Críticas de las puestas de la Fiesta Nacional del Teatro

Críticas de las puestas de la Fiesta Nacional del Teatro

“Tiempos de paz”
¿Para qué sirve el teatro? ¿Cómo se define al actor? Dos preguntas que se desprenden de “Tiempos de paz”, la dinámica y muy atractiva obra que los mendocinos Gustavo Torres y José Kemelmajer, dirigidos por Daniel Posada, presentaron. Ninguna de ellas tiene una respuesta formal y directa en la propuesta basada libremente en una película brasileña de 2009 “Nuevas directivas para tiempos de paz”, pero se desprenden algunas conclusiones a lo largo de la historia entre el inmigrante polaco que llega a la Argentina con una valija vacía y un corazón lleno de recuerdos dolorosos, apenas terminada en Europa la Segunda Guerra Mundial, y el jefe que debe autorizar su ingreso al país. En su relación aparecen el ejercicio del poder, las esperanzas nuevas y el temor a su frustración, la violencia expresa de quien sabe que tiene en sus manos el futuro del otro y la culpa del sobreviviente del holocausto, que simbólicamente llega sólo con unas semillas de soja para plantar el futuro. La puesta acompaña las interpretaciones, aunque por momentos hay quiebres dramáticos tendientes al distanciamiento brechtiano que no se desarrollan suficientemente para lograr el efecto buscado. “Nada se parece más a la vida que actuar”, dice Kemelmajer al abrir la obra, aún sin asumir su papel de Clausewitz (el mismo apellido que el famoso militar prusiano). Pero ya en personaje, cuando Segismundo le pregunta qué es, no sabe cómo describir su profesión de actor. Finalmente, su interpretación lo salva y le habilita el salvoconducto de ingreso al país. Quizás, sin poder explicarlo suficientemente, sin encontrar las palabras, el teatro sirve para eso: para poder vivir.

“¿Quienáy?” 
A veces, el público se enfrenta con obras cuyas pretensiones van más allá del texto, la puesta y las actuaciones. Por el contrario, “¿Quienáy?” está en su justa y perfecta proporción, incluso hasta con la duración exacta para el disfrute perfecto de los 40 minutos donde cinco hermanas ancianas discuten, recuerdan, rezan, temen y repasan (sin maldad ni resentimiento) la vida de un pueblo de provincia, alteradas cada tanto cuando alguien (quien nunca aparece) les golpea la puerta. Nunca entrará nadie, pero ellas sí saldrán, con rumbo final desconocido pero previsible. Las risas transcurren desde el primer al último minuto con Choni, Chuchi, Chita, Chola y Chela en una comedia inocente y simple de Raúl Kreig, que ha sido premiada y representada muchas veces en los últimos años.

“El fruto”
Patricia Suárez acostumbra desarrollar un teatro grandilocuente, en un ámbito rural, del pasado más o menos cercano y con un tono melodramático que es claramente desarrollado en “El fruto” por el elenco estupendamente dirigido por Rafael Garzaniti. Julieta Mora, Leticia Ramos, Florencia Zubieta y Karina Yalungo desarrollan la historia de una madre, su hermana y dos amigas jóvenes que sufren por la ausencia de los hombres en medio de la sociedad machista de mediados de la década de 1940, el mandato de no tener sexo hasta el casamiento, el aborto como opción para evitar el escarnio y una manera de alcanzar los sueños sin tener que quedar atada al destino de la maternidad no deseada. Sobre un escenario femenino, la presencia varonil está plenamente presente, con los duetos entre hermanas y entre amigas que disputan al mismo amor, y la sombra de un drama sin solución, y con llegar a las luces de Buenos Aires como máxima aspiración. 

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