Del “fumando espero” al “chau pucho”

Del “fumando espero” al “chau pucho”

Diego Armus analiza los cambios en la cultura del tabaquismo en el país. Diserta en Tucumán

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16 Noviembre 2015
“Lo que ha marcado a casi todo el siglo XX es una perdurable ineficacia por regular lo que, según los tiempos, se ha dado en llamar hábito, vicio, costumbre, dependencia o adicción al cigarrillo de tabaco, y que recién en los últimos años registra un cambio muy significativo”, afirma Diego Armus (foto). Es parte de su respuesta a la pregunta de cómo el elogio del “fumando espero” del siglo XX devino ahora en el “chau pucho”. Docente del Swarthmore College, de EEUU, Armus se ha especializado en Historia social de la salud y la enfermedad. Sobre ese tópico (hoy hablará en Tucumán del tabaquismo y su historia) ha realizado numerosas investigaciones en las universidades de Harvard, Columbia y Nueva York, en el Instituto Iberoamericano de Berlín y en el Instituto de Historia Social de Amsterdam, entre otras instituciones.

Tres intereses

En diálogo por e-mail, antes de su llegada a Tucumán (invitado por el ISES Conicet), Armus enfatizó que a la biomedicina y a la salud pública les llevó mucho tiempo construir un consenso contra el cigarrillo que logre plasmarse en efectivas políticas antitabaco; y que hubo fuerzas “muy diversas y muy activas” interesadas en que esto no ocurra.

“En cada realidad nacional hay peculiaridades; pero casi siempre –y tal ocurre en nuestro país- tres actores han sido claves: el estado nacional y sus intereses por mantener los recursos fiscales relacionados con la venta de cigarrillos, los economías regionales donde la agricultura de tabaco es un recurso de sobrevivencia de pequeños y medianos agricultores y las campañas de marketing de las compañías tabacaleras”, añadió.

- ¿En qué medida la publicidad y el cine moldean las tendencias en salud de una comunidad?

- Abundan los estudios que encuentran en la publicidad un recurso muy eficaz al momento de modelar lo que la gente hace o deja de hacer, lo que consume, cuándo, dónde y cómo. Medir esa eficacia no es fácil y sería necio pensar que en la transformación del cigarrillo en un objeto de consumo moderno por excelencia, la publicidad y sus mensajes aspiracionales no han jugado un rol de peso. Pero creo que hay algo más que tiene que ver con los propios fumadores, sus deseos, su relación con su hábito o adicción. Que el cigarrillo tiene componentes adictivos no hay duda; mas difícil es entender por qué no todos los fumadores construyen la misma relación con el hábito o la adicción. Desde mi perspectiva, esta dimensión es decisiva y no puede faltar en una historia del hábito de fumar, un hábito que durante un siglo fue celebrado por la cultura en sentido amplio –del cine a la literatura, del lugar del cigarrillo en la mesa hogareña a los rituales de entrada a la adultez- y que en los últimos quince años se medicaliza con una fuerza arrolladora. Ahora la percepción dominante encuentra en el fumador o fumadora un sujeto irracional, débil de carácter, presa de una adicción descontrolada que atenta contra la salud pública. Lo interesante, otra vez desde la perspectiva de la historia sociocultural, es que por décadas el fumador fue algo muy distinto: el hombre confiado, seguro y autosuficiente, la mujer liberada, o el joven ansioso de reconocimiento adulto.

-¿Cuál es el correlato del tabaquismo en el siglo XXI?

- Estamos a comienzos del siglo y todavía es muy temprano para identificar la existencia de un hábito muy generalizado sobre el que haya sospechas articuladas por grupos médico-profesionales que nadie escucha, o que no hayan logrado producir políticas de salud pública específicas. Algunos grupos ven en el consumo de bebidas gaseosas un problema claramente asociado a la diabetes y la obesidad frente al cual es posible y necesario diseñar estrategias similares a las usadas en la campaña contra el cigarrillo. Pero hay diferencias importantes: en primer lugar la ausencia de la figura del consumidor que hace daño al prójimo mientras consume lo que le gusta. El éxito de las campañas contra el cigarrillo armadas en torno del fumador pasivo se debe en gran medida a la consolidación de una moralidad secular que valorará como nunca antes salud y fitness, conciencia de riesgo, cambio de conductas y un notablemente reforzamiento de la idea de no hacer daño a otros con el acto de fumar. Una campaña de salud pública contra el consumo de bebidas gaseosas va a necesitar de otros argumentos.

- ¿ Se puede hablar de la obesidad como la epidemia del siglo XXI?

- En algunos países ya se habla de la obesidad en clave epidémica. En EEUU sin duda. Pero también en muchos países latinoamericanos. Y como en casi todas las epidemias, los más afectados son los pobres, en este caso particular por ser los que tienen menos control sobre sus dietas. Pero para que una enfermedad devenga en una epidemia se necesitan muchos otros procesos que exceden lo estrictamente biomédico. Una vez que se construye un cierto consenso en el campo científico empieza un largo proceso que demandará de otros consensos, esta vez políticos, para producir iniciativas en materia de salud pública. Dicho de otro modo, para que la obesidad se transforme en una epidemia no es suficiente con que abunden los obesos. Del mismo modo que, y volviendo al siglo XX, no fue suficiente tener chagásicos para confrontar seriamente el Mal de Chagas. Y ya sabemos qué ha pasado y sigue pasando con esta enfermedad.

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