Por Gustavo Martinelli
18 Agosto 2015
“Todos hablamos de San Martín, pero muy pocos lo conocemos y casi nadie lo imita”. La reflexión, transformada ya en un refrán anónimo, define con absoluta veracidad lo que sucede en torno a la figura del prócer argentino por excelencia del que ayer se cumplió un nuevo aniversario de su muerte. Llamado “el Libertador de América”, San Martín demostró que su único anhelo era lograr la libertad de los pueblos oprimidos. Le ofrecieron dinero, grados militares y el mismo gobierno; todo lo rechazó y vivió siempre en la mayor pobreza. A la luz de la Argentina actual, en la que el sentido de responsabilidad cayó en el olvido, el trabajo es considerado inútil (mejor es esperar las dádivas del Gobierno), la educación se cae a pedazos y la ética es una virtud pasada de moda, la figura de San Martín nos cuestiona y, al mismo tiempo, nos anima a recuperar ese sentido de patria extraviado.
Sobre todo ahora, cuando la enrarecida campaña por conseguir una fracción de poder nos muestra esa otra cara de la política. Una cara que nada tiene que ver con aquello que pregonaba San Martín. Porque la política, dicen, es el arte de hacer posible lo imposible. Y San Martín lo tuvo claro. Compartía este ideal con Belgrano. Intentó llevarlo a la práctica y murió sin ver a la Argentina convertida en aquella nación equilibrada, donde la igualdad rige sobre cualquier exceso. “Si somos libres, todo nos sobra”, decía. Y apostaba así a la primera conquista que todo pueblo debe defender. Aunque también apuntaba a la honradez, el segundo bastión que engrandece a una nación. “Sacrificaría mi existencia, antes de echar una mancha sobre mi vida pública que se pudiera interpretar por ambición”, decía. Y hasta fue más allá al afirmar: “Un buen gobierno no está asegurado por la liberalidad de sus principios, pero sí por la influencia que tiene en la felicidad de los que obedecen”.
Por eso, y siguiendo la huella de estas sentencias, no podemos aceptar mansamente que lo que vemos por estos días en las despiadadas campañas de nuestros candidatos sea realmente política. Los funcionarios investigados por cohecho, las cuentas en paraísos fiscales, la inoperancia para acabar con la inseguridad, los fraudes, las mentiras, las promesas... eso no es política. Es su perversión. Es la política hecha mentira. La mentira de que “no hay alternativa”.
En uno de sus libros más aclamados, Rosa Montero relata de forma magistral, la historia de un rey, ni bueno ni malo, que celebró el nacimiento de su esperado hijo. Para festejar la noticia, invitó a todas las hadas del reino, excepto a una de ellas, la más malvada. Sin embargo, como en el caso de la Bella Durmiente, esta hada maléfica se hizo presente para conceder al príncipe un don especial: la capacidad de que todo lo que diga sea creído por todos los hombres. El rey, asombrado, consideró que ese don ensalzaría la gloria de su retoño, y aceptó honroso. Pronto, el príncipe descubrió que su capacidad de convertir en verdad cualquier cosa con solo nombrarla era una herramienta que acrecentaba su poder más allá de lo imaginado. Y lo primero que hizo fue valerse de él para encerrar a su padre, acusándolo de demente y convertirse él mismo en rey. Sus súbditos, al ver que el nuevo monarca había abierto la veda a la mentira, decidieron hacer lo mismo y, con el tiempo, el reino se convirtió en un páramo podrido por la artimaña. Una mañana, desde la torre donde estaba prisionero, el viejo rey logró divisar los confines de su reino y, horrorizado, los vio esfumarse. Abrumado, alzó las manos al cielo, pero de inmediato se dio cuenta que sus extremidades también empezaban a hacerse transparentes. Incapaz de comprender qué es lo que sucedía, el rey acudió a la sabiduría del viejo dragón, que somnoliento, tras escuchar sus preocupaciones respondió con un acertijo a la pregunta sobre qué debía hacer para detener la desaparición del reino: “cuando me mencionas, ya no existo. La respuesta al acertijo fue el silencio. El silencio que, no es derrota, sino equilibrio. ¿No será ésta también una solución para nosotros? Es decir, ¿no sería mejor desear que el silencio y el sosiego llegue antes de que las mentiras hagan desaparecer de nuestro “reino” el sentido de lo común y de lo público? Hoy, el engaño es amo y señor. Se alimenta de los miedos; engulle nuestras debilidades, mientras todo a nuestro alrededor comienza a desaparecer: las buenas costumbres, el sentido del trabajo, la paz social, la recta conducta... Hagamos posible lo imposible antes de que sea demasiado tarde. Sigamos el consejo del dragón antes de que sea tarde. Pidamos un poco de silencio. Y tomemos las riendas de nuestro futuro y hagamos nuestras las palabras de San Martín: “Para defender la libertad se necesitan ciudadanos, no de café, sino de instrucción y elevación moral”.
Sobre todo ahora, cuando la enrarecida campaña por conseguir una fracción de poder nos muestra esa otra cara de la política. Una cara que nada tiene que ver con aquello que pregonaba San Martín. Porque la política, dicen, es el arte de hacer posible lo imposible. Y San Martín lo tuvo claro. Compartía este ideal con Belgrano. Intentó llevarlo a la práctica y murió sin ver a la Argentina convertida en aquella nación equilibrada, donde la igualdad rige sobre cualquier exceso. “Si somos libres, todo nos sobra”, decía. Y apostaba así a la primera conquista que todo pueblo debe defender. Aunque también apuntaba a la honradez, el segundo bastión que engrandece a una nación. “Sacrificaría mi existencia, antes de echar una mancha sobre mi vida pública que se pudiera interpretar por ambición”, decía. Y hasta fue más allá al afirmar: “Un buen gobierno no está asegurado por la liberalidad de sus principios, pero sí por la influencia que tiene en la felicidad de los que obedecen”.
Por eso, y siguiendo la huella de estas sentencias, no podemos aceptar mansamente que lo que vemos por estos días en las despiadadas campañas de nuestros candidatos sea realmente política. Los funcionarios investigados por cohecho, las cuentas en paraísos fiscales, la inoperancia para acabar con la inseguridad, los fraudes, las mentiras, las promesas... eso no es política. Es su perversión. Es la política hecha mentira. La mentira de que “no hay alternativa”.
En uno de sus libros más aclamados, Rosa Montero relata de forma magistral, la historia de un rey, ni bueno ni malo, que celebró el nacimiento de su esperado hijo. Para festejar la noticia, invitó a todas las hadas del reino, excepto a una de ellas, la más malvada. Sin embargo, como en el caso de la Bella Durmiente, esta hada maléfica se hizo presente para conceder al príncipe un don especial: la capacidad de que todo lo que diga sea creído por todos los hombres. El rey, asombrado, consideró que ese don ensalzaría la gloria de su retoño, y aceptó honroso. Pronto, el príncipe descubrió que su capacidad de convertir en verdad cualquier cosa con solo nombrarla era una herramienta que acrecentaba su poder más allá de lo imaginado. Y lo primero que hizo fue valerse de él para encerrar a su padre, acusándolo de demente y convertirse él mismo en rey. Sus súbditos, al ver que el nuevo monarca había abierto la veda a la mentira, decidieron hacer lo mismo y, con el tiempo, el reino se convirtió en un páramo podrido por la artimaña. Una mañana, desde la torre donde estaba prisionero, el viejo rey logró divisar los confines de su reino y, horrorizado, los vio esfumarse. Abrumado, alzó las manos al cielo, pero de inmediato se dio cuenta que sus extremidades también empezaban a hacerse transparentes. Incapaz de comprender qué es lo que sucedía, el rey acudió a la sabiduría del viejo dragón, que somnoliento, tras escuchar sus preocupaciones respondió con un acertijo a la pregunta sobre qué debía hacer para detener la desaparición del reino: “cuando me mencionas, ya no existo. La respuesta al acertijo fue el silencio. El silencio que, no es derrota, sino equilibrio. ¿No será ésta también una solución para nosotros? Es decir, ¿no sería mejor desear que el silencio y el sosiego llegue antes de que las mentiras hagan desaparecer de nuestro “reino” el sentido de lo común y de lo público? Hoy, el engaño es amo y señor. Se alimenta de los miedos; engulle nuestras debilidades, mientras todo a nuestro alrededor comienza a desaparecer: las buenas costumbres, el sentido del trabajo, la paz social, la recta conducta... Hagamos posible lo imposible antes de que sea demasiado tarde. Sigamos el consejo del dragón antes de que sea tarde. Pidamos un poco de silencio. Y tomemos las riendas de nuestro futuro y hagamos nuestras las palabras de San Martín: “Para defender la libertad se necesitan ciudadanos, no de café, sino de instrucción y elevación moral”.