César Delgado (68 años) recuerda un domingo en Las Termas, cuando tenía 12 años. Su padre era letrista y él, su ayudante. Habían viajado a esa ciudad para realizar un trabajo y allí se encontraron con que el cliente necesitaba más letreros de los que tenían previstos. El padre tuvo que delegar en el aprendiz la realización íntegra de grandes carteles. “Ese día me convertí en un verdadero letrista”, sentencia con orgullo Delgado y luego bromea: “un letrista con todas las letras”.
Durante muchos años, el diseño gráfico y la cartelería estuvieron en manos de estos artesanos de las letras. Sin embargo, a mediados de los 80, llegaron las herramientas digitales con sus múltiples atajos y se apropiaron de la escena. “Hoy ni siquiera hace falta ser ilustrador para realizar un diseño en la computadora –cuenta Delgado- mientras que un letrista tarda seis meses sólo en aprender a manejar el pincel”. Miguel Ángel Gutiérrez, también letrista, opina que la computadora reemplazó al pincel: “las máquinas, en especial el plotter (máquina de alta precisión para impresiones de gran tamaño), nos quitaron el 80% del trabajo, pero aún así estoy convencido de que siempre habrá alguien que necesite un letrista”, sostiene Gutiérrez desde la resistencia.
Los letristas utilizan un pincel singular, confeccionado con pelos de oreja de buey. Son pinceles largos y respetan la terminación natural del pelo. Se fabrican especialmente para este oficio. Su manejo requiere una gran destreza. Marcos Elías (52), otro cultor del oficio, cuenta que cuando tenía 15 años, a la salida del colegio, pasaba por un taller donde se pintaban letreros: “un día les dije que quería aprender y ahí comenzó un largo proceso de práctica con el pincel”. Todos los días, después de clases, Elías llegaba y marcaba unos renglones con tiza sobre una chapa. Luego pintaba todo el abecedario: primero con letras rectas, para mejorar el pulso; más tarde con letras curvas, para dominar la técnica. Al final de la jornada pasaba un rodillo para tapar todo el trabajo y comenzar desde el principio al día siguiente. “Sólo podés dedicarte a esto si tenés constancia y paciencia”, agrega, señalando dos virtudes que han quedado desdibujadas por el culto a la velocidad impuesto por las nuevas tecnologías.
Con perseverancia y práctica, los letristas llegan a dominar alfabetos de todas las estéticas posibles con sus mayúsculas, minúsculas y signos de puntuación. Con el pulso y la tenacidad de un artesano, le otorgan luces, sombras y relieves al mundo de las tipografías. “El trabajo de la máquina tiene gran precisión –detalla Delgado-, pero el trabajo a mano tiene la intensidad del contacto con lo humano y artesanal, vibra por todos lados, tiene vida; y esa es otra forma de perfección”.
Aunque las técnicas de diseño e impresión actuales amenazan con extinguir el oficio, basta una mirada atenta a la ciudad para encontrar la pista de los letristas aún vigente. El “trazo que vibra”, como lo define Delgado, atraviesa carteles, vidrieras, acoplados de camiones, interiores de colectivos, muros y fachadas de negocios, entre otras superficies. Palpita en la calle, como un clásico urbano sin tiempo.