Por Silvina Cena
29 Noviembre 2015
SOBRE EL ESCENARIO. Nicole Beckmann y Fiorella Guzmán se lucen en “Hasta el domingo”, que se estrena hoy. la gaceta / foto de florencia zurita
Es cierto, no hay razones de vida o muerte para que esta tarde abandone la comodidad de su casa y se encierre con docenas de desconocidos en una sala a ver “Hasta el domingo”. Puede perdérsela, pasarla por alto en la cartelera como seguramente ya lo ha hecho con otras obras, y no habrá ninguna consecuencia: los actores saldrán a escena igual, los desconocidos aplaudirán, mañana volverá a ser lunes.
Y sin embargo.
Llegar hasta esa sala, sentarse frente ese escenario, prestarle a esos actores 50 minutos de su fin de semana es garantizarse el acceso a un corredor de emociones. A la entrada nomás le cobra peaje la sorpresa o, al menos, algunas dudas legítimas: ¿es o no una puesta para chicos? Lo es, sí, en la misma medida en que lo es para grandes. El eje de la historia es un divorcio, el de los papás de Lucía (Nicole Beckmann), pero el enfoque elude cualquier pretensión de moralina o de autoayuda para pequeños. Sí se escucha -sin que sea explícita- una voz infantil que habla a los adultos, que les dice así me siento, así me hacen sentir. Todo en un transcurrir natural, sin golpes bajos ni moralejas obvias.
Casi inmediatamente después de superada la sorpresa, llega el encanto. Incluso cuando el ritmo de la puesta exige un público atento, es inevitable abstraerse cada tanto para reparar en el talento de las niñas del elenco -Beckmann y Fiorella Guzmán, ambas de 12 años-, que construyen a un par de amigas capaces de decirlo todo en conversaciones simples, de pocas líneas. Sentadas en una sala de juegos, Lucía le cuenta a Flor cómo es su nueva vida de “hija separada” y en esos diálogos se asienta buena parte de la gracia total de “Hasta el domingo”. No sólo por la fuerza del texto de María Inés Falconi sino por la manera en que las actrices lo interpretan, con medidas equilibradas de comicidad y sensatez.
Hay también, en el túnel de emociones, un espacio para el enojo. Es el que surge durante las escenas que dan cuenta de las situaciones que trae aparejadas un divorcio. “Portate bien, por favor, que si no tu mamá me vuelve loco”, le dice a Lucía el papá (Fernando Ríos). “Crees que ser padre es hacerte el héroe los domingos; dejá que, como siempre, resuelvo todo yo”, le reclama a él la mamá (Natalia Yapura). Lejos de quejarse o entristecerse, Lucía hace su descargo comentando estos momentos con Flor, casi siempre con miradas irónicas o superadoras, como si estuvieran conscientes de que, en esas circunstancias, les cabe más a los niños que a los grandes la responsabilidad de ser pacientes. “Es como dice mi maestra -dice Lucía en un momento-: todo lo que no conocemos es un lío. Hasta que uno lo aprende, se hace amigo... y entonces empieza un lío nuevo”.
El último tramo del corredor no es sólo el más conmovedor sino además el que lleva la marca innegable de la directora, Viky Ibáñez, a cargo del grupo Vuelo en V. No va a arruinarse aquí la sorpresa, pero basta decir con que hay una imprevista aparición de una dulce guitarra, en manos de Tomás García Ibáñez, y una canción que es tanto súplica como esperanza. En esa mezcla de lágrimas y sonrisas se va apagando la luz, y al final es probable que el aplauso sea, tanto como para los actores, para los que se van encontrando a la salida del túnel, al menos temporalmente transformados, distintos a cómo habían entrado.
ACTÚAN HOY
• A las 19, en El Árbol de Galeano (Virgen de la Merced 435).
Y sin embargo.
Llegar hasta esa sala, sentarse frente ese escenario, prestarle a esos actores 50 minutos de su fin de semana es garantizarse el acceso a un corredor de emociones. A la entrada nomás le cobra peaje la sorpresa o, al menos, algunas dudas legítimas: ¿es o no una puesta para chicos? Lo es, sí, en la misma medida en que lo es para grandes. El eje de la historia es un divorcio, el de los papás de Lucía (Nicole Beckmann), pero el enfoque elude cualquier pretensión de moralina o de autoayuda para pequeños. Sí se escucha -sin que sea explícita- una voz infantil que habla a los adultos, que les dice así me siento, así me hacen sentir. Todo en un transcurrir natural, sin golpes bajos ni moralejas obvias.
Casi inmediatamente después de superada la sorpresa, llega el encanto. Incluso cuando el ritmo de la puesta exige un público atento, es inevitable abstraerse cada tanto para reparar en el talento de las niñas del elenco -Beckmann y Fiorella Guzmán, ambas de 12 años-, que construyen a un par de amigas capaces de decirlo todo en conversaciones simples, de pocas líneas. Sentadas en una sala de juegos, Lucía le cuenta a Flor cómo es su nueva vida de “hija separada” y en esos diálogos se asienta buena parte de la gracia total de “Hasta el domingo”. No sólo por la fuerza del texto de María Inés Falconi sino por la manera en que las actrices lo interpretan, con medidas equilibradas de comicidad y sensatez.
Hay también, en el túnel de emociones, un espacio para el enojo. Es el que surge durante las escenas que dan cuenta de las situaciones que trae aparejadas un divorcio. “Portate bien, por favor, que si no tu mamá me vuelve loco”, le dice a Lucía el papá (Fernando Ríos). “Crees que ser padre es hacerte el héroe los domingos; dejá que, como siempre, resuelvo todo yo”, le reclama a él la mamá (Natalia Yapura). Lejos de quejarse o entristecerse, Lucía hace su descargo comentando estos momentos con Flor, casi siempre con miradas irónicas o superadoras, como si estuvieran conscientes de que, en esas circunstancias, les cabe más a los niños que a los grandes la responsabilidad de ser pacientes. “Es como dice mi maestra -dice Lucía en un momento-: todo lo que no conocemos es un lío. Hasta que uno lo aprende, se hace amigo... y entonces empieza un lío nuevo”.
El último tramo del corredor no es sólo el más conmovedor sino además el que lleva la marca innegable de la directora, Viky Ibáñez, a cargo del grupo Vuelo en V. No va a arruinarse aquí la sorpresa, pero basta decir con que hay una imprevista aparición de una dulce guitarra, en manos de Tomás García Ibáñez, y una canción que es tanto súplica como esperanza. En esa mezcla de lágrimas y sonrisas se va apagando la luz, y al final es probable que el aplauso sea, tanto como para los actores, para los que se van encontrando a la salida del túnel, al menos temporalmente transformados, distintos a cómo habían entrado.
ACTÚAN HOY
• A las 19, en El Árbol de Galeano (Virgen de la Merced 435).
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