Por Juan Manuel Asis
20 Mayo 2015
Un antiguo pero clásico chiste de la redacción apunta que todo junto se escribe separado y que separado se escribe todo junto. Parafraseando, ayer, frente a la Casa Histórica, peronistas y radicales estuvieron todos juntos, pero separados. Y no es un chiste. Los de Perón a la izquierda de Amaya y de Cano, y los de Alem e Yrigoyen a la derecha. En la ubicación tampoco subyace una broma ideológica, sino algo que la realidad política está marcando: que los gestos de la dirigencia están unos pasos más adelante de los movimientos de proximidad entre militantes, adherentes o simpatizantes de ambas corrientes políticas. El antialperovichismo los une electoralmente, la dirigencia tiene en claro la estrategia en ese sentido. Sin embargo, las bases aún se miran con recelo y desconfianza. ¿Radicales votando a peronistas? ¿Peronistas votando a radicales? La historia y el presente pesan para que amayistas y canistas se confundan entre sí en un gran abrazo setentista. Es el gran desafío: despejar las dudas no sólo puertas adentro sino hacia toda la sociedad. Como lo es también un reto para el jefe municipal -que ya no recuerda al kirchnerismo- y para el diputado -que elogia al peronismo- demostrar que la sociedad política nace por una demanda de la gente, como afirman. Juntos, pero por separado, van a tener que convencer de que unidos son una alternativa confiable y que nada tienen que ver con antiguas alianzas opositoras que fracasaron en su intento por gestionar el poder. Ese estigma persigue a los radicales, y es aprovechado por el oficialismo -que acusa a Amaya de ser el nuevo Cobos- para castigar a la UCR. El intendente y Cano tendrán que remar bastante para evitar fugas y para aglutinar a la tropa. Un ejército armado de infantes que, como riverplatenses y “xeneizes”, van a tener que guardar el gas pimienta y sacar la mejor sonrisa.
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