Por Carlos Páez de la Torre H
08 Abril 2015
POR EL CERRO. Hacia 1910, el fotógrafo registró a un jinete que se aventuraba por el primitivo camino a Villa Nougués la gaceta / archivo
Las talas del cerro y su vinculación con las recientes inundaciones tornan actuales, una vez más, las expresiones del ilustre Juan B. Terán (1880-1938), quien insistió siempre en la capital importancia de nuestra montaña. Entendía que “en la síntesis geográfica de Tucumán, la montaña es el elemento primordial. Si Egipto era un don del Nilo, Tucumán es un don del Aconquija”.
Esto porque la serranía “detiene y condensa los vapores que vienen del Atlántico, originando sus ríos y arroyos. Esos vapores han atravesado la Pampa y las provincias centrales, donde no han encontrado barreras a su paso, y donde la alta temperatura los ha elevado aún más. Hasta que tropiezan con las montañas de Tucumán, que los enfrían y convierten en lluvia”.
Destacaba que “es así que Tucumán forma un oasis, rodeado por Santiago al naciente y al sur, donde las nubes han pasado sin detenerse, y por Catamarca al poniente, donde no han alcanzado a llegar”. Hacía notar que “en el propio Tucumán, la montaña de Burruyacu, adelantándose hacia el naciente, hace la relativa esterilidad de Trancas, que queda a su espalda”.
Y “el hecho es más notable cuanto que, según la curiosa observación del sabio tucumano Lillo, Tucumán se encuentra en la latitud que, en los dos hemisferios, corresponde a los grandes desiertos. Es, pues, un oasis producido por la montaña”.
Apuntaba que “cuando se ha sentido el hechizo del bosque tropical, se comprende el ansia de volver a él”. Así le ocurría a Groussac en los Estados Unidos cuando, “cuarenta años después de haber visitado la Yerba Buena tucumana, revivía su impresión de juventud”.
Esto porque la serranía “detiene y condensa los vapores que vienen del Atlántico, originando sus ríos y arroyos. Esos vapores han atravesado la Pampa y las provincias centrales, donde no han encontrado barreras a su paso, y donde la alta temperatura los ha elevado aún más. Hasta que tropiezan con las montañas de Tucumán, que los enfrían y convierten en lluvia”.
Destacaba que “es así que Tucumán forma un oasis, rodeado por Santiago al naciente y al sur, donde las nubes han pasado sin detenerse, y por Catamarca al poniente, donde no han alcanzado a llegar”. Hacía notar que “en el propio Tucumán, la montaña de Burruyacu, adelantándose hacia el naciente, hace la relativa esterilidad de Trancas, que queda a su espalda”.
Y “el hecho es más notable cuanto que, según la curiosa observación del sabio tucumano Lillo, Tucumán se encuentra en la latitud que, en los dos hemisferios, corresponde a los grandes desiertos. Es, pues, un oasis producido por la montaña”.
Apuntaba que “cuando se ha sentido el hechizo del bosque tropical, se comprende el ansia de volver a él”. Así le ocurría a Groussac en los Estados Unidos cuando, “cuarenta años después de haber visitado la Yerba Buena tucumana, revivía su impresión de juventud”.
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