11 Julio 2015
En la primera parte de una investigación que publicó ayer LA GACETA sobre cómo funciona el control de las frutas y verduras que el consumidor compra en la verdulería, diversos funcionarios entrevistados reconocieron que la producción hortícola en Tucumán es muy informal (un 60% no está registrada) y que esto dificulta el control de la sanidad de los alimentos. Los mismos técnicos destacaron que gran parte de lo que se produce va a ferias o entra a las verdulerías a través de intermediarios que compran en fincas directamente; y que si el productor no ha seguido lo que dictan las buenas prácticas agrícolas, eso que produce puede tener residuos por encima de lo permitido; y no solo de pesticidas, sino de lo que viene en las aguas servidas con las que se riegan los campos en algunas zonas que tienen deficiente suministro de agua potable.
Donde sí funciona un laboratorio que realiza análisis físicos, químicos y bacteriológicos sobre muestras tomadas al azar periódicamente es en el Mercofrut, el gran mercado concentrador del Noroeste en el que se reúne una porción importante de las frutas y de las verduras que consumimos los tucumanos. Además, el Senasa comenzó hace un año a enviar muestras a Buenos Aires para determinar los niveles de agroquímicos (en el Mercofrut no se hace ese tipo de análisis) y tratar de controlar la trazabilidad.
Es que un área sensible en el rubro alimentos son los residuos tóxicos, que se presentan por herbicidas, fungicidas, insecticidas y fitoreguladores que se utilizan en el campo, y cuyo uso es regulado por el Senasa, siguiendo parámetros preestablecidos internacionalmente en 1927: el Límite Máximo de Residuos tóxicos (LMR) que puede encontrarse en una fruta o verdura está establecido por el Senasa en un listado con 3389 dosis de herbicidas, fungicidas, insecticidas y fitoreguladores que se utilizan en el campo. Los límites para el uso se calculan según la Dosis Letal 50 (DL50), a la que los documentos de expertos consideran que es la dosis necesaria para matar a la mitad de los animales de prueba.
Automedicados
Graciela Cerutti, directora de Alimentos de la Provincia, está convencida de que al problema de la falta de control se lo debe combatir con buenas prácticas agrícolas; enseñarle al productor que no debe pulverizar con cualquier cosa, que las dosis no se manejan a ojo y que al tiempo de carencia (no consumir las frutas o verduras después de aplicado el producto) hay que respetarlo.
“Cuesta mucho porque aquí todo se mide con tapitas y si les dicen que pongan una, ellos por las dudas agregan más”, explica.
“Al producto químico, por ejemplo, para el trigo lo usan para otros cultivos, no hay agroquímicos específicos para cada cultivo”, explica Rodrigo Lencina, supervisor regional del área de Inocuidad Vegetal del Senasa. A esto se suma el fraccionamiento porque compran pocos litros y se los dan en botellas de gaseosas sin rotulado, algo que la ley provincial de Agroquímicos (N° 6291) prohibe, explica Nidia Juri, referente de Agricultura Familiar del Senasa. Ni qué hablar de la receta agronómica. No hay pequeño latifundista que le solicite a un ingeniero agrónomo que le prescriba los pesticidas, las dosis y las maneras correctas de aplicarlos. Tampoco los negocios de venta se lo exigen.
En el campo el agroquímico es un “remedio” para el cultivo y el productor automedica su campo según lo que le dicte la experiencia o algún otro “farmacéutico” como él.
Gustavo Páez Márquez, ingeniero agrónomo y director de Agricultura, levanta dos tomates imaginarios en la mano: “Si yo te muestro éste que tiene picaduras y éste otro, hermoso y brillante que hace dos horas le han puesto algo para que no lo ataquen los bichos. Pero, además, te digo que éste con picaduras es más caro que el otro…¿Cuál llevás?”. Páez compara un producto orgánico con otro producido con pesticidas y concluye que el cambio vendrá “cuando el productor pueda diferenciarse en un mercado por eso y el consumidor esté dispuesto a pagar”. Todos los entrevistados coinciden que por lo general el tiempo de carencia no se respeta.
Quizás intentando tranquilizar, Páez, dice: ¿Sabés que es más peligroso? El agua con la que riegan el cultivo que los residuos de pesticidas. Por ejemplo, en Yerba Buena hay gente que saca agua de pozo para regar lo que vos comés”. Aclara que la tarea de la dirección es controlar el expendio de agroquímicos, pero no el uso que hace el productor.
“Lo ideal sería que quien aplica y riega lo haga a conciencia y asesorado”, reflexiona Sergio Tibaldo, coordinador regional de Inocuidad y Calidad Agroalimentaria del Senasa.
Por eso, añade, el ciudadano no debe comportarse como un consumidor pasivo, sino que debe preguntar: “¿De dónde viene esto? ¿Cómo lo producen?... ¿Cómo se llamaba la defensora de los consumidores?”, dice Tibaldo.
Donde sí funciona un laboratorio que realiza análisis físicos, químicos y bacteriológicos sobre muestras tomadas al azar periódicamente es en el Mercofrut, el gran mercado concentrador del Noroeste en el que se reúne una porción importante de las frutas y de las verduras que consumimos los tucumanos. Además, el Senasa comenzó hace un año a enviar muestras a Buenos Aires para determinar los niveles de agroquímicos (en el Mercofrut no se hace ese tipo de análisis) y tratar de controlar la trazabilidad.
Es que un área sensible en el rubro alimentos son los residuos tóxicos, que se presentan por herbicidas, fungicidas, insecticidas y fitoreguladores que se utilizan en el campo, y cuyo uso es regulado por el Senasa, siguiendo parámetros preestablecidos internacionalmente en 1927: el Límite Máximo de Residuos tóxicos (LMR) que puede encontrarse en una fruta o verdura está establecido por el Senasa en un listado con 3389 dosis de herbicidas, fungicidas, insecticidas y fitoreguladores que se utilizan en el campo. Los límites para el uso se calculan según la Dosis Letal 50 (DL50), a la que los documentos de expertos consideran que es la dosis necesaria para matar a la mitad de los animales de prueba.
Automedicados
Graciela Cerutti, directora de Alimentos de la Provincia, está convencida de que al problema de la falta de control se lo debe combatir con buenas prácticas agrícolas; enseñarle al productor que no debe pulverizar con cualquier cosa, que las dosis no se manejan a ojo y que al tiempo de carencia (no consumir las frutas o verduras después de aplicado el producto) hay que respetarlo.
“Cuesta mucho porque aquí todo se mide con tapitas y si les dicen que pongan una, ellos por las dudas agregan más”, explica.
“Al producto químico, por ejemplo, para el trigo lo usan para otros cultivos, no hay agroquímicos específicos para cada cultivo”, explica Rodrigo Lencina, supervisor regional del área de Inocuidad Vegetal del Senasa. A esto se suma el fraccionamiento porque compran pocos litros y se los dan en botellas de gaseosas sin rotulado, algo que la ley provincial de Agroquímicos (N° 6291) prohibe, explica Nidia Juri, referente de Agricultura Familiar del Senasa. Ni qué hablar de la receta agronómica. No hay pequeño latifundista que le solicite a un ingeniero agrónomo que le prescriba los pesticidas, las dosis y las maneras correctas de aplicarlos. Tampoco los negocios de venta se lo exigen.
En el campo el agroquímico es un “remedio” para el cultivo y el productor automedica su campo según lo que le dicte la experiencia o algún otro “farmacéutico” como él.
Gustavo Páez Márquez, ingeniero agrónomo y director de Agricultura, levanta dos tomates imaginarios en la mano: “Si yo te muestro éste que tiene picaduras y éste otro, hermoso y brillante que hace dos horas le han puesto algo para que no lo ataquen los bichos. Pero, además, te digo que éste con picaduras es más caro que el otro…¿Cuál llevás?”. Páez compara un producto orgánico con otro producido con pesticidas y concluye que el cambio vendrá “cuando el productor pueda diferenciarse en un mercado por eso y el consumidor esté dispuesto a pagar”. Todos los entrevistados coinciden que por lo general el tiempo de carencia no se respeta.
Quizás intentando tranquilizar, Páez, dice: ¿Sabés que es más peligroso? El agua con la que riegan el cultivo que los residuos de pesticidas. Por ejemplo, en Yerba Buena hay gente que saca agua de pozo para regar lo que vos comés”. Aclara que la tarea de la dirección es controlar el expendio de agroquímicos, pero no el uso que hace el productor.
“Lo ideal sería que quien aplica y riega lo haga a conciencia y asesorado”, reflexiona Sergio Tibaldo, coordinador regional de Inocuidad y Calidad Agroalimentaria del Senasa.
Por eso, añade, el ciudadano no debe comportarse como un consumidor pasivo, sino que debe preguntar: “¿De dónde viene esto? ¿Cómo lo producen?... ¿Cómo se llamaba la defensora de los consumidores?”, dice Tibaldo.
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