Observar cómo avanza por los pasillos del Mercado del Norte con cuatro cuchillos en cada mano, a veces, asusta un poco. El filo de la hoja de metal destella una luz que se refleja a la distancia. El hombre camina apurado entre la gente. Lleva las piezas con las puntas hacia abajo para evitar accidentes con los distraídos que pudieran rozarlo en medio del gentío.
A media mañana, el Mercado del Norte tiene el pico máximo de clientes que recorren los pasillos entre los puestos de carnes, verduras, frutas, y de fritangas. Daniel Medina es el afilador de cuchillos en el mercado. Camina presuroso, entrega los pedidos, cobra y regresa a su bicicleta fija para seguir afilando. Cada cuchillo le lleva unos 10 minutos de pedaleo hasta sacarle brillo a la hoja de metal.
Aprendió el oficio a los 15 años. A principio de 1980, era un adolescente y necesitaba dinero. Iba todos los días al mercado. En aquel tiempo, la dictadura militar estaba en su etapa final. Había un clima de ebullición en la gente. Se notaba ansiedad. El Mercado del Norte era el centro nervioso de la ciudad. El pulso de la vida comercial se medía por el ritmo de esa mole gigante que, todavía ocupa media manzana en el centro tucumano.
Antes del amanecer, Daniel llegaba en bicicleta desde su casa en Villa Amalia. Cualquiera que buscara un empleo, en aquellos días, debía llegarse al mercado. Nunca faltaba algo para hacer.
Hombriá bolsas.
Lustrá zapato.
Cargá mercadería.
Limpiá. Barré...
Esos eran los oficios seguros para conseguir unos billetes antes del mediodía. Pero Daniel quería algo más estable. Todos los días se acercaba a los afiladores de cuchillos que pedaleaban en su bicicleta fija para hacer girar la piedra.
Aprendí mirando nomá...
Ahora, con 35 años en el oficio, dice que no lo cambia por nada. Tengo mi esposa, mi casa y mi trabajo, comenta orgulloso. Aclara que hace mucho tiempo cambió a Villa Amalia por el barrio Sarmiento. Con tantos años de experiencia, habla mientras hace girar la piedra y pasa la hoja del cuchillo por la piedra giratoria.
El filo parece cortar el aire con un hilo de luz que se refleja, mientras sigue pedaleando. En los comienzos sufrió varios cortes hasta que aprendió las técnicas y los secretos del oficio.
Sí... uno por aprender, por querer hacerlo rápido, se corta. Por ahí se traba el cuchillo y corré el riesgo de lastimarte. Hay que tené mucho cuidado. Siempre tené que tenerlo al cuchillo firme, porque si no se puede dañar la piedra y podé lastimá a cualquiera que va pasando. Se necesita concentación. Cualquier segundo te descuidá y te podés moquiar bien feo. Y si te lastimá tené que seguir laburando, lamentablemente, porque tené que entregar el laburo que estás haciendo. En ese caso te atá el dedo con un trapito para solucionate y seguí la carrera nomá.
A las 7.30, el afilador llega al Mercado. Sabe que en un rato llegará Ramón, el acordeonista, que se sienta en la zona de las pizzerías. Toca su música a cambio de una propina. Ramón es ciego, y el afilador suele acompañarlo desde la entrada del edificio, por calle Maipú, hasta el puesto fijo del músico.
Adentro se conjuga la música, el bullicio de las ventas, los carteles con las ofertas del día. Pero lo que más sobresalta la vista son las enormes cabezas de cerdo que cuelgan de los ganchos en las carnicerías. Algunos prefieren exhibirlos de cuerpo entero. Esos chanchos parecen estar vivos mirando a la gente pasar. Las pescaderías no se quedan atrás. Las enormes piezas; a veces de hasta 16 kilos, reposan congeladas en las vitrinas y los mostradores. Las carnicerías y las pescaderías son los principales clientes del señor de los cuchillos en el Mercado del Norte.