Por Federico Diego van Mameren
22 Marzo 2015
La desidia, la incompetencia, la negligencia, el desinterés, el acostumbramiento, el desencuentro, la falta de directivas y hasta la ausencia de diálogo son algunas de las cosas que van quedando a la vista. El agua se lleva y destruye las cosas materiales, pero le saca lustre a las razones que le permitieron llevarse lo que no era de ella.
A medida que el torrente cede y se aflojan algunas tensiones, los expertos van logrando interpretar el mensaje que dejaron estas tormentas.
Entre 1990 y 2005 la deforestación fue una plaga que no pudieron dominar los diferentes gobiernos que se sucedieron. Tanto desmadre terminó siendo padre putativo de la Ley de Bosques. Con excepciones -y posiblemente con irregularidades- la deforestación disminuyó. No faltaron ilustres infractores. Los hubo del sector privado, que se escudaban en entidades como la Sociedad Rural o la FET; y los hubo de la esfera pública, como el legislador José Alberto Conte, cuyo serrucho cobró más fama que sus proyectos legislativos.
Pero la deforestación no es una mujer que se mueve libre y licenciosamente por la vida. Por lo tanto, no puede ser la única responsable. Es una de las actrices de esta obra que viene siendo protagonizada por destacadas figuras del elenco oficial de la Casa de Gobierno. Los galanes Jorge Jiménez y Juan Sirimaldi son estrellas que brillan desde el Ministerio de Economía y de su apéndice, la Dirección Provincial del Agua, respectivamente.
Ni el autor de la obra ni el guionista ni el director se han preocupado por las escenas. Saben que alternativamente van a salir a recitar algún parlamento Adrián Cúneo Vergés, del Sepapys, y Oscar Mirkin, de Obras Públicas. Sin embargo, ni Jorge Gustavo Jiménez ni José Jorge Alperovich tienen previsto que los actores dialoguen, que intercambien palabras en el escenario.
Jiménez, como ministro de Economía, tiene la obligación de entender en la política y en los planes de Obras Públicas. De él dependen Mirkin, Cúneo Vergés y Sirimaldi. Todos estos funcionarios tienen que ver, directa o indirectamente, con lo que ha ocurrido en la provincia con el paso del agua. El gobernador Alperovich no ha corregido rumbos ni ha reclamado procederes. Se ha limitado a pedir plata a la Nación (toda una costumbre de estos 12 años) y a resaltar que lo que se hizo estuvo bien. Mientras más de uno se asombra por la reacción del mandatario ante la crisis, el padre de la criatura, Jiménez, ha hecho mutis por el foro.
Tampoco han corregido en estos últimos años, ni Alperovich ni Jiménez, una burocracia cómplice que ayuda distraer responsabilidades en la vida del agua en Tucumán. Desde que ella comienza a correr, hay una mezcla de incumbencias que sólo desconciertan y lavan culpas en vez de encauzar el trabajo.
Cuando el agua está circulando por un río o algún canal, el control de ese líquido es de la Dirección Provincial del Agua. En el instante en el que esa agua ingresa en un canal de riego, pasa a ser jurisdicción de la Dirección de Recursos Hídricos, que está a cargo de Desiderio Dode. Él tiene el poder de policía sobre el agua y sobre las obras hidráulicas, y está sentado en un despacho que está en otro ministerio (el de Desarrollo Productivo, de Jorge Luis Feijóo). Pero si el agua se destina para que sea bebida por los tucumanos, le corresponderá a la SAT, que administra Alfredo Calvo, con dependencia directa al gobernador. Y, si en vez de ser destinada a los caños de los hogares de los municipios principales va a las comunas, la administración del líquido queda en manos del Sepapys.
Sin duda son demasiados “dueños” de un mismo recurso, y si no tienen un aceitado funcionamiento es más fácil que se pierdan en la burocracia de cuatro instituciones que dependen de dos ministros y del gobernador.
La Dirección Provincial del Agua, por ejemplo tiene la obligación, entre otras cosas, de dar los certificados de “no inundabilidad” que son obligatorios para la construcción de barrios. Habría que revisar en los pantanos que quedaron luego de las tormentas las razones por las que se dieron los “aptos” para que se inicien esas tareas. Ardua tarea le debe esperar al ministro Jiménez si quisiera encontrar la raíz de algunas inundaciones.
La sabiduría popular suele decir que muchas manos en un plato causan arrebato. Mientras la doncella acapara la mirada de los espectadores, el control de las tareas del Estado pasa inadvertido por los principales responsables de la obra. Las consecuencias pueden ser devastadoras.
El agua se ha llevado viviendas y puentes. También ha empezado a mostrar la mala calidad con la que se ha asfaltado en muchos municipios (tanto en la Capital como en el interior). También se ha ensañado con una de las beldades con las que le gusta presumir al Gobierno provincial y al Ente de Turismo de Bernardo Racedo Aragón. La ruta a Tafí del Valle ha empezado a mostrar sus cráteres lunares. Vialidad Provincial (Ministerio de Economía) ha empezado a bachear la obra que no debería haber perdido el maquillaje. ¿Le corresponde a la entidad provincial efectuar el bacheo? ¿Los seguros no obligan a la empresa porteña que se contrató para efectuarla? ¿No se previeron los daños de las tormentas en una zona que llueve constantemente?
El maquillaje se sigue corriendo y, como Cenicienta después de las 12 campanadas, Tucumán muestra sus harapos después de la lluvia.
El huracán político
Las tormentas no han sido sólo obra de la naturaleza. También ha corrido mucha agua debajo del puente político.
El acuerdo Macri-Sanz ha sido un verdadero temporal. El huracán de marzo. En primer lugar ha desplumado a Sergio Massa y ha dejado en claro que los patrones de la política argentina son Cristina y Macri. El mismísimo Daniel Scioli sabe que no tiene juego propio mientras la Presidenta maneje los hilos. El radicalismo se ha convertido en un excelente partenaire del macrismo. En Tucumán, estos movimientos no pasan inadvertidos.
José Cano respira aliviado pero sigue en un laberinto. Muestra el respaldo nacional para acordar con Massa y con Macri y con todo lo que pueda juntar para ganar los comicios de este año, pero no transmite la seguridad del líder capaz de administrar tantas voces disímiles. Parece un arriesgado malabarista que tiene demasiados cuchillos en el aire y sólo dos manos para atajarlos.
El PRO, después de esta semana macrista, ve con otros ojos la realidad tucumana. Cano no puede seguir mirándolo como un acople más, a pesar de que las encuestas le ensanchan las espaldas. El radical tiene diálogos de igual a igual con los referentes nacionales, pero no con los dirigentes provinciales. El federalismo debe ser algo más que una declamación.
“No es fácil caminar juntos, pero podemos ser buenos amigos”. La frase se escuchó en una animada mesa de un café de 25 de Mayo y peatonal Mendoza. No era una más de las tantas que se oyen a los contertulios de la zona. La dijo con tono seguro y claro nada menos que el presidente y candidato a gobernador del PRO. No sobran los exégetas de Manuel Avellaneda, pero quienes oyeron la conversación aseguran que implica la búsqueda de una identidad propia del PRO. Una defensa de la idea de que hay un armado que no se comparte y el temor de que el camino futuro corra el riesgo de estar demasiado empedrado. Cano y Avellaneda, indudablemente, tienen muchos cafés pendientes antes del 22 de mayo que es la fecha final para anotar las alianzas.
Lo mismo ocurre con Domingo Amaya. El diputado radical especula y también especulan con su sociedad con el intendente randazzista, pero todavía nunca se han sentado a conversar. Tanto con el PRO como con el amayismo, Massa es un piedra en el zapato de Cano.
Hasta que pasó el huracán Mauricio, Cano y Amaya parecían jugar un partido de ajedrez. Ahora se asemeja más una tenida de Jenga, donde se mueven las piezas de la torre y si no coloca bien un ladrillito todo se puede desmoronar. Los separan sus ambiciones y los compromisos. Amaya y Cano aseguran que ninguno de los dos será el número dos del otro. El intendente además viene atado a Germán Alfaro, aspirante a la intendencia. Cano, en tanto, tiene a Silvia Elías de Pérez, en un brazo y Gerónimo Vargas Aignasse, del otro. El radical sigue sonriendo en base a su imagen, pero los cuchillos siguen dando vueltas en el aire y no puede distraerse.
Justicieros
La tormenta arrasó con todo. El Poder Legislativo quedó reducido a una fundación de beneficencia que salió a ayudar a los damnificados por las lluvias. Disimularon sus responsabilidades con la acción solidaria. Ni siquiera advirtieron que lo que los $ 300 millones que la Nación le dio a Tucumán para arreglar los destrozos es el mismo monto que los últimos años se destinaron a los gastos sociales que engrosan las remuneraciones de los legisladores.
También quedó salpicado el Poder Judicial. Los justicieros se hicieron ver en Facebook. Allí un grupo de concursantes a ingresar a Tribunales advierte que por fuera de los concursos se están haciendo designaciones en los Juzgados de Paz. Advierten el riesgo de que después se hagan traslados y los concursantes se queden sin paz y sin las tortas. Mientras tanto, en algunos juzgados se quejan de que el agua los afecto y la Corte no los atendió.
A medida que el torrente cede y se aflojan algunas tensiones, los expertos van logrando interpretar el mensaje que dejaron estas tormentas.
Entre 1990 y 2005 la deforestación fue una plaga que no pudieron dominar los diferentes gobiernos que se sucedieron. Tanto desmadre terminó siendo padre putativo de la Ley de Bosques. Con excepciones -y posiblemente con irregularidades- la deforestación disminuyó. No faltaron ilustres infractores. Los hubo del sector privado, que se escudaban en entidades como la Sociedad Rural o la FET; y los hubo de la esfera pública, como el legislador José Alberto Conte, cuyo serrucho cobró más fama que sus proyectos legislativos.
Pero la deforestación no es una mujer que se mueve libre y licenciosamente por la vida. Por lo tanto, no puede ser la única responsable. Es una de las actrices de esta obra que viene siendo protagonizada por destacadas figuras del elenco oficial de la Casa de Gobierno. Los galanes Jorge Jiménez y Juan Sirimaldi son estrellas que brillan desde el Ministerio de Economía y de su apéndice, la Dirección Provincial del Agua, respectivamente.
Ni el autor de la obra ni el guionista ni el director se han preocupado por las escenas. Saben que alternativamente van a salir a recitar algún parlamento Adrián Cúneo Vergés, del Sepapys, y Oscar Mirkin, de Obras Públicas. Sin embargo, ni Jorge Gustavo Jiménez ni José Jorge Alperovich tienen previsto que los actores dialoguen, que intercambien palabras en el escenario.
Jiménez, como ministro de Economía, tiene la obligación de entender en la política y en los planes de Obras Públicas. De él dependen Mirkin, Cúneo Vergés y Sirimaldi. Todos estos funcionarios tienen que ver, directa o indirectamente, con lo que ha ocurrido en la provincia con el paso del agua. El gobernador Alperovich no ha corregido rumbos ni ha reclamado procederes. Se ha limitado a pedir plata a la Nación (toda una costumbre de estos 12 años) y a resaltar que lo que se hizo estuvo bien. Mientras más de uno se asombra por la reacción del mandatario ante la crisis, el padre de la criatura, Jiménez, ha hecho mutis por el foro.
Tampoco han corregido en estos últimos años, ni Alperovich ni Jiménez, una burocracia cómplice que ayuda distraer responsabilidades en la vida del agua en Tucumán. Desde que ella comienza a correr, hay una mezcla de incumbencias que sólo desconciertan y lavan culpas en vez de encauzar el trabajo.
Cuando el agua está circulando por un río o algún canal, el control de ese líquido es de la Dirección Provincial del Agua. En el instante en el que esa agua ingresa en un canal de riego, pasa a ser jurisdicción de la Dirección de Recursos Hídricos, que está a cargo de Desiderio Dode. Él tiene el poder de policía sobre el agua y sobre las obras hidráulicas, y está sentado en un despacho que está en otro ministerio (el de Desarrollo Productivo, de Jorge Luis Feijóo). Pero si el agua se destina para que sea bebida por los tucumanos, le corresponderá a la SAT, que administra Alfredo Calvo, con dependencia directa al gobernador. Y, si en vez de ser destinada a los caños de los hogares de los municipios principales va a las comunas, la administración del líquido queda en manos del Sepapys.
Sin duda son demasiados “dueños” de un mismo recurso, y si no tienen un aceitado funcionamiento es más fácil que se pierdan en la burocracia de cuatro instituciones que dependen de dos ministros y del gobernador.
La Dirección Provincial del Agua, por ejemplo tiene la obligación, entre otras cosas, de dar los certificados de “no inundabilidad” que son obligatorios para la construcción de barrios. Habría que revisar en los pantanos que quedaron luego de las tormentas las razones por las que se dieron los “aptos” para que se inicien esas tareas. Ardua tarea le debe esperar al ministro Jiménez si quisiera encontrar la raíz de algunas inundaciones.
La sabiduría popular suele decir que muchas manos en un plato causan arrebato. Mientras la doncella acapara la mirada de los espectadores, el control de las tareas del Estado pasa inadvertido por los principales responsables de la obra. Las consecuencias pueden ser devastadoras.
El agua se ha llevado viviendas y puentes. También ha empezado a mostrar la mala calidad con la que se ha asfaltado en muchos municipios (tanto en la Capital como en el interior). También se ha ensañado con una de las beldades con las que le gusta presumir al Gobierno provincial y al Ente de Turismo de Bernardo Racedo Aragón. La ruta a Tafí del Valle ha empezado a mostrar sus cráteres lunares. Vialidad Provincial (Ministerio de Economía) ha empezado a bachear la obra que no debería haber perdido el maquillaje. ¿Le corresponde a la entidad provincial efectuar el bacheo? ¿Los seguros no obligan a la empresa porteña que se contrató para efectuarla? ¿No se previeron los daños de las tormentas en una zona que llueve constantemente?
El maquillaje se sigue corriendo y, como Cenicienta después de las 12 campanadas, Tucumán muestra sus harapos después de la lluvia.
El huracán político
Las tormentas no han sido sólo obra de la naturaleza. También ha corrido mucha agua debajo del puente político.
El acuerdo Macri-Sanz ha sido un verdadero temporal. El huracán de marzo. En primer lugar ha desplumado a Sergio Massa y ha dejado en claro que los patrones de la política argentina son Cristina y Macri. El mismísimo Daniel Scioli sabe que no tiene juego propio mientras la Presidenta maneje los hilos. El radicalismo se ha convertido en un excelente partenaire del macrismo. En Tucumán, estos movimientos no pasan inadvertidos.
José Cano respira aliviado pero sigue en un laberinto. Muestra el respaldo nacional para acordar con Massa y con Macri y con todo lo que pueda juntar para ganar los comicios de este año, pero no transmite la seguridad del líder capaz de administrar tantas voces disímiles. Parece un arriesgado malabarista que tiene demasiados cuchillos en el aire y sólo dos manos para atajarlos.
El PRO, después de esta semana macrista, ve con otros ojos la realidad tucumana. Cano no puede seguir mirándolo como un acople más, a pesar de que las encuestas le ensanchan las espaldas. El radical tiene diálogos de igual a igual con los referentes nacionales, pero no con los dirigentes provinciales. El federalismo debe ser algo más que una declamación.
“No es fácil caminar juntos, pero podemos ser buenos amigos”. La frase se escuchó en una animada mesa de un café de 25 de Mayo y peatonal Mendoza. No era una más de las tantas que se oyen a los contertulios de la zona. La dijo con tono seguro y claro nada menos que el presidente y candidato a gobernador del PRO. No sobran los exégetas de Manuel Avellaneda, pero quienes oyeron la conversación aseguran que implica la búsqueda de una identidad propia del PRO. Una defensa de la idea de que hay un armado que no se comparte y el temor de que el camino futuro corra el riesgo de estar demasiado empedrado. Cano y Avellaneda, indudablemente, tienen muchos cafés pendientes antes del 22 de mayo que es la fecha final para anotar las alianzas.
Lo mismo ocurre con Domingo Amaya. El diputado radical especula y también especulan con su sociedad con el intendente randazzista, pero todavía nunca se han sentado a conversar. Tanto con el PRO como con el amayismo, Massa es un piedra en el zapato de Cano.
Hasta que pasó el huracán Mauricio, Cano y Amaya parecían jugar un partido de ajedrez. Ahora se asemeja más una tenida de Jenga, donde se mueven las piezas de la torre y si no coloca bien un ladrillito todo se puede desmoronar. Los separan sus ambiciones y los compromisos. Amaya y Cano aseguran que ninguno de los dos será el número dos del otro. El intendente además viene atado a Germán Alfaro, aspirante a la intendencia. Cano, en tanto, tiene a Silvia Elías de Pérez, en un brazo y Gerónimo Vargas Aignasse, del otro. El radical sigue sonriendo en base a su imagen, pero los cuchillos siguen dando vueltas en el aire y no puede distraerse.
Justicieros
La tormenta arrasó con todo. El Poder Legislativo quedó reducido a una fundación de beneficencia que salió a ayudar a los damnificados por las lluvias. Disimularon sus responsabilidades con la acción solidaria. Ni siquiera advirtieron que lo que los $ 300 millones que la Nación le dio a Tucumán para arreglar los destrozos es el mismo monto que los últimos años se destinaron a los gastos sociales que engrosan las remuneraciones de los legisladores.
También quedó salpicado el Poder Judicial. Los justicieros se hicieron ver en Facebook. Allí un grupo de concursantes a ingresar a Tribunales advierte que por fuera de los concursos se están haciendo designaciones en los Juzgados de Paz. Advierten el riesgo de que después se hagan traslados y los concursantes se queden sin paz y sin las tortas. Mientras tanto, en algunos juzgados se quejan de que el agua los afecto y la Corte no los atendió.
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