Por Guillermo Monti
21 Agosto 2015
“Las autoridades no atienden, ni entienden, ni resuelven -afirmaron los productores cañeros-. En las actuales condiciones hasta es imposible pagar los jornales. El régimen azucarero existente es oprobioso. No queda otro camino que el paro”. La declaración no fue recogida durante esta semana en la plaza Independencia. Data de agosto de 1975. En otras palabras; después de 40 años estamos igual. O peor. Es una demoledora metáfora acerca del tiempo perdido.
Vale el momento para repasar una historia que pinta el drama tucumano con una paleta de escasos colores. Más bien en el registro de los grises. El 23 de agosto del 75, Atilio Santillán y Benito Romano volvían eufóricos de Buenos Aires. La presidenta Isabel Perón había rubricado el decreto 2.172, que disponía la reapertura del ingenio Esperanza. Le volvía el alma al cuerpo a Delfín Gallo, una de las víctimas del genocidio socioeconómico de los 60. Los dirigentes de Fotia traían noticias calentitas bajo el brazo, en tiempos en los que no había tuits ni mails para adelantarlas. “El ingenio empezará a funcionar en 1977 como una planta moderna y eficiente, con una capacidad de cuatro millones de kilos por día”, explicaba Santillán. Después desplegaba la baraja completa: “el próximo objetivo es reabrir Santa Lucía, Santa Ana y Ranchillos”. Esperanza pura.
Gaspar Lassalle relojeaba de costado estas movidas, ocupado como estaba en canalizar la bronca de los cañeros de Chicligasta, Río Chico y Graneros. Parar y lanzarse a las rutas era el clamor de los productores autodeclarados al borde del quebranto. Leña para el fuego del conflicto sobraba, porque mientras UCIT amenazaba sin moverle el bigote al gobernador Amado Juri, Cactu se quejaba por los desfasajes en la comercialización del azúcar. No, las cosas no andaban nada bien.
El contexto, leído a la distancia, era un rompecabezas de violencia que iba armándose con forma de futuro Golpe de Estado. El 27 de agosto las Fuerzas Armadas movieron las piezas: el general Numa Laplane se fue a su casa y Jorge Rafael Videla asumió la comandacia del Estado Mayor conjunto. Un día después a Tucumán lo sacudió una explosión. Bajo la pista del antiguo aeropuerto un comando guerrillero había colocado 50 kilos de gelinita y la hicieron detonar desde San Cayetano, a sólo 400 metros, cuando despegaba un Hércules con más de 120 gendarmes a bordo. Murieron cuatro de ellos. El “Benjamín Matienzo”, no lo olvidemos, funcionaba a un puñado de cuadras del microcentro y la vieja pista es hoy la avenida Papa Francisco, ex Wenceslao Posse.
Y fue Wenceslao Posse el fundador del ingenio Esperanza. La Presidenta aterrizó en Tucumán el martes 2 de septiembre para decirle al pueblo de Delfín Gallo, cara a cara, que la reapertura de la fábrica era un hecho. El general Adel Vilas, dueño del verdadero poder en la provincia, la acompañó en un helicóptero militar desde el aeropuerto a Cruz Alta. En el camino la invitó a quedarse a descansar en San Javier, pero Isabel gambeteó la galantería y sólo permaneció tres horas en Tucumán. El país le quemaba y se quemaba.
“Solamente podrá vencerme la muerte antes que renunciar a defender a los humildes -afirmó Isabel-. Y si soy mala y no les sirvo, que gobierne otro”. Después de bajó de la tribuna y compartió un almuerzo frugal en un galpón. Mientras, el pueblo de Delfín Gallo clamaba “¡Damasco corazón!” Eran vivas al ministro del Interior, coronel Vicente Damasco, impulsor de la reapertura del ingenio. “Dejo un pedazo de mi corazón en Tucumán”, confesó Isabel. Y se fue.
Corolario: tres días después murieron el subteniente Rodolfo Berdina y el soldado Horacio Maldonado. Vilas andaba hecho una furia. El plan del flamante ministro de Economía, Antonio Cafiero, murió al nacer. El 22 de marzo del 76, horas antes del Golpe, Atilio Santillán fue silenciado para siempre. Al decreto 2.172 se lo llevó puesto el Proceso. Ni Esperanza, ni Ranchillos, ni Santa Lucía, ni Santa Ana volvieron a moler. Los productores cañeros siguieron -apenas- sobreviviendo, con la diferencia de que ya no podían protestar. Al que se quejaba en esa época le iba muy pero muy mal.
Una perlita: mientras Isabel hacía promesas sobre el bidet (¿qué seríamos sin Charly García?), la junta de gobierno de la Federación Argentina de Geología sesionaba en la provincia y emitía un comunicado colmado de ilusión. Hay en Catamarca un tesoro minero al que debemos prestarle toda la atención -sostenían los geólogos-. Se llama La Alumbrera y allí puede estar el futuro de Tucumán. Seamos inteligentes para aprovecharlo, agregaban. ¿Hasta cuándo la historia seguirá regalando lecciones de las que nadie toma un mínimo apunte?
Vale el momento para repasar una historia que pinta el drama tucumano con una paleta de escasos colores. Más bien en el registro de los grises. El 23 de agosto del 75, Atilio Santillán y Benito Romano volvían eufóricos de Buenos Aires. La presidenta Isabel Perón había rubricado el decreto 2.172, que disponía la reapertura del ingenio Esperanza. Le volvía el alma al cuerpo a Delfín Gallo, una de las víctimas del genocidio socioeconómico de los 60. Los dirigentes de Fotia traían noticias calentitas bajo el brazo, en tiempos en los que no había tuits ni mails para adelantarlas. “El ingenio empezará a funcionar en 1977 como una planta moderna y eficiente, con una capacidad de cuatro millones de kilos por día”, explicaba Santillán. Después desplegaba la baraja completa: “el próximo objetivo es reabrir Santa Lucía, Santa Ana y Ranchillos”. Esperanza pura.
Gaspar Lassalle relojeaba de costado estas movidas, ocupado como estaba en canalizar la bronca de los cañeros de Chicligasta, Río Chico y Graneros. Parar y lanzarse a las rutas era el clamor de los productores autodeclarados al borde del quebranto. Leña para el fuego del conflicto sobraba, porque mientras UCIT amenazaba sin moverle el bigote al gobernador Amado Juri, Cactu se quejaba por los desfasajes en la comercialización del azúcar. No, las cosas no andaban nada bien.
El contexto, leído a la distancia, era un rompecabezas de violencia que iba armándose con forma de futuro Golpe de Estado. El 27 de agosto las Fuerzas Armadas movieron las piezas: el general Numa Laplane se fue a su casa y Jorge Rafael Videla asumió la comandacia del Estado Mayor conjunto. Un día después a Tucumán lo sacudió una explosión. Bajo la pista del antiguo aeropuerto un comando guerrillero había colocado 50 kilos de gelinita y la hicieron detonar desde San Cayetano, a sólo 400 metros, cuando despegaba un Hércules con más de 120 gendarmes a bordo. Murieron cuatro de ellos. El “Benjamín Matienzo”, no lo olvidemos, funcionaba a un puñado de cuadras del microcentro y la vieja pista es hoy la avenida Papa Francisco, ex Wenceslao Posse.
Y fue Wenceslao Posse el fundador del ingenio Esperanza. La Presidenta aterrizó en Tucumán el martes 2 de septiembre para decirle al pueblo de Delfín Gallo, cara a cara, que la reapertura de la fábrica era un hecho. El general Adel Vilas, dueño del verdadero poder en la provincia, la acompañó en un helicóptero militar desde el aeropuerto a Cruz Alta. En el camino la invitó a quedarse a descansar en San Javier, pero Isabel gambeteó la galantería y sólo permaneció tres horas en Tucumán. El país le quemaba y se quemaba.
“Solamente podrá vencerme la muerte antes que renunciar a defender a los humildes -afirmó Isabel-. Y si soy mala y no les sirvo, que gobierne otro”. Después de bajó de la tribuna y compartió un almuerzo frugal en un galpón. Mientras, el pueblo de Delfín Gallo clamaba “¡Damasco corazón!” Eran vivas al ministro del Interior, coronel Vicente Damasco, impulsor de la reapertura del ingenio. “Dejo un pedazo de mi corazón en Tucumán”, confesó Isabel. Y se fue.
Corolario: tres días después murieron el subteniente Rodolfo Berdina y el soldado Horacio Maldonado. Vilas andaba hecho una furia. El plan del flamante ministro de Economía, Antonio Cafiero, murió al nacer. El 22 de marzo del 76, horas antes del Golpe, Atilio Santillán fue silenciado para siempre. Al decreto 2.172 se lo llevó puesto el Proceso. Ni Esperanza, ni Ranchillos, ni Santa Lucía, ni Santa Ana volvieron a moler. Los productores cañeros siguieron -apenas- sobreviviendo, con la diferencia de que ya no podían protestar. Al que se quejaba en esa época le iba muy pero muy mal.
Una perlita: mientras Isabel hacía promesas sobre el bidet (¿qué seríamos sin Charly García?), la junta de gobierno de la Federación Argentina de Geología sesionaba en la provincia y emitía un comunicado colmado de ilusión. Hay en Catamarca un tesoro minero al que debemos prestarle toda la atención -sostenían los geólogos-. Se llama La Alumbrera y allí puede estar el futuro de Tucumán. Seamos inteligentes para aprovecharlo, agregaban. ¿Hasta cuándo la historia seguirá regalando lecciones de las que nadie toma un mínimo apunte?
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