Por Federico Diego van Mameren
14 Noviembre 2015
En París todo es confusión. Mucho más para la guía del barquito “Las vedettes del Sena”. Se abre la puerta del lugar donde está el capitán, sale un francés típico le dice un secreto. Podrían ser palabras de amor a juzgar por las aguas calmas y románticas que pasan por debajo de los puentes más pesados de París por culpa del amor que dejó promesas de amor. Pero no es romántico el mensaje. Ella se da vueltas como sí hubiera recibido una mala noticia, pero nada dice por el micrófono.
Se despide de todos los turistas con un adiós entre idiomas. A la vuelta del Sena las sirenas y los autos de policías vuelan con sus luces azules. Llama la atención tanta agresividad y tanta velocidad.
Las parejas descienden del barco y caminan de la mano por el Pont Neuf. En la bajada por la quoi de Contin. Se acercan dos motos y en un francés autoritario ordenan “no pasar”. Inmediatamente, pasan cinco Mercedes benz negros a una velocidad indescifrable. “Ahí va Bono y el resto de U2” dice en portugués el espigado brasileño que no suelta a su rubia amiga que carga un borgoña en su mano. “Debe ir el Presidente”, arriesga un francés dando la espalda al Louvre. Pasan los autos negros, pero las sirenas de policía siguen pululando y no se callan.
En París todo es confusión. El amor y la muerte caben en las calles, en los bares. En el bar Le Buci, en la rue Dalphine 52, ya no hay barullo. Hay cuchicheos, hay dudas, hay tensión, hay carcajadas contenidas, hay celulares que no se callan y hay un televisor de muchísimas pulgadas que nadie le saca la vista de encima. Una mujer llora mientras le estira la mano a su marido. En la televisión se lee ataques a París. Por entonces, cuando el mozo anota el pedido hay 26 muertos. A la hora de pagar la cuenta ya eran 35.
En París todo es confusión. Ya es medianoche y la televisión describe el horror, mientras en las calles de Saint Germain sigue la algarabía de viernes a la noche. Los más grandes pagan y piden un taxi, los más jóvenes no sueltan la cerveza.
En la gran TV dicen que al presidente Hollande lo sacaron a las apuradas del estadio donde Francia le ganaba dos a cero a Alemania. También confirma que fueron siete los ataques simultáneos. Además que se decretó el estado de emergencia. Y los bares y las calles empiezan a llamarse a silencio. Es la una de la madrugada y la ciudad luz empieza a apagarse. En las calles sólo se ven policías y gente caminando a las apuradas. Por las ventanas los destellos de los televisores anunciaban una noche larga y sin sueño.
París es todo confusión. El miedo empieza a señorearse en todo el mundo sin poder responder por qué. París, la ciudad que juega a las escondidas con el amor, le ha dado piedra libre a la muerte.
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