Por Nora Jabif
14 Abril 2015
De Eduardo Galeano nada se puede decir -o escribir- sin la certeza de que todo lo que se diga o escriba quedará opacado por la belleza con la que él convertía los silencios en palabras. A propósito, hace seis años, de paso por Tucumán, en un diálogo con LA GACETA, en la intimidad de la librería “El griego”, el autor de “El libro de los abrazos” aseguró que Onetti le había dicho que un proverbio chino afirmaba que las palabras que merecían existir eran aquellas que fueran mejores que el silencio. Y esa fue la gran virtud del escritor uruguayo que sedujo y emocionó tanto con su escritura como con su gracia de narrador oral: sucesivas generaciones de latinoamericanos adoraron no sólo al Galeano explícitamente político de “Las venas abiertas de América Latina” sino, además, al prestidigitador capaz de narrar con igual belleza el erotismo, la injusticia, el amor, el paisaje, la historia de los oprimidos o su vibrante amor por el el fútbol, entre la vastedad de temas que se conjugan en su obra. Prueba de esa seducción sin tiempo fue la convocatoria masiva que tuvo en 2010 su visita a Tucumán, en la presentación de su libro “Espejos”. Nadie hubiera adivinado esa mañana del 26 de octubre de 2010 que el objeto de la larguísima cola de gente de todas las edades que daba vueltas desde temprano la manzana del teatro Alberdi no era un cantante popular, sino un escritor. El mismo que por la noche hipnotizó a una multitud con sus narraciones, en la sala que estallaba desde las galerías hasta la platea. Esa respuesta masiva fue un termómetro de la vigencia del “fenómeno Galeano”. Un fenómeno sin tiempo que tal vez se explique en la certeza de que, desde que el hombre es hombre, le gusta que le cuenten historias. Y más aún si en esas historias todavía resuenan utopías.
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