Por Walter Vargas, Télam
El enorme Roberto Fontanarrosa, entre sus inolvidables creaciones, hacía una historieta que tituló “Semblanzas Deportivas”, en donde un cronista recorría distintos escenarios deportivos para retratar jugadores, hinchas y hasta el aroma de una cancha que los dibujos y textos retrataban con precisión asombrosa, y que el componente humorístico ayudaba a distender.
En una de esas viñetas, “Un adelanto formidable”, en las canchas de Alemania se sustituía a los árbitros y jueces de línea dentro del campo de juego para reemplazarlos por unas modernas cabinas ubicadas en distintas partes del estadio, desde donde los árbitros controlarían el partido gracias a las cámaras y 15 pantallas de TV.
Todo ello para evitar la violencia que desde la tribuna castigaba a “los pitos”. Hasta que un misil impacta contra la “Torre del referato”, lanzada por la hinchada del equipo que perdía una semifinal, (“otra vez un MX-21”, dice uno de los organizadores), y el remate de la semblanza por uno de los comentaristas: “los hinchas han progresado también en sus propuestas”.
La realidad, lamentablemente, igualó o superó la ficción plasmada por el talentoso escritor y dibujante rosarino: los drones ya son parte del show del fútbol, aquí, allá y en todas partes. Y el gas pimienta adentro de una cancha, también. Faltan los misiles que Fontanarrosa imaginó con humor ácido y desopilante. ¿Será cuestión de tiempo, nomás?
¿Y cómo se llegó a esto? Es imposible pensar en uno o en algunos hechos puntuales, sino más bien en todo un conglomerado que manchó la pelota hasta lograr que “Ella”, como la llamaba el gran Alfredo Di Stéfano, pasara a segundo o tercer plano. Como si el fútbol pudiera prescindir de Ella, y todo el andamiaje de poder y dinero que lo conforma reemplazara al elemento principal de un juego deportivo hermoso, que deja de serlo cuando la pelota recibe uno de aquellos misiles que el “Negro” Fontanarrosa dibujaba en su ficción.
Dirigentes que vieron en los clubes una fuente de poder y billetes para el ascenso social y político; jugadores que fingen en la cancha y que en muchos casos ya ni saben cuál camiseta es la que llevan puesta (porque lo importante es que el club-empresa deposite en la cuenta bancaria); y un público que fue virando a hincha de hinchadas, entre otros males, plasman hoy una situación difícil de controlar en todos los planos.
Como golpe de gracia, durante la borrachera del fútbol monopólico y privatizado en manos de un par de empresas que humillaban al hincha sin recursos económicos cuando le mostraban las tribunas en lugar de lo que ocurría en el césped, la cultura del “aguante” puso en un programa de TV a un padre diciendo que si su hijo se hacía hincha del equipo “enemigo” podía ser capaz de...
Queremos recuperar lo que se pueda recuperar en el maravilloso juego de la pelota. Y en nombre del buen gusto, el mismo que no tenían esa empresa y los que hacían ese programa, no lo vamos a repetir.
Como parte del colorido “aguante”, las notas se las hacían a los barras de clubes de todas la categorías, que prometían “muerte” al enemigo y reproducían letras belicosas que inocularon un veneno letal, que reproducido por la velocidad de la TV terminó legitimando un accionar mafioso en donde nadie discutía si estaba bien o mal cobrar una paga mercenaria por llevar la bandera, el bombo, la trompeta y “los fierros” para el “combate”.
No hubo respuesta institucional para frenar tanta sinrazón, y entonces la intolerancia nos cruzó la piel, la razón y los sentimientos. Una cargada futbolera en un ámbito laboral o social, y hasta familiar, no se sabe muchas veces en qué puede terminar. Cantar “no existís” de una tribuna de semejantes hacia la otra, y rematarla con la palabra “matar” no son parte del “discurso” sociológico y nada más. Pasaron a ser parte de los hechos y los muertos del fútbol argentino nos llenaron de luto desde la primera vez, allá por la década del ‘20. Pero no pudimos pararlos.
Todos, absolutamente todos los que estamos ligados al engranaje del fútbol, desde el periodismo a los protagonistas reales (jugadores, dirigentes, árbitros), pasando por los hinchas que deben recuperar su papel histórico y empezar a construir, ladrillo por ladrillo, una nueva casa.
Si no nos dejan aportar para esa construcción, siempre podremos decirle NO a la invitación semanal para ser cómplices de este corredor descontrolado que quiere matar a “Ella”, la pelota. La verdadera reina de ese mundo. Antes de que los misiles que imaginó el gran Fontanarrosa nos dejen sin nada.