Por Federico Türpe
17 Octubre 2015
Pido disculpas, otra vez, por escribir esta crónica en primera persona, pero soy partícipe necesario de la historia.
El sábado 7 de junio de 1997 entrevisté en un hotel de Las Termas de Río Hondo al doctor René Favaloro. Tuve el privilegio, o la desgracia, de que mi reportaje fuera el último que le hiciera LA GACETA. El inventor del bypass murió el 29 de julio de 2000.
Mis órdenes eran cubrir una charla que Favaloro iba a dar en una sala del hotel Los Pinos, para alumnos termenses del secundario.
Antes de viajar, fui al archivo del diario y leí todo lo que había sobre este médico, tan reconocido en el mundo, y al que yo conocía sólo por los diarios y la televisión.
No estaba asustado, estaba entusiasmado, ansioso. En el archivo me enteré, por ejemplo, que había sido miembro de la Conadep, la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas. Y que daba a menudo charlas gratuitas en ciudades y pueblos del interior.
Eso me impactó bastante y lo pensé mientras viajaba. Un hombre al que invitaban de las mejores universidades del mundo a dar conferencias, a cambio de miles de dólares, viáticos y lindos hoteles, elegía conversar gratis con adolescentes santiagueños. Todo un gesto que describía la verdadera esencia de Favaloro.
La sala del hotel, que era (o es) como un teatro, con escenario, estaba desbordada de estudiantes con delantal y algunos docentes mezclados.
Favaloro entró al escenario también con un delantal blanco y un micrófono en la mano. Su delantal era el de un cardiocirujano, pero ese día pensé que lo igualaba con el guardapolvo que tenían los chicos. Quizás fue una casualidad, tal vez no.
Habló apenas un par de minutos sobre quién era y qué estaba haciendo ahí. Quedaba claro que era un hombre que no sentía la necesidad de presentarse ni de legitimarse con sus títulos. Que no perdía el tiempo en los lugares donde estaba; esa fue mi sensación.
Yo esperaba escuchar una charla como la de un papá a sus hijos, o de un abuelo a sus nietos, y pensaba que me iba a costar mucho enviar una nota al diario con un título importante. Y me equivoqué.
Abordó a los chicos por los temas que a ellos les importaban, pero con información real, sin edulcorantes ni eufemismos, directo al corazón. El fútbol, el sexo, la noche, la eutanasia, la droga, el aborto. Pero el eje de su disertación, y de la conversación a solas que mantuvimos después, fue siempre el mismo, en todos los temas: “la hipocresía que nos gobierna”, tal como repitió varias veces. Se lo notaba enfadado, furioso con la sociedad. Y tres años después sabríamos, drásticamente, cuán enojado y desilusionado estaba con este mundo.
Comenzó diciendo, por ejemplo, que millones de dólares se lavaban en el fútbol. Y que gran parte de ese dinero provenía del narcotráfico. Hoy parece obvio y hasta ingenuo, pero hace casi dos décadas pocos hablaban de esto con tanta franqueza.
Dijo cosas tan fuertes, desde el punto de vista periodístico, que cuando terminó de hablar me acerqué, me presenté, y le pregunté si podíamos conversar. Me respondió “mirá muchacho, yo ahora sólo pienso en tomarme un whisky, si me querés acompañar, encantado”. Y así partimos hacia el bar del hotel, donde charlamos durante más de una hora, en la que Favaloro bebió tres medidas de escocés importado y yo dos. Invitó él, o el hotel, no lo sé, pero no me dejó pagar.
Yo no había llevado grabador. En esa época los grabadores se usaban excepcionalmente, para entrevistas policiales, judiciales o políticas; para el resto con un anotador alcanzaba; no era como ahora, que se graba y se filma todo. Y para una charla de un médico con alumnos no creí necesario usar grabador, que además conlleva la muy tediosa desgrabación, que mucho padecen los periodistas.
Al día siguiente, el domingo 8 de junio de 1997, LA GACETA le dedicó una página completa a mi entrevista, con un encabezado que decía “Un hombre sin vueltas”, además de ser el título principal de la tapa: “Dinero de la droga se lava en el fútbol”. Fue la primera vez que apareció mi firma en la portada del diario.
Mi editora en ese momento, y puedo contarlo ahora porque ya no vive, suprimió varios párrafos importantes del material que yo había enviado, justamente por lo que conté antes: no estaba grabado. Era tan polémico lo que afirmaba Favaloro, principalmente sobre el aborto y las drogas, que ella tuvo miedo de que se produjera un escándalo y que yo, un incipiente y anónimo cronista, no tuviera una cinta para respaldar esos dichos. Lo hizo para cuidar al diario, pero también para cuidarme, y me consta que así fue.
La prueba está en que hace unos años, a propósito del debate que se estaba produciendo en el Congreso uruguayo por la despenalización del aborto, que finalmente se aprobó, divulgué en Twitter algunas definiciones de Favaloro sobre el aborto, unas publicadas en el diario ese 8 de junio, y otras no, pero que yo recordaba y recuerdo con mucha claridad. Además, como hice siempre con todos los anotadores, conservé el de esa entrevista durante muchos años.
Inmediatamente se desató un escándalo en todo el país, tal como había temido mi editora, hace 18 años.
“Los ricos defienden el aborto ilegal para mantenerlo en secreto y no pasar vergüenza. Estoy harto de que se nos mueran chicas pobres para que las ricas aborten en secreto. Se nos mueren nenas en las villas y en los sanatorios hacen fortunas sacándoles del vientre la vergüenza a las que tienen plata. Con el divorcio decían que era el fin de la familia y sólo fue el fin de la vergüenza para los separados ilegales. Con el aborto legal no habrá más ni menos abortos, habrá menos madres muertas. El resto es educar, no legislar”.
También dijo: “el aborto es un acto criminal, sin lugar a dudas. Pero también estoy en contra de la hipocresía. La hipocresía es esa nenita de clase media a quien, cuando se embaraza, su papito la lleva al médico y esa misma noche esa nenita ya está bailando en un boliche de nuevo. Muchos señores a quienes vemos por ahí hablando con toda naturalidad sobre lo malo que es el aborto son unos hipócritas porque saben que, en la realidad, las cosas suceden de otra manera. No hay que tenerle miedo a la educación sexual y a hablar de sexo con los chicos. Es muy necesario e importante. Hay que hablar de frente sobre este tema para que el embarazo no deseado no sea una sorpresa. Hasta la misma Iglesia ya está cambiando en esta época y está procesando de otra forma el problema del aborto”.
De estas citas, que son sólo un fragmento de todo lo que dijo ese día sobre aborto y sexualidad, se publicó casi todo en el diario, excepto la primera parte, donde dice que los ricos defienden la ilegalidad para mantener al aborto en secreto.
En ese momento las declaraciones de Favaloro no levantaron tanta polvareda, quizás porque era un mundo mucho más analógico, no existía la interactividad de la gente con la información, ni las redes sociales, WhatsApp, etcétera. De hecho, esta entrevista puede verse sólo en el archivo del diario, porque aún no está digitalizada.
Favaloro estaba absolutamente en contra del aborto, pero más detestaba la hipocresía. Lo mismo pensaba sobre las drogas, donde el principal problema no era la despenalización, sino la hipocresía.
Lamentablemente, cuando recordé estas definiciones en Twitter, algunas personas a favor del aborto tomaron sólo las frases que les convenían, sacadas del verdadero contexto, para sumar puntos a su causa y decir que Favaloro estaba a favor de despenalizar el aborto. Se armó un verdadero escándalo, que aún hoy puede verse en decenas de páginas que pueden rastrearse en Google. Y claro está, como siempre ocurre cuando una información no coincide con nuestras ideas, los antiabortistas cargaron contra mí, incluso desde otros países, desacreditándome, insultándome y afirmando que era un invento mío. Hasta hoy, casi tres años después, sigo recibiendo e-mails con todo tipo de agresiones por este tema.
Ayudó al descrédito el hecho de que la entrevista no está en la web, y en estos tiempos para muchos lo que no está en Google no existe.
Consideré muy importante contar toda la verdad sobre este reportaje, dada la trascendencia que tienen Favaloro y su legado para el país.
Como él mismo me dijo ese día: “Estoy convencido de que hay que revisar y escribir de nuevo la historia para que los jóvenes puedan saber la verdad de lo que pasó en este país. Los chicos deben saber que la corrupción no es sólo la que sale en los diarios sino que va mucho más allá; está en todos nuestros actos” (LA GACETA, 8 de junio de 1997, página 1).
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