02 Agosto 2015
EVIDENCIA. Cada vez más investigaciones concluyen que sumergirse en el verde favorece nuestra salud mental. LA GACETA / foto de Diego Aráoz
Gretchen Reynolds / The New York Times
Una caminata en el parque puede apaciguar la mente y, en el proceso, cambiar la manera en que trabaja nuestro cerebro de una forma que mejora nuestra salud mental, de acuerdo a un nuevo e interesante estudio sobre los efectos físicos que experimenta el cerebro al visitar la naturaleza.
El estudio también mostró que los pobladores de las ciudades tienen un mayor riesgo de sufrir ansiedad, depresión y otras enfermedades mentales en comparación a las personas que viven fuera de los centros urbanos.
De acuerdo con un creciente cuerpo de investigación, el entorno y los estados de ánimo parecen estar vinculados en cierta medida. Varios estudios descubrieron que los habitantes de las ciudades que tienen poco acceso a espacios verdes tienen mayores posibilidades de tener problemas psicológicos que las personas que viven cerca de parques. Además, las personas que viven en las ciudades pero visitan ambientes naturales experimentan una baja inmediata en los niveles de las hormonas del stress, en comparación a las personas que no han estado al aire libre recientemente.
Pero, lo que todavía no está claro es cómo una visita al parque o a otro espacio verde puede alterar el humor. ¿Experimentar la naturaleza realmente cambia nuestro cerebro de alguna manera que afecta nuestra salud emocional? Esa posibilidad intrigó a Gregory Bratman, graduado del Programa Interdisciplinario de Emmett en Medio Ambiente y Recursos de la Universidad de Stanford, que viene estudiando los efectos psicológicos de la vida urbana. En un estudio publicado el mes pasado, él y sus colegas hicieron que un grupo de voluntarios caminara brevemente por una porción verde y tupida del campus de Stanford. Descubrieron que estas personas terminaban más felices y atentas que otro grupo de voluntarios que caminaron la misma cantidad de tiempo por una zona donde había tráfico pesado alrededor.
Ese estudio no examinó los mecanismos neurológicos que pueden llegar a indicar cuáles son los verdaderos efectos de estar en contacto con la naturaleza. Así que en el siguiente estudio, publicado el 14 de julio en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias, Bratman y sus colaboradores decidieron mirar de cerca qué efectos puede tener caminar en las tendencias melancólicas de una persona.
Los científicos cognitivos usan la palabra en inglés brooding, que puede traducirse como melancolía, como un estado de mente, que es familiar para la mayoría de nosotros, por el cual no podemos dejar de pensar en las cosas que hicimos mal con nosotros mismos y nuestra vida. Esta preocupación extrema no es saludable ni ayuda a solucionar ningún problema. Además, puede ser una precursora de la depresión y, según los estudios realizados, es desproporcionadamente común entre los habitantes de la ciudad en comparación con las personas que viven fuera de las zonas urbanas.
Quizás lo más interesante para la investigación de Bratman es que esa manera de pensar está fuertemente asociada con la creciente actividad de una parte del cerebro conocida como la corteza prefrontal subgenual. Bratman se dio cuenta que si los investigadores pudieran seguir la actividad de esa parte del cerebro antes y después que las personas visitan la naturaleza, ellos tendrían una mejor idea acerca de si la naturaleza cambia los pensamientos y hasta qué grado lo hace.
Bratman y sus colegas primero reunieron a 38 habitantes de una ciudad, adultos y sanos, y les pidieron que completaran un cuestionario para determinar su valor normal de brooding. Los investigadores también controlaron la actividad cerebral de la corteza prefrontal subgenual de cada voluntario, usando un escáner que realiza un seguimiento del flujo sanguíneo a través del cerebro. Un mayor flujo sanguíneo en algunas partes del cerebro suele ser un signo de mayor actividad en esas áreas. Después, los científicos eligieron al azar a la mitad de los voluntarios y les pidieron que caminasen 90 minutos a través de una zona de Stanford que era tranquila, frondosa y bastante similar a un parque. La otra mitad, tenía que caminar al lado de una avenida ruidosa. Los voluntarios no podían ir acompañados ni escuchar música.
Inmediatamente después de terminar la caminata, los voluntarios tenían que volver al laboratorio y hacer de nuevo el cuestionario y ser sometidos al escáner. Como era de esperarse, caminar al costado de la autopista no calmó la mente de las personas. El flujo sanguíneo seguía siendo alto en la zona de la corteza prefrontal subgenual y sus niveles de brooding no se habían alterado.
Los voluntarios que pasearon por los caminos callados y arbolados mostraron un pequeño pero significativo avance en su salud mental, de acuerdo a sus respuestas en el cuestionario. No estaban pensando en aspectos negativos tanto como lo habían hecho antes. También tenían un menor flujo sanguíneo en su zona de la corteza prefrontal subgenual. Esa porción de su cerebro estaba más callada.
Estos resultados “sugieren fuertemente que sumergirse en ambientes naturales” puede ser una manera casi inmediata de mejorar el humor en las ciudades, opina Bratman. Pero todavía quedan muchas respuestas por responder -dice el científico-, incluyendo cuánto tiempo en la naturaleza es suficiente o ideal para nuestra salud mental, como también qué aspectos de la naturaleza son más relajantes. ¿Es el verde, el silencio, el sol, los olores agradables, todo eso o algo más lo que levante nuestro humor? ¿Necesitamos estar caminando o de alguna manera activos para ganar más beneficios psicológicos? ¿Debemos estar solos o la compañía puede ampliar nuestra mejora de humor?
“Hay una cantidad tremenda de estudios que todavía necesitan hacerse”, explica Bratman. Pero hasta tanto, el científico señala que hay pocas desventajas en pasear por el parque más cercano. También hay alguna posibilidad de que usted pueda amortiguar beneficiosamente, al menos por un tiempo, su corteza prefrontal subgenual.
TRADUCCIÓN
• Graciela Colombres Garmendia Redacción LA GACETA
Una caminata en el parque puede apaciguar la mente y, en el proceso, cambiar la manera en que trabaja nuestro cerebro de una forma que mejora nuestra salud mental, de acuerdo a un nuevo e interesante estudio sobre los efectos físicos que experimenta el cerebro al visitar la naturaleza.
El estudio también mostró que los pobladores de las ciudades tienen un mayor riesgo de sufrir ansiedad, depresión y otras enfermedades mentales en comparación a las personas que viven fuera de los centros urbanos.
De acuerdo con un creciente cuerpo de investigación, el entorno y los estados de ánimo parecen estar vinculados en cierta medida. Varios estudios descubrieron que los habitantes de las ciudades que tienen poco acceso a espacios verdes tienen mayores posibilidades de tener problemas psicológicos que las personas que viven cerca de parques. Además, las personas que viven en las ciudades pero visitan ambientes naturales experimentan una baja inmediata en los niveles de las hormonas del stress, en comparación a las personas que no han estado al aire libre recientemente.
Pero, lo que todavía no está claro es cómo una visita al parque o a otro espacio verde puede alterar el humor. ¿Experimentar la naturaleza realmente cambia nuestro cerebro de alguna manera que afecta nuestra salud emocional? Esa posibilidad intrigó a Gregory Bratman, graduado del Programa Interdisciplinario de Emmett en Medio Ambiente y Recursos de la Universidad de Stanford, que viene estudiando los efectos psicológicos de la vida urbana. En un estudio publicado el mes pasado, él y sus colegas hicieron que un grupo de voluntarios caminara brevemente por una porción verde y tupida del campus de Stanford. Descubrieron que estas personas terminaban más felices y atentas que otro grupo de voluntarios que caminaron la misma cantidad de tiempo por una zona donde había tráfico pesado alrededor.
Ese estudio no examinó los mecanismos neurológicos que pueden llegar a indicar cuáles son los verdaderos efectos de estar en contacto con la naturaleza. Así que en el siguiente estudio, publicado el 14 de julio en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias, Bratman y sus colaboradores decidieron mirar de cerca qué efectos puede tener caminar en las tendencias melancólicas de una persona.
Los científicos cognitivos usan la palabra en inglés brooding, que puede traducirse como melancolía, como un estado de mente, que es familiar para la mayoría de nosotros, por el cual no podemos dejar de pensar en las cosas que hicimos mal con nosotros mismos y nuestra vida. Esta preocupación extrema no es saludable ni ayuda a solucionar ningún problema. Además, puede ser una precursora de la depresión y, según los estudios realizados, es desproporcionadamente común entre los habitantes de la ciudad en comparación con las personas que viven fuera de las zonas urbanas.
Quizás lo más interesante para la investigación de Bratman es que esa manera de pensar está fuertemente asociada con la creciente actividad de una parte del cerebro conocida como la corteza prefrontal subgenual. Bratman se dio cuenta que si los investigadores pudieran seguir la actividad de esa parte del cerebro antes y después que las personas visitan la naturaleza, ellos tendrían una mejor idea acerca de si la naturaleza cambia los pensamientos y hasta qué grado lo hace.
Bratman y sus colegas primero reunieron a 38 habitantes de una ciudad, adultos y sanos, y les pidieron que completaran un cuestionario para determinar su valor normal de brooding. Los investigadores también controlaron la actividad cerebral de la corteza prefrontal subgenual de cada voluntario, usando un escáner que realiza un seguimiento del flujo sanguíneo a través del cerebro. Un mayor flujo sanguíneo en algunas partes del cerebro suele ser un signo de mayor actividad en esas áreas. Después, los científicos eligieron al azar a la mitad de los voluntarios y les pidieron que caminasen 90 minutos a través de una zona de Stanford que era tranquila, frondosa y bastante similar a un parque. La otra mitad, tenía que caminar al lado de una avenida ruidosa. Los voluntarios no podían ir acompañados ni escuchar música.
Inmediatamente después de terminar la caminata, los voluntarios tenían que volver al laboratorio y hacer de nuevo el cuestionario y ser sometidos al escáner. Como era de esperarse, caminar al costado de la autopista no calmó la mente de las personas. El flujo sanguíneo seguía siendo alto en la zona de la corteza prefrontal subgenual y sus niveles de brooding no se habían alterado.
Los voluntarios que pasearon por los caminos callados y arbolados mostraron un pequeño pero significativo avance en su salud mental, de acuerdo a sus respuestas en el cuestionario. No estaban pensando en aspectos negativos tanto como lo habían hecho antes. También tenían un menor flujo sanguíneo en su zona de la corteza prefrontal subgenual. Esa porción de su cerebro estaba más callada.
Estos resultados “sugieren fuertemente que sumergirse en ambientes naturales” puede ser una manera casi inmediata de mejorar el humor en las ciudades, opina Bratman. Pero todavía quedan muchas respuestas por responder -dice el científico-, incluyendo cuánto tiempo en la naturaleza es suficiente o ideal para nuestra salud mental, como también qué aspectos de la naturaleza son más relajantes. ¿Es el verde, el silencio, el sol, los olores agradables, todo eso o algo más lo que levante nuestro humor? ¿Necesitamos estar caminando o de alguna manera activos para ganar más beneficios psicológicos? ¿Debemos estar solos o la compañía puede ampliar nuestra mejora de humor?
“Hay una cantidad tremenda de estudios que todavía necesitan hacerse”, explica Bratman. Pero hasta tanto, el científico señala que hay pocas desventajas en pasear por el parque más cercano. También hay alguna posibilidad de que usted pueda amortiguar beneficiosamente, al menos por un tiempo, su corteza prefrontal subgenual.
TRADUCCIÓN
• Graciela Colombres Garmendia Redacción LA GACETA
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