El alentador ejemplo tucumano

El alentador ejemplo tucumano

Fue positiva la reacción de los ciudadanos indignados y de los partidos opositores, que finalmente articularon un discurso común. Por Luis Alberto Romero | especial para LA GACETA.

30 Agosto 2015
Tucumán es uno de los mejores ejemplos del nuevo peronismo: el “peronismo de la desigualdad”. Surgido de la democracia, pero también de una sociedad radicalmente segmentada, el nuevo peronismo abandonó su tradicional estirpe sindical y se concentró en el nuevo mundo de la pobreza. Aunque incapaz de solucionar sus problemas, y limitado a aumentar el número de pequeños empleos públicos y a repartir discrecionalmente subsidios, sin embargo supo construir con ellos un aparato político exitoso.

El viejo peronismo renovó su plantel e incorporó a dirigentes de otros partidos, aptos para combinar un sistema cleptocrático y otro clientelar. La cleptocracia generó una nueva oligarquía política que en Tucumán, a diferencia de la nacional, supo solucionar las cuestiones sucesorias. El sistema clientelar logró trasmutar la apabullante desigualdad social en sufragios legitimantes.

Para ello el “partido del gobierno” combinó lo mejor de la tradición del fraude conservador con las novedades de la política de los pobres. Administró libremente los recursos estatales bajo la forma de ayudas precarias, que requerían una contraprestación para ser mantenidas: el sufragio. No se trataba de un simple y grosero intercambio: para esto se necesita una empatía, un lenguaje, unos rituales que los dirigentes de tradición populista dominan mejor que nadie. Pero además la desigualdad abatió el orgullo trabajador y plebeyo del antiguo peronismo, y alentó el resurgimiento del sometimiento popular, propio de la sociedad del rango y la deferencia.

Sobre esta base se construyó un mecanismo complejo, al que la palabra “fraude” le queda chico, pues muchas de sus partes, aunque no son decorosas, tampoco son ilegales. Es ilegal la ultima ratio, el recurso supremo: la falsificación de las urnas.

Lo del domingo fue un exceso, dentro de un libreto conocido, reiterado y hasta naturalizado. Lo notable, inesperado y alentador fue la reacción. Por un lado, los ciudadanos indignados, no sometidos al “partido del gobierno”, expresándose en la plaza. Por otro, las fuerzas políticas opositoras que, en una coyuntura electoral nacional, se concentraron en Tucumán.

A lo largo de los años kirchneristas estos dos actores se manifestaron en diversas ocasiones, pero de manera separada y desarticulada. La civilidad sola, y agotándose con manifestaciones sin un final claro. Los partidos opositores reacios a mostrarse en la calle y privilegiando sus diferencias. La indignación fue muy grande. La proximidad de la gran elección nacional derrumbó los prejuicios. Al confluir, el enorme aparato del gobierno y su partido, hasta entonces inconmovible, empezó a mostrar grietas, a derrumbarse aquí y allá.

Todavía falta mucho, pero quizás Tucumán esté alumbrando un futuro en el que la Argentina pueda salir de esta larga encerrona política y empezar, lentamente, a reconstruir lo destruido.

El autor es historiador, profesor de la Universidad Di Tella.

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