Por Miguel Velardez
07 Abril 2015
SELFIE EN LAS ALTURAS. Malli Mastan Babu, durante una de sus expediciones, posa con la bandera de la India. fotos de Malli Mastan Babu
Cada vez que empezaba una expedición, en cualquier lugar del mundo, además de abrigo, herramientas y alimentos Malli Mastan Babu llevaba caramelos y chocolates. Al hacer cumbre, en medio de la soledad más absoluta, abría la mochila, sacaba los dulces y comenzaba un culto a Shiva, el dios hindú al que solía venerar. Así como en los Valles suelen pedirle permiso a la Pachamama para moverse en la montaña, Malli le pedía permiso a Shiva. Dejaba algunos chocolates enterrados en la montaña y comía otros para recuperar fuerzas antes de comenzar el descenso. El ritual se completaba con varias posturas de yoga; en especial con la llamada paro de cabeza (como hacer la vertical, pero apoyando la cabeza) y sumergido en una meditación profunda.
Malli había nacido en un pequeño pueblo del suroeste de la India, llamado Gandhi Jana Sangam, en el distrito de Nellore de Andhra Pradesh. Es una aldea de gente humilde, ubicada a 25 minutos del mar. Cuando tenía 11 años, ingresó a la escuela secundaria superior (de estilo militar), donde conoció al teniente M. Udaya Bhaskar Rao, que ejercía el rol de senior (una suerte de tutor de los estudiantes). En aquel tiempo, Malli era un preadolescente que se entusiasmaba con los relatos del senior sobre las expediciones a la montaña. Un día estaba en clase cuando llegó la peor noticia: el senior, al que tanto admiraba, había muerto a los 22 años al intentar hacer cumbre en el Everest. Fue un golpe muy fuerte.
Las autoridades de la escuela resolvieron hacer un monumento para recordar al teniente fallecido, que se convirtió en una figura de inspiración para muchos de los estudiantes. Su ejemplo quedó grabado para siempre en la memoria de Malli. Tanto que comenzó a hacerse a la idea de completar algún día la expedición al Everest, en homenaje a su ídolo.
Pasaron 20 años
Después de dos décadas de la muerte del senior, en 2005, llegó el turno de Malli, que tenía 30 años recién cumplidos. Diagramó la expedición, planificó el trayecto, calculó el tiempo necesario. Estaba todo listo, pero a última hora le puso un freno: a modo de entrenamiento antes del Everest subió al Kilimanjaro y a otras montañas de menor altura para aclimatarse. Finalmente, ese mismo 2005 cumplió el sueño de homenajear a su maestro en la cumbre del Everest.
Camino al récord
Malli, el menor de cinco hermanos, se recibió de ingeniero en una universidad estadounidense. Sin embargo, optó por ser un experto en la montaña y sus colegas admiraban su capacidad y, especialmente, su velocidad para llegar a la cumbre. Adquirió fama mundial tras convertirse en el hombre récord de Guinness por haber coronado las siete cumbres más altas del mundo en apenas 172 días: insumían más tiempo los vuelos de un país a otro que subir a la montaña.
Por estas tierras
Malli había visitado Argentina varias veces. En Tucumán tenía amigos montañistas, como Hernán Parajón, presidente de la Fundación Cumbres Andinas. Cada vez que venía a sus expediciones al Aconcagua (Mendoza), al Llullaillaco (Salta) o el cerro Tres Cruces (frontera norte argentino chilena) solía contactarse con ellos. “Al volcán Llullaillaco (6.739 metros sobre el nivel del mar) lo subía en dos días”, recordó Parajón.
El 20 de marzo, el montañista tucumano lo invitó a la redacción de LA GACETA, y ese día Malli mostró su humildad de cuerpo entero. En la India era considerado un ícono, pero aquí se movía sin actos grandilocuentes; como un vecino más de la vuelta de la esquina. Vestía un jean azul, camisa blanca y zapatillas. Hablaba en un tono sereno, casi en voz baja, y llegó cargando su mochila en la espalda. Tenía todo listo para su expedición al cerro Tres Cruces (frontera entre el norte de Chile y Argentina). La entrevista se extendió por más de una hora. “Para mí es una pasión hacer cumbre”, dijo.
Explicó que su mayor anhelo era dedicarles unos 15 años más a las montañas y luego retirarse para escribir libros sobre esas experiencias. En la India lo apoyaban con donaciones para sus viajes y él devolvía con logros que ubicaban su pueblo y su país con la mejor reputación.
Durante la charla admitió que muchas veces en la soledad de la montaña lloraba de emoción, al alcanzar la cumbre. Dijo también que a veces, en el trayecto, percibía espíritus de montañistas que habían perdido la vida en el intento. “Los siento a mis espaldas, pero no quiero girar la cabeza para ver de qué se trata; prefiero seguir adelante”, afirmó.
En ese encuentro (que quedó grabado en video), ni Malli ni Parajón ni ninguno de nosotros podía imaginar que esa sería la última entrevista de su vida. Vaya paradoja: una de las preguntas a Malli fue: ¿elegirías morir en la montaña? Respondió que no. Y agregó que su lema era “vivir sin miedo, con pasión y con un propósito”.
Malli había nacido en un pequeño pueblo del suroeste de la India, llamado Gandhi Jana Sangam, en el distrito de Nellore de Andhra Pradesh. Es una aldea de gente humilde, ubicada a 25 minutos del mar. Cuando tenía 11 años, ingresó a la escuela secundaria superior (de estilo militar), donde conoció al teniente M. Udaya Bhaskar Rao, que ejercía el rol de senior (una suerte de tutor de los estudiantes). En aquel tiempo, Malli era un preadolescente que se entusiasmaba con los relatos del senior sobre las expediciones a la montaña. Un día estaba en clase cuando llegó la peor noticia: el senior, al que tanto admiraba, había muerto a los 22 años al intentar hacer cumbre en el Everest. Fue un golpe muy fuerte.
Las autoridades de la escuela resolvieron hacer un monumento para recordar al teniente fallecido, que se convirtió en una figura de inspiración para muchos de los estudiantes. Su ejemplo quedó grabado para siempre en la memoria de Malli. Tanto que comenzó a hacerse a la idea de completar algún día la expedición al Everest, en homenaje a su ídolo.
Pasaron 20 años
Después de dos décadas de la muerte del senior, en 2005, llegó el turno de Malli, que tenía 30 años recién cumplidos. Diagramó la expedición, planificó el trayecto, calculó el tiempo necesario. Estaba todo listo, pero a última hora le puso un freno: a modo de entrenamiento antes del Everest subió al Kilimanjaro y a otras montañas de menor altura para aclimatarse. Finalmente, ese mismo 2005 cumplió el sueño de homenajear a su maestro en la cumbre del Everest.
Camino al récord
Malli, el menor de cinco hermanos, se recibió de ingeniero en una universidad estadounidense. Sin embargo, optó por ser un experto en la montaña y sus colegas admiraban su capacidad y, especialmente, su velocidad para llegar a la cumbre. Adquirió fama mundial tras convertirse en el hombre récord de Guinness por haber coronado las siete cumbres más altas del mundo en apenas 172 días: insumían más tiempo los vuelos de un país a otro que subir a la montaña.
Por estas tierras
Malli había visitado Argentina varias veces. En Tucumán tenía amigos montañistas, como Hernán Parajón, presidente de la Fundación Cumbres Andinas. Cada vez que venía a sus expediciones al Aconcagua (Mendoza), al Llullaillaco (Salta) o el cerro Tres Cruces (frontera norte argentino chilena) solía contactarse con ellos. “Al volcán Llullaillaco (6.739 metros sobre el nivel del mar) lo subía en dos días”, recordó Parajón.
El 20 de marzo, el montañista tucumano lo invitó a la redacción de LA GACETA, y ese día Malli mostró su humildad de cuerpo entero. En la India era considerado un ícono, pero aquí se movía sin actos grandilocuentes; como un vecino más de la vuelta de la esquina. Vestía un jean azul, camisa blanca y zapatillas. Hablaba en un tono sereno, casi en voz baja, y llegó cargando su mochila en la espalda. Tenía todo listo para su expedición al cerro Tres Cruces (frontera entre el norte de Chile y Argentina). La entrevista se extendió por más de una hora. “Para mí es una pasión hacer cumbre”, dijo.
Explicó que su mayor anhelo era dedicarles unos 15 años más a las montañas y luego retirarse para escribir libros sobre esas experiencias. En la India lo apoyaban con donaciones para sus viajes y él devolvía con logros que ubicaban su pueblo y su país con la mejor reputación.
Durante la charla admitió que muchas veces en la soledad de la montaña lloraba de emoción, al alcanzar la cumbre. Dijo también que a veces, en el trayecto, percibía espíritus de montañistas que habían perdido la vida en el intento. “Los siento a mis espaldas, pero no quiero girar la cabeza para ver de qué se trata; prefiero seguir adelante”, afirmó.
En ese encuentro (que quedó grabado en video), ni Malli ni Parajón ni ninguno de nosotros podía imaginar que esa sería la última entrevista de su vida. Vaya paradoja: una de las preguntas a Malli fue: ¿elegirías morir en la montaña? Respondió que no. Y agregó que su lema era “vivir sin miedo, con pasión y con un propósito”.
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