Por Guillermo Monti
24 Marzo 2015
Los hermanos Arancibia, Isauro y Arturo, son las primeras víctimas del golpe del 24 de marzo de 1976. Un grupo de tareas irrumpe a la madrugada en la sede de ATEP, en Congreso y San Lorenzo, y los acribilla. El mensaje de la naciente dictadura es tan brutal como perverso: hace pie en Tucumán matando un maestro. Cinco días después, una comisión policial se presenta en ATEP y elabora un inventario de los bienes de los Arancibia. El acta se refiere a ellos como “extintos”, y entre sus párrafos se lee veintinueves, docientos, tohallas... Eduardo Rosenzvaig prologa “La oruga sobre el pizarrón”, libro que recorre la vida, las luchas y el via crucis de Isauro Arancibia, sirviéndose de ese documento.
“El Francisco Isauro del Acta fue un maestro -escribe Rosenzvaig-. Y aunque el Acta no lo diga, podemos adelantar que como tal, enseñaba a los niños que veintinueves se escribe sin ese, que a docientos le falta otra ese, y que tohalla no necesita de la hache. De nuestro bolsillo podemos agregar que el maestro inició una larga protesta contra los gobiernos, explicando que si había hambre entre los niños, y las escuelas no tenían tizas ni techos, inevitablemente ocurrirían esos errores ortográficos; que otra gran parte de ellos ni siquiera sospecharía jamás de la existencia de las letras ese y hache. Después concluyó que a los niños había que educarlos también en la verdad, que decir asesinado no es lo mismo que pronunciar extinto. Que la ortografía tiene tanta importancia como la justicia. Predicó entre los maestros, y les dijo que si vivían en las condiciones de los animales no podrían educar como hombres. Entonces los maestros se agruparon alrededor de él. Luego se transformó en extinto”.
Hace un puñado de meses -el 1 de diciembre- se cumplieron 40 años del crimen del capitán Humberto Viola y de su pequeña hija, María Cristina. El hecho, perpetrado por una célula del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), conmovió a la sociedad tucumana. Los autores (Francisco Carrizo, José Martín Paz, Rubén Emperador, Fermín Núnez y Norberto Vivanco) fueron capturados, juzgados y condenados. Qué distinto habría sido el país si el imperio de ley hubiera perdurado después del 24 de marzo de 1976.
Era tan frágil la democracia reinstaurada en 1983 que el juicio a las juntas puede leerse como una patriada. Con los jerarcas del régimen tras las rejas, seguían los procesos a los mandos altos, medios e inferiores de la dictadura. Los frenaron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, declaradas inconstitucionales 15 años más tarde. Esos procesos son los que se desarrollan hoy a lo largo del país. Eso de que la justicia es lenta pero llega bien puede ajustarse a la realidad argentina.
Cada causa es una caja de Pandora que se abre. Hay jueces, fiscales, querellantes, abogados defensores. Los testigos desfilan, se presentan pruebas. Se respeta el debido proceso y a los acusados los asisten todos los derechos. En contra de un discurso falaz que se propaga por ciertos medios y, en especial, por las benditas redes sociales, no existen sentencias de antemano. Hay condenas y hay absoluciones. Por estos días, dos empresarios que fueron ligados a la represión ilegal -Vicente Massot y Carlos Blaquier- recibieron fallos favorables. Los organismos defensores de los derechos humanos no están de acuerdo. Todo se inscribe en el marco de la legalidad.
La Justicia Federal trabaja a destajo en Tucumán. Lógico, si nos atenemos al rol que jugó la provincia durante los tormentosos 70. En el Pozo de Vargas continúa el trabajoso reconocimiento de los restos enterrados. Son desaparecidos que recuperan la identidad. Nada menos. Mientras tanto, este año será el turno de otra megacausa: el Operativo Independencia, ensayo de militarización absoluta de un territorio. Lucía Mercado escribió sobre el tema. Su Santa Lucía mutó de pueblo a cuartel y lo cuenta en “La base”.
Suele circunscribirse los efectos del golpe a la paralización de los poderes del Estado. Pero no sólo el entonces gobernador Amado Juri fue a parar a Villa Urquiza. La dictadura socavó los cimientos de la vida institucional porque arrolló con sindicatos, colegios profesionales, ONGs, clubes. La UNT se debe -y le debe a la sociedad- una profunda relectura de su accionar durante los años de plomo.
La historia es tan generosa que siempre brinda la oportunidad de aprender de ella, por más transitado que haya sido el período de marras. Aprender, por caso, de Isauro Arancibia, un maestro dedicado a hacer de Tucumán un lugar mejor que el que le tocó transitar. Si no se rescatan sus ideas, tan vigentes 39 años más tarde, da la sensación de que su sacrificio fue en vano.
“El Francisco Isauro del Acta fue un maestro -escribe Rosenzvaig-. Y aunque el Acta no lo diga, podemos adelantar que como tal, enseñaba a los niños que veintinueves se escribe sin ese, que a docientos le falta otra ese, y que tohalla no necesita de la hache. De nuestro bolsillo podemos agregar que el maestro inició una larga protesta contra los gobiernos, explicando que si había hambre entre los niños, y las escuelas no tenían tizas ni techos, inevitablemente ocurrirían esos errores ortográficos; que otra gran parte de ellos ni siquiera sospecharía jamás de la existencia de las letras ese y hache. Después concluyó que a los niños había que educarlos también en la verdad, que decir asesinado no es lo mismo que pronunciar extinto. Que la ortografía tiene tanta importancia como la justicia. Predicó entre los maestros, y les dijo que si vivían en las condiciones de los animales no podrían educar como hombres. Entonces los maestros se agruparon alrededor de él. Luego se transformó en extinto”.
Hace un puñado de meses -el 1 de diciembre- se cumplieron 40 años del crimen del capitán Humberto Viola y de su pequeña hija, María Cristina. El hecho, perpetrado por una célula del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), conmovió a la sociedad tucumana. Los autores (Francisco Carrizo, José Martín Paz, Rubén Emperador, Fermín Núnez y Norberto Vivanco) fueron capturados, juzgados y condenados. Qué distinto habría sido el país si el imperio de ley hubiera perdurado después del 24 de marzo de 1976.
Era tan frágil la democracia reinstaurada en 1983 que el juicio a las juntas puede leerse como una patriada. Con los jerarcas del régimen tras las rejas, seguían los procesos a los mandos altos, medios e inferiores de la dictadura. Los frenaron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, declaradas inconstitucionales 15 años más tarde. Esos procesos son los que se desarrollan hoy a lo largo del país. Eso de que la justicia es lenta pero llega bien puede ajustarse a la realidad argentina.
Cada causa es una caja de Pandora que se abre. Hay jueces, fiscales, querellantes, abogados defensores. Los testigos desfilan, se presentan pruebas. Se respeta el debido proceso y a los acusados los asisten todos los derechos. En contra de un discurso falaz que se propaga por ciertos medios y, en especial, por las benditas redes sociales, no existen sentencias de antemano. Hay condenas y hay absoluciones. Por estos días, dos empresarios que fueron ligados a la represión ilegal -Vicente Massot y Carlos Blaquier- recibieron fallos favorables. Los organismos defensores de los derechos humanos no están de acuerdo. Todo se inscribe en el marco de la legalidad.
La Justicia Federal trabaja a destajo en Tucumán. Lógico, si nos atenemos al rol que jugó la provincia durante los tormentosos 70. En el Pozo de Vargas continúa el trabajoso reconocimiento de los restos enterrados. Son desaparecidos que recuperan la identidad. Nada menos. Mientras tanto, este año será el turno de otra megacausa: el Operativo Independencia, ensayo de militarización absoluta de un territorio. Lucía Mercado escribió sobre el tema. Su Santa Lucía mutó de pueblo a cuartel y lo cuenta en “La base”.
Suele circunscribirse los efectos del golpe a la paralización de los poderes del Estado. Pero no sólo el entonces gobernador Amado Juri fue a parar a Villa Urquiza. La dictadura socavó los cimientos de la vida institucional porque arrolló con sindicatos, colegios profesionales, ONGs, clubes. La UNT se debe -y le debe a la sociedad- una profunda relectura de su accionar durante los años de plomo.
La historia es tan generosa que siempre brinda la oportunidad de aprender de ella, por más transitado que haya sido el período de marras. Aprender, por caso, de Isauro Arancibia, un maestro dedicado a hacer de Tucumán un lugar mejor que el que le tocó transitar. Si no se rescatan sus ideas, tan vigentes 39 años más tarde, da la sensación de que su sacrificio fue en vano.
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