Pero seguiremos porque faltan muchos”, aseguró.
Uno de los momentos más emotivos fue cuando Ernesto, hijo de Rafael Espeche, un médico mendocino hallado en el Pozo, habló directamente a su papá: “mirá viejo dónde te vinimos a encontrar. La búsqueda fue dura. A la vieja también se la llevaron. Conocimos lo que era el miedo”, afirmó.
Metros clave
Ruy Zurita, perito del tucumano Colectivo de Arqueología Memoria e Identidad, recordó que se trabaja en el lugar desde 2002, aunque con interrupciones en los primeros años. Afirmó que desde 2009 las labores son continuas y que ya llegaron a los 32 metros de profundidad (el Pozo tiene 40 por tres de diámetro) y que 87 es el potencial de personas que se podrían identificar, hasta el momento. Instó a los familiares de todo el país a entregar muestras. Explicó que una vez por semana se efectúan extracciones y que una vez al mes, el material es enviado al Equipo Argentino de Antropología Forense. Advirtió que los metros que quedan guardan mucho potencial, dado que alberga los restos que fueron introducidos más temprano.
El ducto de ladrillos es centenario y está ubicado en una finca, perteneciente a la familia Vargas. Abastecía a las máquinas a vapor. Se cree que fue usado entre 1975 y finales de los ‘70 por las fuerzas represivas para ocultar cadáveres de secuestrados que fueron asesinados.
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