19 Abril 2015
OBRA. “Tres virus”, de De Cupere.
La escultura de Peter de Cupere, “Tres virus”, no era una gran cosa para contemplar: un árbol muerto, negro, enraizado en una arrugada pelota blanca, suspendida sobre un hoyo en la tierra, todo cubierto por un iglú de plástico. Hecha en un campus universitario en los Países Bajos en 2008, todo parecía residuos de la escenografía de una película de Tim Burton; salvo por el olor escandaloso.
Dentro del iglú, una mezcla intoxicante de menta y pimienta saturaba el aire. Inundaba la nariz y picaban los ojos. Lloraron la mayoría de los visitantes; muchos salieron corriendo. Otros, parecían disfrutarlo, riendo entre lágrimas.
Ése es el extraño poder del arte olfativo. “Cuando entras en una instalación con aroma, no te puedes esconder. Tu cuerpo empieza a reaccionar”, dijo De Cupere, un artista belga que usa olores para disparar reacciones viscerales durante sus muestras. “Cuando ves algo, empiezas a pensar en ello. Quiero que la gente también sienta cómo la obra te puede impactar”, agregó.
Sí, De Cupere hace arte que apesta. Aguas negras, sudor, pescado podrido, cigarrillos, desodorante en pastillas para inodoros. Sin embargo, también usa pasto, pasta de dientes, dulces, flores y jabón. Todos han tenido un papel prominente en las instalaciones, pinturas, perfumes, representaciones y hasta aplicaciones para iPad de este artista provocador. Claro que de Cupere sólo es uno de varios artistas contemporáneos que utilizan el olor para crear arte que aporta una experiencia intensamente personal, emotiva y, a veces, física.
El olfato tiene una ventaja injusta sobre los otros sentidos cuando se trata de generar una respuesta. “Existe una conexión única y directamente íntima entre el punto donde se procesa el olor en el cerebro y donde se almacena la memoria”, explicó Rachel Herz, una psicóloga en la Universidad Brown y autora de “The Scent of Desire: Discovering Our Enigmatic Sense of Smell”. El bulbo olfativo -el bulto de neuronas que transmite información de la nariz al cerebro- es parte del sistema límbico que apoya a las emociones, la memoria de largo plazo y el flujo de adrenalina. “De ahí es de donde proviene esa característica especial que realmente distingue al olfato”, sostuvo.
Tal como las magdalenas de Proust abrieron una puerta a los recuerdos infantiles, los aromas pueden hacer recordar distintos sentimientos, dependiendo de cómo la persona se topó con ellos la primera vez. “El ejemplo clásico es la menta de gaulteria”, considerado un olor muy agradable en Estados Unidos, pero desagradable en Gran Bretaña, comentó Herz.
De Cupere, de 44 años, está muy consciente de la fisiología que explota. Al utilizar olores que son tanto familiares como que están fuera de lugar -como un horizonte urbano tallado en jabón o una gasolinería con bombas que huele a pasto-, no solo le permite hablar sobre el medio ambiente, sino que interactúa con los recuerdos de las personas. “Con el olor, puedo hacer obras universales, que todos pueden entender”, dijo.
Dentro del iglú, una mezcla intoxicante de menta y pimienta saturaba el aire. Inundaba la nariz y picaban los ojos. Lloraron la mayoría de los visitantes; muchos salieron corriendo. Otros, parecían disfrutarlo, riendo entre lágrimas.
Ése es el extraño poder del arte olfativo. “Cuando entras en una instalación con aroma, no te puedes esconder. Tu cuerpo empieza a reaccionar”, dijo De Cupere, un artista belga que usa olores para disparar reacciones viscerales durante sus muestras. “Cuando ves algo, empiezas a pensar en ello. Quiero que la gente también sienta cómo la obra te puede impactar”, agregó.
Sí, De Cupere hace arte que apesta. Aguas negras, sudor, pescado podrido, cigarrillos, desodorante en pastillas para inodoros. Sin embargo, también usa pasto, pasta de dientes, dulces, flores y jabón. Todos han tenido un papel prominente en las instalaciones, pinturas, perfumes, representaciones y hasta aplicaciones para iPad de este artista provocador. Claro que de Cupere sólo es uno de varios artistas contemporáneos que utilizan el olor para crear arte que aporta una experiencia intensamente personal, emotiva y, a veces, física.
El olfato tiene una ventaja injusta sobre los otros sentidos cuando se trata de generar una respuesta. “Existe una conexión única y directamente íntima entre el punto donde se procesa el olor en el cerebro y donde se almacena la memoria”, explicó Rachel Herz, una psicóloga en la Universidad Brown y autora de “The Scent of Desire: Discovering Our Enigmatic Sense of Smell”. El bulbo olfativo -el bulto de neuronas que transmite información de la nariz al cerebro- es parte del sistema límbico que apoya a las emociones, la memoria de largo plazo y el flujo de adrenalina. “De ahí es de donde proviene esa característica especial que realmente distingue al olfato”, sostuvo.
Tal como las magdalenas de Proust abrieron una puerta a los recuerdos infantiles, los aromas pueden hacer recordar distintos sentimientos, dependiendo de cómo la persona se topó con ellos la primera vez. “El ejemplo clásico es la menta de gaulteria”, considerado un olor muy agradable en Estados Unidos, pero desagradable en Gran Bretaña, comentó Herz.
De Cupere, de 44 años, está muy consciente de la fisiología que explota. Al utilizar olores que son tanto familiares como que están fuera de lugar -como un horizonte urbano tallado en jabón o una gasolinería con bombas que huele a pasto-, no solo le permite hablar sobre el medio ambiente, sino que interactúa con los recuerdos de las personas. “Con el olor, puedo hacer obras universales, que todos pueden entender”, dijo.