¿Y ahora Boca?
El proyecto incluía la obtención del campeonato argentino con el Vasco Arruabarrena Gran-DT. La vuelta inmediata de Carlos Tevez para formar ataque con Daniel Osvaldo. Y hasta Andrea Pirlo vestido de amarillo y azul. La reconquista de la Libertadores y, de postre, la vuelta a Japón para dirimir duelo, por qué no, contra el Barcelona de Lionel Messi. Se invirtieron 10 millones de dólares en refuerzos y parecía haber más en la chequera, porque el proyecto de grandeza deportiva iba de la mano con algo más grande. Porque un Boca exitoso, hay que decirlo, porque así sucede en el fútbol argentino, ayudaba también a la campaña Mauricio Macri presidente de Argentina y a Daniel Angelici reelegido en el club, fortalecido en la AFA y lanzado luego también él a la política nacional. ¿Y ahora Boca?

Boca ganaba todo. Inclusive, por momentos, con un fútbol asociado, de toque y audaz. Pero la aparición de River en la Libertadores, mucho antes de lo que podía esperarse, fue el inicio del desastre. El primero de los tres clásicos en La Bombonera, por el campeonato local, fue cosa menor. Para el segundo capítulo, River se portó como un señorito. Garantizando ellos sí ubicaciones seguras para la dirigencia de Boca en el Monumental. Pero, dentro del campo, abusó de la violencia y debió terminar el partido con tres jugadores menos. No fue así. Y nadie podía imaginarse que un mal pase de Fernando Gago en la salida derivaría en un penal torpe e infantil de Leandro Marín. Y que la conversión de Carlos Sánchez marcaría algo mucho más grave que la primera derrota de Boca en el año. Que marcaría acaso el principio del fin.

El clima se fue recalentando en las redes sociales. Hinchas furiosos de Boca comenzaron a sentirse más que nunca como los únicos defensores del club. Que los jugadores se habían dejado avasallar por River. También Angelici, por “permitir” la designación del árbitro Germán Delfino para el juego de ida. Una victimización que creció por supuesto ayer, tras la sanción de la Conmebol. El árbitro de la revancha, el joven de 30 años Darío Herrera, sin siquiera un partido previo de Libertadores, pero ahora sí avalado por Boca, confirmó su fama de riguroso apenas iniciado el partido, con una amarilla a Osvaldo. Esa tonta patada inicial contra Sánchez quiso avisar que La Bombonera estaba lista para la batalla. Y Boca jugó todavía peor que en el Monumental. Sin juego asociado. Y sin el uruguayo Nicolás Lodeiro, figura de Boca semanas atrás. Fue una extraña renuncia de Arruabarrena, acaso también él desbordado por el superclásico. La transmisión por TV de Fox mostraba un cartel que, en rigor, no parecía muy diferente de otros que ya forman parte del paisaje natural de nuestras canchas: “Pasa Boca, o no se Ba nadie”. Fue toda una premonición.

Ahora sabemos que el ataque en la manga fue con capsaicina, un pigmento anaranjado que se extrae de los pimientos rojos y que, en rigor, es el principal ingrediente del gas pimienta de fabricación casera. Fue arrojada con una botella de litro y medio a través del alambrado. El ataque, es cierto, pudo haber sido obra de “inadaptados”, como dice el establishment del fútbol. Los Di Zeo, los Martín, son los “adaptados”. “No es un problema de barras bravas”, se apresuró en afirmar una y otra vez Angelici. No de la barra oficial, quiso decir. El club que sea, no solo Boca, siempre eligió una barra oficial. La de más poder. La que garantizara paz en las tribunas a cambio de prebendas. El problema es que quienes quedan afuera del acuerdo siempre reclaman lo suyo. Y lo hacen del único modo que saben hacerlo, a punta de pistola, porque así ascendió también en su momento el propio Rafael Di Zeo cuando desplazó al “Abuelo” José Barritta. Los métodos, eso sí, no parecen tener fin en la escala de la salvajería. Matar a un jugador ya no es una ficción.

Si el ataque contra los jugadores de River fue obra de pocos, lo que sucedió después no. “Se cagó, River se cagó”, cantaban ya miles en el estadio. La mayoría ovacionó la aparición del drone burlón que recordaba al fantasma de la B. Arruabarrena y los suyos solo querían recomenzar, aunque algunos tuvieron luego algún gesto más humano. En el medio, jugadores de River shockeados, sin ver, con quemaduras en el cuerpo. El comentarista de TV comienza a hablar de un fútbol y también de un país desquiciado, pero ni siquiera menciona el nombre del dueño de casa, un amigo, principal organizador del espectáculo. Otros cronistas, ya intuyendo que el partido no seguirá, arriesgan que el segundo tiempo pasará para el sábado (ayer). Lo anunciaban para casi la misma hora que, paradójicamente, la Conmebol terminó anunciando la sanción, que al final no fue tan grave como se temía. Cerca de 50.000 personas dejaron el estadio en paz, un dato no menor. Pero la TV quedó fija en el bochorno que fue la salida de River del campo, con hinchas insultando y arrojando de todo. Y no era un grupito de “inadaptados”. La TV mostraba a plateístas de celulares caros y con niños. Y hasta un intendente insultando a los jugadores rivales heridos. Lo peor fue cuando, tardío, pero gesto al fin, Arruabarrena indicó a sus jugadores que lo mejor era salir del campo junto con los de River. El equipo, de actitud horrible cuando por altavoces se anunció la suspensión y se desplegó en la cancha como indicando que “acá estamos para jugar”, no siguió al DT. ¿Un equipo también rehén de su propia barra? ¿O un líder casi barra, como pareció comportarse el arquero Agustín Orión?

Son muchos los que también parecen barras, aún sin gas pimienta. Cuando escribo estas líneas, sábado por la tarde, comienza un conocido programa en un canal de noticias de la TV de cable, pero sin su conductor, sancionado por cruzarse contra colegas de su misma empresa por el Boca-River. “Aquí está su equipo, con la camiseta puesta”, dice el reemplazante. Hasta el director de un diario exprime rabia por las redes sociales, que dan piedra libre para el escupitajo. La Conmebol, que cambió dirigencia pero no hábitos, demoró siglos la decisión del jueves en la Bombonera, insistiendo hasta último momento en que River jugara. Desde Asunción me negaron que la demora se haya debido a supuestos llamados desde altas esferas que partieron desde Buenos Aires al propio presidente de Paraguay, Horacio Cartes, hombre de fútbol. Sí me dijeron que a la Conmebol no le quedó más que echar a Boca de la Libertadores después del reclamo de Joseph Blatter, presidente de una FIFA (y de una Conmebol) que ya no tienen más la mano amiga de Julio Grondona.

Angelici, consciente del daño de su imagen, que no remedió siquiera viajando ayer a último momento a Paraguay, sin llevar al menos a un agresor identificado, ahora dice que hasta evalúa renunciar a la vicepresidencia de la AFA. El club no recibirá el dinero que esperaba y se anuncian demandas de socios. Boca ya no servirá en 2015 para campañas deportivas ni políticas. El superclásico será otra cosa a partir de ahora. Personajes públicos deberán cuidarse con la burla de “innombrables”. Ni qué decir de cuando Ramón Díaz afirmaba que él, con sus declaraciones picantes, le ponía pimienta al clásico.

La trilogía de superclásicos terminó siendo una gran ocasión desperdiciada para el fútbol argentino. Primero la ocasión de fortalecer un camino hacia un fútbol mejor. Y, segundo, y acaso más importante, cuando Boca se resistió a salir del campo abrazado con River, perdió la batalla hoy más importante. La del fútbol que comience a decirle basta a la barra.

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