Por Federico Espósito
19 Octubre 2015
UNA MOLE. Senatore se abraza con Matera, una de las figuras. El joven tercera línea fue clave para ganar en el contacto. REUTERS
La noche anterior al debut frente a los All Blacks, LG Deportiva le preguntó a Daniel Hourcade cómo quería que fueran recordados estos Pumas en el futuro, a lo que él respondió: “los tiempos cambian, el juego cambia, pero el corazón es el mismo. Todos los que vistan esta camiseta deben ser recordados como grandes”.
Difícil sería encontrar palabras más acertadas que la del “Huevo”. Su equipo ganó el que hasta ayer era el partido del año doblegando a una Irlanda que, pese a sus bajas, seguía siendo un adversario temible. Lo mejor de todo es que lo hizo con una justicia que no merece objeciones. De respaldo sirven esos 23 puntos de distancia en el tablero final (43-20), que dan cuenta una vez más de cuánto se ha modernizado la identidad de Los Pumas, antes asociada al heroicismo en defensa y hoy a la voracidad ofensiva.
Los más de 50.000 irlandeses en el Millenium de Cardiff se quedaron con la garganta seca ante el mejor comienzo del equipo argentino en la era Hourcade: control total de la pelota, un primer scrum que se llevó puesto al rival, vértigo en el ataque por las puntas, los tries de Matías Moroni y Juan Imhoff y la efectividad de Nicolás Sánchez en las ejecuciones a la H le dieron a Argentina una ventaja de ¡17 a 0! en apenas 13 minutos. Con ello se despejaban las dudas de los partidos anteriores: la concentración es directamente proporcional a la talla del adversario.
Lógicamente, semejante ritmo no se puede sostener durante tanto tiempo. Los Pumas volvieron a caer en imprecisiones, indisciplinas y riesgos innecesarios, como el sombrerito de Cordero que originó el contragolpe y el try de Luke Fitzgerald. Argentina perdió la pelota, y se sabe que sin ella, es otro equipo. Su defensa fue una vez más sólida, pero no del todo agresiva, y sus ataques se redujeron a repentizaciones que terminaron en rucks sin techo, ríos en plena temporada para los pescadores irlandeses. Así, la brecha que en el entretiempo era de 10 puntos (20-10) en un momento se achicó a sólo tres (23-20).
Afortunadamente, Los Pumas volvieron a tomar el control del partido en la última mitad del complemento y terminaron como habían empezado: a mil revoluciones, imponiendo las condiciones y liquidando el partido con los tries de Joaquín Tuculet (gran destreza la del fullback para darse vuelta in extremis y apoyar pese a la doble marca) y el segundo de ese depredador que es Imhoff.
Sí señores, Los Pumas están otra vez entre los cuatro mejores del Mundial, como en 2007, y ya se aseguraron cuando menos un partido por el tercer puesto. De aquí en adelante, todo lo que venga es ganancia. Sin embargo, está claro que este equipo no se conforma. Quiere más, y tiene con qué.
Difícil sería encontrar palabras más acertadas que la del “Huevo”. Su equipo ganó el que hasta ayer era el partido del año doblegando a una Irlanda que, pese a sus bajas, seguía siendo un adversario temible. Lo mejor de todo es que lo hizo con una justicia que no merece objeciones. De respaldo sirven esos 23 puntos de distancia en el tablero final (43-20), que dan cuenta una vez más de cuánto se ha modernizado la identidad de Los Pumas, antes asociada al heroicismo en defensa y hoy a la voracidad ofensiva.
Los más de 50.000 irlandeses en el Millenium de Cardiff se quedaron con la garganta seca ante el mejor comienzo del equipo argentino en la era Hourcade: control total de la pelota, un primer scrum que se llevó puesto al rival, vértigo en el ataque por las puntas, los tries de Matías Moroni y Juan Imhoff y la efectividad de Nicolás Sánchez en las ejecuciones a la H le dieron a Argentina una ventaja de ¡17 a 0! en apenas 13 minutos. Con ello se despejaban las dudas de los partidos anteriores: la concentración es directamente proporcional a la talla del adversario.
Lógicamente, semejante ritmo no se puede sostener durante tanto tiempo. Los Pumas volvieron a caer en imprecisiones, indisciplinas y riesgos innecesarios, como el sombrerito de Cordero que originó el contragolpe y el try de Luke Fitzgerald. Argentina perdió la pelota, y se sabe que sin ella, es otro equipo. Su defensa fue una vez más sólida, pero no del todo agresiva, y sus ataques se redujeron a repentizaciones que terminaron en rucks sin techo, ríos en plena temporada para los pescadores irlandeses. Así, la brecha que en el entretiempo era de 10 puntos (20-10) en un momento se achicó a sólo tres (23-20).
Afortunadamente, Los Pumas volvieron a tomar el control del partido en la última mitad del complemento y terminaron como habían empezado: a mil revoluciones, imponiendo las condiciones y liquidando el partido con los tries de Joaquín Tuculet (gran destreza la del fullback para darse vuelta in extremis y apoyar pese a la doble marca) y el segundo de ese depredador que es Imhoff.
Sí señores, Los Pumas están otra vez entre los cuatro mejores del Mundial, como en 2007, y ya se aseguraron cuando menos un partido por el tercer puesto. De aquí en adelante, todo lo que venga es ganancia. Sin embargo, está claro que este equipo no se conforma. Quiere más, y tiene con qué.